Lamine Yamal jugó ese partido que todo canterano sueña con jugar en el Santiago Bernabéu. Hizo todo lo posible y, en parte, también lo imposible para conquistar Chamartín y marcharse por la puerta grande, pero existen escenarios en los que los méritos deportivos no cuentan porque lo que manda es humillar al rival a base de decisiones que nada tienen que ver con el fútbol, en este caso. Ese es el Real Madrid y ese fue Soto Grado.

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Quedará algo opaco, algo diluido y algo difuso, con el tiempo, el partido que hizo este chaval de solo dieciséis años que hizo enmudecer a la afición blanca, pero será injusto. Porque lo perpetrado por Lamine Yamal fue una obra de arte al alcance de muy pocos futbolistas en el mundo. De hecho, podría decirse que lo hizo todo para ganar, pero es imposible ganar cuando no solo juegas contra once futbolistas.

Si el fútbol solo se jugara así, las crónicas dirían que el de Mataró, el orgullo del #304, volvió loco a Camavinga, al que arrancó una amarilla y tuvo que ser sustituido para no ser expulsado. Convirtió al francés en un cono que intentaba frenarle de forma torpe, pero que, gracias a Ancelotti, no acabó viendo una segunda amarilla. Algo mejor lo hizo Fran García, aunque ya la cosa estaba decidida por el del silbato.

Un escándalo detrás del otro, sin pausa y sin vergüenza

Cualquier jugada dudosa o no dudosa cayó siempre del mismo lado, del lado del Real Madrid, claro. Camavinga, que las pasó canutas, derribó al canterano dentro del área, pero, en este caso, todo lo contrario que en el área del Barça, cuando Soto Grado no dudó ni una milésima de segundo en aceptar el piscinazo de Vázquez como pena máxima, decidió silbar hacia otro lado. ¡Qué fácil es reírse de un chaval de dieciséis años!

Pero esta no fue la única jugada polémica en la que intervino Lamine Yamal y en la que, de nuevo, salió cruz. Hubo un remate en posición incómoda pero certero que obligó a Lunin a sacar el balón de su propia portería. No existen imágenes que, al cien por cien, puedan asegurar que fue gol, pero es imposible no pensar que lo fue. La conclusión, como siempre, es que volvió a salir el 36.

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Lamine Yamal y Toni Kroos / Real Madrid – FC Barcelona
Valentí Enrich
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El primer encuentro de Lamine Yamal en el Bernabéu sirvió para que el de Rocafonda aprendiera una lección que, en su día, ya ofreció Pep Guardiola: el Barça no tiene suficiente con ser superior para ganar, sino que debe ser muy superior, absoutamente superior, para intentar acercarse a lo que significa competir con un equipo que, de nuevo, tuvo de cara al del silbato, en este caso Soto Grado, un reincidente con el Barça de por medio.

 

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