En tiempos de precios altos, bolsillos famélicos y con el consumo a punto de darse un porrazo, tener la posibilidad casi bíblica de multiplicar la cantidad de alimentos debería ser una opción a considerar. Y así como Jesús hizo muchos panes y peces a partir de uno de cada, hoy un electrodoméstico simple y casi olvidado como la yogurtera otorga esa oportunidad: con un litro de leche, un yogur y unas horas de cálido reposo, es posible tener siete frasquitos de vidrio llenos de yogur, como esos que en las góndolas aumentan de modo anárquico.

Las cuentas no mienten: en el momento de cerrar esta nota un yogur-ísimo de primera marca de 120 gramos (sin promoción) se vende a $900 en el supermercado que te conoce. Si una yogurtera cuesta $65.000 (en el mismo negocio), bastarán 72 unidades para recuperar la inversión. Simplificado: alcanzan aproximadamente 10 preparaciones de 7 frascos cada una, para que la pasada por la góndola de los lácteos sea más veloz y económica. La amortización es total.

La yogurtera en cuestión puede ser la Atma YM3010P, que trae 7 recipientes y un pequeño panel digital. Muy similar, pero a $52.000, se vende la Yelmo YG1700, también con 7 frascos. La última de las testeadas para esta nota es la Ultracomb YG2712, para familias con más integrantes (o muy fans de tomar yogur), que se consigue desde $95.000. Todas traen recetarios con los que, desde la primera preparación, se obtiene un producto muy digno. No es un electrodoméstico habitual, pero sí es uno conveniente.

Todas las yogurteras funcionan de la misma forma y con la misma receta básica que, con el correr del tiempo y la experiencia, se puede mejorar: se mezclan un litro de leche y un yogur de 120 gramos en un recipiente, se llenan los frascos y se espera entre 8 y 10 horas para que, a 45 grados de temperatura, se produzca la fermentación. Ese yogur original se habrá clonado en otros seis.

Una historia globalizada

La yogurtera fue creada por el alemán Paul Hafner, un señor que tendría toda nuestra simpatía si no fuera porque fue un oficial de las SS nazis, que hasta su último día reivindicó el nacionalsocialismo y negó el Holocausto. Hafner hizo buena parte de su fortuna cuando inventó la yogurtera, un electrodoméstico que fue muy popular en la España (donde Hafner vivía desde los 50s) y la Argentina de los 80s, pero que fue cayendo en desuso ante la ansiedad de los consumidores y los bajos precios de los yogures.

El yogur existía desde muchos años antes. Su origen se sitúa en Turquía, en las bolsas de piel de cabra que se usaban para transportar la leche. La falta de refrigeración y el tiempo propiciaban la fermentación mediante bacterias que, muchos años después, serían descubiertas por el búlgaro Stamen Grigorov y llamadas Lactobacillus bulgaricus (aunque hay otras más que intervienen en ese proceso). Más tarde, el ucraniano Iliá Méchnikov (ganador del Premio Nobel de Medicina en 1908) descubriría el efecto positivo del yogur en la flora intestinal.

Lo que hace el aparato en sí mismo es mantener una temperatura constante en la cual se reproducen las bacterias que viven en el yogur; y lo hace en frascos reutilizables que facilitan el consumo. En teoría se puede hacer lo mismo si uno dejara reposar la mezcla en una olla tapada, y que durante horas mantenga esa exacta calidez; pero casi nadie lo hace.

¿Hace falta una yogurtera para hacer yogur? No. ¿Simplifica mucho la tarea? Sí. Probablemente sea un electrodoméstico indicado para aquellas personas que disfrutan el hacer, no solo el tener listo; o para aquellas que se preocupan especialmente por consumir alimentos lo más naturales posible y sin conservantes. También -hay que decirlo- es un electrodoméstico que además de hacer ahorrar, ayuda a generar menos residuos. Dependerá de cuál se elija -la colorida Yelmo, la moderna Atma, la abundante Ultracomb- y del consumo de yogures que haya en cada casa; pero pocas inversiones prometen recuperar el capital inicial en dos o tres meses. Yogur y educación financiera pueden ir de la mano.

 

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