«Uf, madre mía, qué canteo, esto no me había pasado nunca (…)». «Ffff, eres un sueño, ajaja y me encantas». Son los mensajes de whatsapp enviados por el celador acusado de violar dos veces a una paciente de 18 años en las instalaciones del Hospital madrileño Ramón y Cajal en abril de 2021, según consta en el sumario del caso, al que ha accedido CASO ABIERTO.

El hombre, que entonces tenía 36 años, se sienta desde este miércoles en el banquillo de la Audiencia de Madrid, acusado de agresión sexual y un delito de facilitación de consumo de drogas. La Fiscalía pide para él 10 años de cárcel, mientras que la acusación particular, ejercida por el abogado Juan Manuel Medina, solicita que sea condenado a 26 años y que pague una indemnización de 20.000 euros, de la que deberá responder la Comunidad de Madrid como responsable civil subsidiario. En declaraciones a este medio, Medina recalca la gravedad de los hechos, al producirse sobre una persona vulnerable y en el hospital, donde se supone que debían cuidar y proteger a la paciente».

Además de la declaración de la víctima, una joven con un 66% de discapacidad que había intentado quitarse la vida y que entonces estaba ingresada en la planta de Psiquiatría del hospital y al cuidado del celador, entre otros profesionales, el tribunal contará con varios mensajes que el acusado mandó a la chica aquellos días gracias a un teléfono móvil que él mismo habría entregado a la paciente, a pesar de que estaba prohibido por el hospital.

Le dio un móvil a escondidas

La primera violación tuvo lugar la madrugada del 29 de abril de 2021 en una sala del Ramón y Cajal conocida como «sala TEC», según el relato de la denunciante, a la que el hospital dio credibilidad desde el principio. El celador estaba de turno aquella noche en la planta 8, a donde la chica había llegado diagnosticada de varios trastornos de la alimentación y de la personalidad.

El celador niega las agresiones sexuales. Sí reconoce que dio un teléfono a la chica, a pesar de que el hospital lo prohíbe, «porque la vio muy nerviosa y no se podía dormir y los pacientes suelen relajarse oyendo música»

«Me preguntó si fumaba, le contesté que sí y entonces me dijo que, cuando la planta estuviera más vacía de personal, vendría y me invitaría a fumar algo. Un rato después, vino a mi habitación, sacó dos móviles de su bolsillo y me dio uno, dijo que para que habláramos más tranquilos por whatsapp. Luego, se fue al control y empezó a escribrime mensajes diciendo: eres un encanto, eres un sueño, tengo unas ganas de hacerte mía«, declaró la joven.

«Entonces, un enfermero entró en la habitación y al ver que yo tenía el teléfono en las manos me lo quitó. En ese momento, el celador entró en el cuarto y exclamó: ‘ay, ese es mi teléfono’. El enfermero le recriminó que me hubiera dejado el móvil porque los ingresados en Psiquiatría no pueden tener acceso a teléfono», continúa la declaración. Luego, según el relato de la chica, cuando los enfermeros que estaban trabajando aquella noche se fueron a cenar, el celador «aprovechó para entrar en la habitación y darme dos cigarrillos, para luego decirme: ‘vete a fumártelos a la última habitación, que es la habitación que está más apartada del control y se encuentra vacía'».

«¿Te quieres animar más?»

La joven lo hizo y cuando salió, volvió a encontrarse con el hombre: «me paró y me pidió que fuera con él a un sitio. Lo acompañé hasta la llamada habitación del TEC. Una vez allí, él me preguntó: ‘¿te quieres animar más?’. Yo no contesté. Él sacó del bolsillo del uniforme, situado en la zona del pecho, una bolsita transpartente con polvo blanco, y me dijo que era cocaína. Luego se sacó una especie de placa de cristal pequeña y puso un poco de cocaína ahí para formar dos rayas con su propio DNI. Sacó un papel de su bolsillo, hizo una especie de tubo pequeño y me lo dio para que esnifase».

