Andrea y Sergio repiten el ejercicio mental que hicieron cientos de veces y llegan a la misma conclusión. Nada de lo que pasó el 3 de agosto de 2020 preanunciaba que al día siguiente estarían llorando la muerte de Leandro, su hijo de 17 años. En los audios que les dejó, les decía que los amaba con toda el alma y se disculpaba:

–Perdón por haber fracasado.

Aquel 4 de agosto, Leandro Latorre se suicidó en el patio de su casa natal, en la localidad rionegrina de Ingeniero Huergo, la misma que lo había visto partir a los 14 años rumbo a Mar del Plata para sumarse al plantel juvenil de Aldosivi.

“Parecía que había nacido con la pelota en los pies”, lo recuerda Andrea, haciendo referencia a la enorme pasión que sentía su hijo por el fútbol. Había empezado a jugar en los clubes locales a los 5 años hasta que el pueblo empezó a quedarle chico.

Riesgo de suicidio: dónde recurrir en busca de ayuda

A los 13, cuando jugaba en Olimpo de Bahía Blanca, a Leandro le llegaron ofertas de clubes grandes. “River lo quiso, pero le ofrecía hospedarse en una pensión externa y no lo vimos seguro para un chico que estaba por cumplir 14 años. Así que nos inclinamos por Aldosivi, donde la pensión estaba adentro del predio”, explica Sergio, mientras Andrea asiente.

El Pola, como le decían a Leandro, estuvo ligado a la institución marplatense unos tres años. Según Sergio y Andrea, esa relación comenzó a desgastarse en el peor de los sentidos cuando el adolescente se lesionó. Primero, se dislocó el hombro. Después pasó por una pubalgia. Y finalmente, un desgarro en el isquiotibial.

Entre recuperaciones y recaídas, a Leandro le dijeron, primero, que se quedaba sin pensión: podía pasar el día e incluso comer en el club, pero a la noche debía irse a dormir a otro lugar.

Sus padres viajaron enseguida para alquilarle un departamento bien cerca del club. Tenía 16 años. “Cuando pasamos a buscarlo, no había ningún adulto con él que nos diera una explicación. Estaba rodeado de sus compañeros, adolescentes como él, que lloraban por la situación, porque era un chico muy querido”, recuerda Andrea.

Seis meses más tarde, mientras se recuperaba del desgarro e iba camino a su ciudad a pasar las Fiestas con su familia, el club lo dejó libre. Fue Sergio el encargado de darle la noticia. “Todavía tengo en mi escritorio el estudio que le hice cuando Lean volvió, que muestra que todavía estaba desgarrado cuando el club lo desafectó”, dice el hombre, que es Juez de Paz en Villa Regina, una ciudad vecina a la suya.

Para la pareja, que tiene cinco hijos, hubo un momento en el que el club dejó de tener un trato humano hacia su hijo y perdió de vista que se trataba de un adolescente. Ese momento, marcan, es la incorporación de un nuevo coordinador de Fútbol Juvenil del club. “Lean nunca se quejó, porque él era feliz cumpliendo su sueño. Pero nos consta que ese coordinador no tenía un buen trato con los chicos”, dice Andrea.

Entonces cuenta una anécdota. En el entretiempo de un partido en el que Aldosivi perdía, Leandro, lesionado y ya viviendo fuera de la pensión, se acercó al vestuario a arengar a sus amigos. “En eso entra el coordinador pegándole una patada a la puerta y empieza a insultar al equipo. Cuando ve que estaba mi hijo, le dice al resto: ‘Si no se rompen el culo, van a terminar como Latorre, sin pensión’. ¿Cómo impacta eso en la salud mental de un chico? La psicóloga del club siempre nos decía que el Pola estaba bien, pero no lo fue a ver ni una vez mientras vivió afuera de la pensión”, se enoja Andrea.

Cuando repasan lo vivido desde que Leandro empezó en Aldosivi, Andrea y Sergio sienten lo mismo: que el club usó a su hijo mientras le sirvió y después lo desechó. “Vivís en la pensión y te hacen sentir que el fútbol es todo. Entonces te lesionás y te hacen creer que no servís más. Eso es muy duro para cualquiera, pero imaginate para la autoestima de un chico. Lamentablemente nadie se preocupa por la salud mental de los chicos de los clubes”, reflexiona Sergio.

Sin cobertura médica y solos durante la noche

Según una investigación de LA NACION, ningún organismo de protección de derechos de infancias y adolescencias controla el funcionamiento de las pensiones de los clubes, en donde viven niños y adolescentes desde los 10 años. Son las únicas instituciones de este tipo que no son supervisadas por un organismo estatal. Tampoco lo hace la Asociación del Fútbol Argentina (AFA).

