“Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas”, dijo alguna vez quien dejó en Misiones algunos de sus años más intensos. Horacio Quiroga recreó como nadie en cada una de sus obras a la tierra colorada. Un espacio entre la urgencia de la naturaleza y la belleza de la lejanía. En el corazón de ese mundo se crió Majo Staffolani en el seno de una familia humilde, pero soñaba con dirigir cine. Hizo carne el pensamiento del escritor y luego de superar casi de modo milagroso un diagnóstico de una enfermedad autoinmune que prometía terminar con ella en un par de meses, llegó a dirigir una serie para Disney y hoy, con sus 33, es reconocida como directora y guionista de cine y televisión, mientras lanza un podcast de entrevistas.

“Tuve una infancia muy feliz -relata-. Nos criamos en la calle haciendo deporte todo el día con los vecinos. Era un sueño. Nacer en el Eldorado fue lo mejor que me pudo haber pasado. Un pueblo en el que no existía la inseguridad, los miedos, nada raro. Todo era una maravilla. Una vida que hoy sería impensada, improbable, imposible, para nosotros fue viable. Estar hasta las cuatro de la mañana jugando al fútbol y al básquet con los vecinos en el barrio. Casi que suena raro ponerlo en palabras”.

Sin ningún tipo de explicación, desde muy niña nació en Majo la necesidad de comunicar. Asegura que desde entonces fue muy intensa. Nadie a su alrededor trabajaba en los medios de comunicación, en el cine, en la publicidad. A los ocho años ya estaba conduciendo una sección dentro de un programa de televisión, en canal 4. El ciclo se llamaba El Radar. Y su sección era Chicos en Acción.“Entrevistaba gente en la calle y le preguntaba su opinión sobre las futuras generaciones -recuerda-. La gente se reía mucho, pero yo estaba en mi salsa. Más tarde me di cuenta de que a mí me gustaba en serio preguntarle cosas a la gente. Soy una conversadora serial desde que tengo recuerdos. Desde los dos años que que me gusta hablar y también escuchar”.

Recuerda a su mi mamá mostrándole fotos y a su papá leyéndole libros. No recuerda haber tenido nunca un juguete. Ya en la adolescencia tuvo dos programas de radio. El primero se llamó el Radar y el segundo Sin barreras. “Eldorado para mí fue siempre el lugar donde fui yo. Aunque haya sido incómodo para muchas personas”, afirma.

Para Majo hay infancias con limitaciones. No cree que hoy, aun haciendo las cosas de manera correcta, eso asegure que vayan a ir bien. “Tenemos que crear un mundo con mayores posibilidades con igualdad y con privilegios para todos. No creo en la meritocracia. No voy a romantizar que tenía cuatro o cinco trabajos en simultáneo y dormía dos horas por día. Eso está mal. Si yo hubiese contado con algunos privilegios, quizás hubiese podido ser otra artista. Estoy muy contenta con quien soy, pero suelo preguntarme qué hubiese sido si hubiera contado con mayores privilegios”.

El cambio de vida

“Yo no llegué al cine -dice terminante-, el cine llegó a mí”. Majo vivía en Eldorado, en una casa en Almagro con tres amigos. Uno de ellos fue quien le avisó que en la esquina se había abierto una universidad, con inscripciones para producción y le sugirió anotarse. “Fui con con mi DNI y catorce pesos para la cooperadora -recuerda-. Me inscribí en lo que ahora se llama Universidad Nacional de las Artes, hice un curso de ingreso que duró tres meses e ingresé”. Le fue muy bien, obtuvo un buen promedio, a pesar de que se sumergió sin saber bien de qué se trataba. “Creía que tenía que ver con la comunicación. Me acuerdo que, en la primera clase de guión, un compañero me preguntó por qué me había anotado en cine, y que yo dije: ¿cómo que en cine?”.

Mientras la vida navegaba detrás de conseguir algunas metas, un desafío la puso al límite. Le detectaron una insuficiencia suprarrenal autoinmune y le dijeron que se iba a morir. “Allí pensé que eso realmente podía pasar -relata-. Como toda enfermedad de este tipo, no tiene cura. Pero me curé. Salí de allí con fe, con muchísima fe. No tenía idea de Dios, no era creyente. Pero en esos momentos te aferrás a la fe. Creo que el empezar a proclamarme sana me sanó. Estoy segura de lo que digo, porque clínicamente no hay ninguna explicación” Tuvo el acompañamiento de su mamá, Cristina, y de sus hermanos, Juan Pablo y Luciana.

Fue un tiempo que disparó la creatividad. Majo decidió asomar a diferentes expresiones artísticas para dar voz a todo lo que la incomoda. “Me siento muy incómoda en este mundo -afirma-, muchas veces muy triste, el mundo no está hecho para mí. Mis tres películas tienen temática LGBTIQ+, porque creo que tenemos que seguir hablando de esto. Cuando ya no sea necesario, seguiré utilizando al cine como una herramienta de transformación social”.

Cuando recién había terminado su segundo film, le llegó una propuesta de un productor mexicano para participar en una serie infanto juvenil con personas con discapacidad para Disney, de la que dirigió cuatro episodios. Se trata de “El poder de los girasoles”, “una serie idea maravillosa que por primera vez tiene a personas con discapacidad como protagonistas -explica Staffolani-. Por entonces llevaba catorce años trabajando en temas de inclusión, pero la cantidad de aprendizaje que representó fue incontable. Creo que soy un poquito más sabia en ese aspecto. Aprendí más de lo que de lo que pude impartir. Fue la mejor experiencia de mi vida por lejos”.

En el medio, esta joven ya inició otro camino creativo: el del podcast. “Lo que hago es hablar con la gente. Lo hice con Sofía Pachano, Gastón Paul, Lucas Fridman que conduce el programa de Olga TV. ¿Cómo y dónde aparecen los desafíos? Por lo pronto levantándonos de la cama todos los días y tratando, por lo menos sin soberbia y con más compasión, de hacer de este mundo un lugar más amable. Soy libre y feliz cuando apago el celular y juego al básquet los domingos con mis amigos de Misiones. Hace mucho que no era tan libre y feliz”.

 

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