Tuvo su oportunidad de hablar en el debate oral que derivó en su condena por homicidio agravado. Tal vez ese 16 de enero del año pasado  Máximo Thomsen aún confiaba en que el asesinato de Fernando Báez Sosa quedaría como una anécdota más de las que sus acompañantes de tropelías acumulaban en las noches de Zárate, cobijados junto al fogón del poder político local. Esa tarde en Dolores miró desafiante al abogado querellante Fernando Burlando mientras pensaba bien las respuestas a preguntas de la fiscalía. Se le pidió que identificase en el video de la golpiza a quienes participaban en ese brutal ataque. Su contestación fue sintética: “No voy a responder sobre otra persona. Yo no soy. Veo una pelea”. La persona que pateó a Báez Sosa cuando este estaba indefenso en el suelo tuvo su oportunidad de hablar.

Pasados quince meses desde de la sentencia que lo mantendrá en la cárcel al menos durante 35 años, quiere hablar. Los asesinos -se los puede llamar así, después de todo tienen una condena ratificada- afirman que todo fue un engaño construido por el abogado Hugo Tomei, quien doblegó su voluntad de tal manera que no pudieron más que obedecer y caminar en silencio hacia la inevitable derrota.

Saber que la victoria es imposible y pese a eso avanzar en lugar de retroceder podría ser considerado un atributo de guapo. Extrañamente, un grupo de jóvenes de físicos entrenados en la rudeza del contacto corporal visualizaban la guapeza como si se tratase de un acto de abuso. No soportaban estoicos los golpes, sino que daban palizas.  Y probablemente pensaban que también estaban vapuleando al tribunal de Dolores. Ahora, conocida la verdad, gritan sobre una trampa. Un pensador contemporáneo diría que son guapos en el duro artes de arrugar.

Esta semana, finalmente, se rompió el pacto de silencio. Ese acuerdo de mentiras caducó, para usar palabras que son familiares para el grupo que atacó a traición y mató a puñetazos y patadas a Báez Sosa. Thomsen directamente a acusó a Enzo Comelli, otro de los condenados a prisión perpetua, de dar el puñetazo que noqueó a la víctima. El comediante Enrique Pinti definió alguna vez en sus maravillosos monólogos sobre costumbres argentinas que el destino del guapo, si realmente es guapo, es morir con una puñalada por la espalda que le propina su mejor amigo. Los cinco condenados a la pena máxima y los tres que deberán pasar 15 años tras las rejas ya tienen sus cuchillos en las manos. Por ahora, comparten un pabellón propio en la Alcaidía de Melchor Romero.

¿Mantendrán ese alejamiento del resto de la población carcelaria ahora que cada uno señala las responsabilidades de otros? “Máximo omitió proferir estos dichos porque tenía el mismo defensor que sus consortes de causa, los cuales podían verse perjudicados por tales afirmaciones. Tomar por caso que Comelli, que al haber sido el que asestó el primer potente golpe en la mandíbula, y de determinarse que fue la causal del deceso, podría haber respondido en solitario como autor de homicidio doloso”, se consignó en el escrito preparado por la nueva defensa de Thomsen para recurrir la decisión del Tribunal de Casación Penal, que confirmó el fallo de primera instancia.

Pocos días antes había elevado un recurso similar Matías Benicelli. Ambos piden la nulidad de la sentencia por una defensa técnica que no protegió sus derechos. Tomei sigue como abogado de otros condenados que comparten calabozo con aquellos que afirman que fueron forzados a dejar de lado sus propios intereses para protegerlos y que ahora los acusan. Deben ser todos muy guapos realmente para soportar el encierro al lado del que ya no oculta el puñal de la acusación. ¿Alguno pidió cambiar de alojamiento?

Detrás de esas presentaciones aparece  la idea primaria de anular un juicio que fue seguido en vivo por millones de personas.

Antecedentes de esos giros inesperados tienen como para sostener la última carta. Piensan en Carlos Carrascosa, por ejemplo, que tenía un destino similar en prisión por esa sentencia que Casación había impuesto en segunda instancia. Fue la Corte Suprema la que anuló el fallo por las deficiencias técnicas del proceso penal que había bloqueado a Carrascosa una revisión de lo actuado en Casación, ya que al revocar allí la absolución de primera instancia no podía considerarse un fallo firme.

Bastante diferente parece ser la situación de los condenados por el asesinato de Báez Sosa. Esas condenas fueron ratificadas por la segunda instancia de un tribunal de Casación. Esos mismos jueces tuvieron unos días después el expediente del homicidio de María Marta García Belsunce y sorprendieron al definir la condena del hasta entonces absuelto Nicolás Pachelo

 

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