Tampoco existen datos precisos sobre cuántos niños y adolescentes viven en estos espacios, de qué manera los tratan, cómo estudian, quién los ayuda con la tarea, qué cobertura médica les dan, qué apoyo psicológico reciben y qué tan seguido ven a sus familias, entre otros derechos que, según la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de la Nación, deben ser garantizados.

Más allá de esa falta de información, un relevamiento de 2019, encargado por la Superliga Argentina de Fútbol (SAF), la asociación civil que entre 2017 y 2020 estuvo a cargo de la organización de los torneos de primera división de la AFA, advertía que, entre 24 pensiones relevadas, había desde residencias con solo dos inodoros y una ducha para 22 chicos hasta espacios en donde grandes y chicos dormían y compartían habitación sin criterio de edad. Revelaba también que había chicos que tenían que ir por sus propios medios al colegio, no tenían cobertura médica o quedaban solos durante la noche.

La falta de supervisión resulta más grave si se piensa en los cuatro adolescentes que fueron víctimas de abuso sexual mientras vivían en la pensión de Independiente. La causa judicial, iniciada en 2018 y por la que fueron condenados cuatro adultos, mostró el nivel de vulnerabilidad al que quedan expuestos los chicos que crecen lejos de su familia y sin los cuidados adecuados.

“En el tiempo en el que viven en el club, los chicos forjan una identidad ligada a esa institución. Para ellos es muy importante pertenecer a esa entidad que tiene determinados colores y un logo. Comunicarles que dejan de pertenecer es un asunto muy delicado. Hay que ayudarlos a trabajar esa frustración y hacer un seguimiento después”, sostiene Marisa Graham, titular de la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes de la Nación.

Si bien no hay cifras exactas acerca de cuántos de los chicos que comienzan su formación como futbolistas llegan a jugar en primera, dirigentes, managers e investigadores del mundo del fútbol hablan de un porcentaje que oscila entre el 1% y el 5%. Es decir, que al menos el 95% de los niños y adolescentes no alcanza ese sueño.

“Se fue a dormir sin darnos un beso”

En el caso de Leandro, no hubo ningún tipo de seguimiento después de la desvinculación. El club, dicen sus padres, jamás se comunicó para ver cómo estaba. Como le quedaba cursar 5° año del secundario, acordó con Andrea y Sergio que el chico se quedaría en su ciudad hasta recibirse. A causa de la pandemia, debió postergar el plan de mantenerse activo en un club local. “En agosto se había relajado bastante el tema del confinamiento, así que Lean salía a entrenar y, cuando era posible, veía a sus amigos”, recuerda Sergio. Tanto él como Andrea aseguran que se lo veía entero, sin muestras de tristeza o depresión.

“La noche anterior, mientras cenamos, me dijo que quería comenzar una dieta proteica a partir del día siguiente. El único detalle que nos llamó la atención esa noche fue que se fue a dormir sin darnos un beso, como hacía todas las noches. A eso de la 1:30 lo escuché ir a la cocina, pero nunca sabré para qué”, relata Andrea.

Durante los días más oscuros de su proceso de duelo, la mujer no se perdona no haberse levantado aquella madrugada para abrazarlo y decirle cuánto lo quería. A Andrea le llevó dos meses poder escuchar los mensajes que Lean le había dejado antes de terminar con su vida. Son mensajes de amor hacia sus padres, sus hermanos y sus amigos. Les pide perdón por haber fracasado y no haber podido cumplir su sueño con el fútbol.

“Nos dice que sentía que nos había defraudado. Que no se sentía bien, que veía todo negro y que, aunque nos amaba con el alma, estaba cansado”, recuerda Andrea, emocionada. Después de que se llevaran el cuerpo de su hijo, la mujer descubrió, entre la ropa para lavar, una camiseta sucia de Leandro. Así como estaba, fue la funda de su almohada durante meses. Le llevó años volver a mirar partidos de fútbol.

Aunque el tema todavía les cuesta, Andrea y Sergio acceden a hablar con LA NACION porque sienten que generar conciencia sobre la falta de control en el manejo de las pensiones de los clubes es el legado que les dejó su hijo. Dos años después de la muerte de Leandro, Samuel Rebollo otro juvenil de Aldosivi, se suicidó semanas después de que el club lo dejara libre.

“Los chicos que viven en las pensiones son criaturas. Es importante que haya gente especializada a su cargo”, dice Sergio. “Y también que las familias estén cerca de sus hijos”, agrega Andrea. “A los hijos uno les quiere sacar el dolor, impedir que sufran, pero no se puede”, concluye. “Con Lean no pudimos”.

Más información

En las guías Hablemos de Suicidio y Hablemos de Depresión, de Fundación La Nación podés encontrar información sobre señales de alerta, a dónde recurrir en busca de ayuda, cómo acompañar a personas en crisis y mucho más sobre problemáticas. 

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