Entonces, de acuerdo con su declaración, «él se acercó a mí y empezó a realizarme tocamientos, me levantó la camiseta, sin llegar a quitármela, dejando al descubierto mis pechos ya que yo no llevaba más ropa debajo y comenzó a tocármelos con las manos. Decía: ‘nunca me había pasado esto con nadie antes, me vuelves loco’. Empezó a bajar las manos y me las introdujo por dentro de la ropa hasta llegar a tocarme la vagina directamente». 

La víctima recordó ante la policía que el acusado «se puso un poco brusco, estando yo de pie y él enfrente, me hizo fuerza sobre los hombros para que me agachase, se sacó el pene y me agarró la cabeza y me empujó hacia él, introduciéndome su pene en la boca. Y de forma brusca, me penetró». Después, «cuando terminó, yo salí de la sala sin decirle nada. Lo oí decirme: ‘intenta dormir’. Yo no dije nada en ningún momento, era claro mi estado de ánimo. Él perfectamente pudo observar que yo estaba muy incómoda«. 

Análisis de orina positivo

Tras la agresión, «cuando yo ya estaba en mi habitación, él volvió y me trajo una raya de cocaína encima de un papel, yo la esnifé y guardé el papel en la mesilla. Una enfermera lo encontró al día siguiente. Cuando mi medico me preguntó quién me había dado la cocaína, no contesté porque tenía miedo de que si lo decía, él pudiera hacerme daño«. Un análisis de orina confirmó que la paciente había tomado esa droga.

Solo un día después, según reconoce el escrito de la Fiscalía, el celador volvió a proporcionar a la joven un cigarro y a invitarla a que se lo fumara en la sala del fondo. «Estando allí apareció él, abrió la puerta y me dijo: ‘tranquila, soy yo, fúmatelo rápido que nos van a pillar‘. Yo me fui a mi habitación, él también entró y entornó la puerta. Me dio otro cigarro y un mechero de color azul y me dijo: ‘no te duermas’. Y se marchó al control».

Entonces, explica, «cuando los enfermeros se fueron a cenar, él entró de nuevo en mi cuarto. Yo estaba acostada en la cama, pero él me dijo:’ levántate’. Me puse de pie y comenzó a tocarme la vagina por debajo de la ropa, me agarró del cuello y me empujó hacia abajo para obligarme a agacharme. Lo hice y entonces él me volvió a meter su pene en la boca igual que la vez anterior, con la misma brusquedad. Luego me levantó, me dio la vuelta, me bajó el pantalón y las bragas con mucha violencia, me inclinó hacia delante y me introdujo el pene en la vagina». Tras aquella segunda violación, en la que la denunciante asegura el celador también le dio cocaína, ella se «metió en la cama y se puso a llorar».

«Actitudes extrañas»

Cuando despertó al día siguiente, estaba «desbordada por lo sucedido, tenía dolor en mis partes y comencé a lesionarme en los brazos, sentí que debía contárselo a alguien, que no quería guardármelo más. Se lo conté al enfermero y le di el mechero azul que el celador me había entregado». Ese enfermero declaró luego que, días antes de los hechos, ya había observado «actitudes extrañas del celador hacia la paciente». La joven repitió su relato ante la responsable del Área de Psiquiatría del hospital y añadió que el celador la había amenazado para que no lo denunciara: «Me dijo que como le contara algo a alguien, habría consecuencias».

La jefa de Psiquiatría del Ramón y Cajal declaró que aunque la paciente se encontraba ingresada en el hospital por problemas de conducta, «su discurso (sobre los hechos) es adecuado».

El celador, por su parte, negó las agresiones sexuales ante la jueza. Sí reconoció que le había dejado uno de sus teléfonos móviles a la chica, «a pesar de que sabe que está prohibido», y aseguró que lo hizo «porque la vio muy nerviosa y no se podía dormir y los pacientes suelen relajarse oyendo música«. También negó haber proporcionado cocaína a la mujer, aunque los mensajes incluidos en el sumario lo desmienten. En uno de ellos, el celador escribe a la chica que le queda una raya de coca, pero «a ver cómo lo hacemos». El hombre añade: «Voy a pintar la última, ¿te parece?».

 

Facebook Comments