Los libros de Editorial Vinilo son un regalo en sí mismos: pequeño formato –eso que agradecemos tanto los adictos a leer en bares y transporte público–, edición cuidada, detalles delicados y un atractivo catálogo de autores. Su último lanzamiento, Desubicados, de María Sonia Cristoff, cumple con todos esos requisitos y bastante más.

Como lo indica la propia autora en el prólogo de esta edición, Desubicados se publicó por primera vez en 2006, en el marco de la colección In Situ que habían creado Luis Chitarroni, Gloria Rodrigué y Matías Serra Bradford en Sudamericana. En ese mismo prólogo, Cristoff asegura: “me resulta muy inspirador escribir acerca de aquello que aborrezco, que quiero impugnar, que quiero combatir. Los zoológicos, en este caso”.

Desubicados es no ficción, aunque no del todo –hay elementos ficcionales en el tránsito de la narradora–; es un libro por donde asoma una no tan rara estirpe dentro de la especie humana, la de “los que trastabillan, los que se animan a perder pie”. Y es, a su vez, documento, reflexión, entrecruzamiento de voces que bien pueden provenir de la ficción, bien del ensayo. Allí están, por caso y entre otras, las de Elizabeth Costello, protagonista de la novela homónima de J. M. Coetzee, y la filósofa belga Vinciane Despret, próxima a las indagaciones de Bruno Latour y autora de Habitar como un pájaro y ¿Qué dirían los animales… si les hiciéramos las preguntas correctas? (ambos publicados en la Argentina por editorial Cactus).

Los animales. De eso se trata. Y de nuestra posición frente a ellos.

Se trata, en palabras de Cristoff, de mirar de frente lo que les hemos hecho, “de llegar hasta el fondo del espanto de lo que como especie hemos hecho con los animales, y también con todos los otros vivientes –tanto seres como sistemas– con quienes compartimos el planeta, para darnos cuenta de que no habrá hogar posible en ningún lado mientras la codicia y la crueldad sigan siendo ley”. Barajar y dar de nuevo, sugiere a autora. Reinventar el vínculo. No es exactamente lo que le ocurre a la narradora, mujer que anda en un brete, algo desarraigada, un poco difusa entre la necesidad de tomar una decisión y la imposibilidad de hacerlo, y decididamente devastada luego de demasiados días de insomnio.

Entonces, la acompañamos en su marcha –algo adormilada– en pos del lugar al que siempre va cuando ve “que todo se desencaja y que no hay quién lo entienda”: el zoológico de Buenos Aires. Deambula un poco, se acurruca en algún lugar entre las jaulas, se queda inmóvil –en una quietud similar a la que se les impone a aquellos que, tras los barrotes de las jaulas, hace rato fueron arrancados de algo similar al hogar– y siente que, de un modo u otro, el ánimo se le va apaciguando. Mientras está allí, el tiempo se decanta al ritmo de sus pensamientos –la vida en pareja, las posibles mudanzas–, sus observaciones –algún niño que pasa por ahí, el recuerdo de una vieja canción de calesita, la tortura de las noche sin sueño entreverada con hipopótamos, jirafas y un registro: el ruido. Cerrar los ojos y escuchar el tronar de Libertador, Las Heras, colectivos, autos, barullo que –¿alguna vez alguien se lo pregunta?– no puede más que interferir en la vida de todas las criaturas no humanas que están en ese recinto supuestamente erigido para su celebración. Con maestría, Cristoff enhebra las sensaciones de la narradora con apuntes de la crónica periodística, informes, reflexiones.

La materia híbrida de Desubicados se despliega con naturalidad; por momentos ilumina, por otros hace que el corazón nos duela como le duele a la mujer que acude al zoológico cada vez que la vida la iguala con la tristeza de esos animales indiferenciados, encerrados, vencidos. “Vengo acá cuando me siento exactamente como ellos –nos dice–. Y las personas, se sabe, no resistimos mucho eso de mirarnos intensamente en el espejo”.

 

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