VENECIA.- Poco antes del mediodía, en la solemne sala de Ća Justiniani, sede de la Fundación Bienal, se escuchó el nombre de La Chola Poblete, así como suena, como ella se siente y como conquistó un galardón en la Bienal más antigua y más importante del mundo: siendo ella misma. Aplausos, lágrimas y una emoción compartida por los argentinos presentes. El jurado integrado por JuLia Bryan-Wilson (Estados Unidos), Alia Swastika (Indonesia), Chika Okeke-Agulo (Nigeria), Elena Crippa (Italia) y María Inés Rodríguez (Colombia) le otorgó la mención al artista contemporáneo, en un ruedo donde compiten más de 300 artistas, sin contar los envíos nacionales. Fue una ceremonia sincera y llena de sentidos, a tono con el tema de esta 60 edición, Stranieri Ovunque. Un día inolvidable para el arte argentino, que suma esta nueva distinción al León de Oro a la Trayectoria de León Ferrrari; el Gran Premio de Julio Le Parc en 1966 y el Gran Premio de Grabado de Antonio Berni, en 1962.

Pessoa íntimo: una pequeña cama, la máquina de escribir negra y cientos de libros que parecen volar

La Chola fue seleccionada por el director de la 60 Bienal para colgar en las paredes ladrilleras de los Arsenales venecianos sus acuarelas místicas, expresivas y muy argentinas en el tono de las palabras y en las leyendas incorporadas, que traducen el imaginario colectivo en el lenguaje cotidiano.

Anoche, en un envío a este diario, daba cuenta del éxito de las obras de La Chola que ya formaban parte de la colección de la Fundación Inhotin, de Minas Gerais, Brasil; de la colección de Eduardo F. Costantini, de Buenos Aires, y de la colección del Masp, de San Pablo.

La Chola llegó a la cima en menos tiempo del pensado, una carrera asombrosa, primero con la guía certera e inteligente de César Abelenda (Pasto) y luego con Nahuel Ortiz Vidal, director de Barro, que en cuarenta cinco días la presentará en Art Basel, el relojito suizo del arte donde están, y venden, los artistas que cuentan. Allá irá La Chola en un vuelo de altura con la medida de sus sueños, que ignora fronteras y tiempos.

¿Habrá imaginado en su Guaymallén natal que estaría un día en una mesa de amigos, artistas y coleccionistas brindando por el lugar conquistado para el arte argentino en la Plaza de San Marcos, Venecia? Cuenta Nahuel que fue la mejor alumna de su clase y que en un año se fijó como meta aprender inglés para salir en forma a la arena internacional. Apenas levanta la mirada sonríe; se la ve feliz, escoltada por su madre y su hermana que la acompañan en el momento de gloria. Vestida de gaza negra, con algunos brillos y algunos tajos, posa para las fotos con el trench de cuero apoyado sobre los hombros. Con maquillaje y uñas perfectas, sube al estrado. El director de la Bienal, Adriano Pedrosa, y el presidente de la Fundación, Pietrangelo Pietrafuoco, le entregan el diploma. “Lo primero que pensé cuando me llamaron para darme la noticia fue que tenía que decir palabras con sentido, un discurso que explicara el valor de estar acá para mi y para todos los argentinos que recibieron educación pública”.

Ha preparado su discurso y no titubea. No le tiene miedo a las palabras, tampoco tiene dudas de su lugar en el mundo. Hay flores por todas partes, champagne, abrazos, risas, llantos y sorpresas.

De pronto, se suman a la larga mesa de la Piazza de San Marco, Gabriel Chaile y Matías Ercole, que han venido a celebrar a su amiga y son parte de esta fiesta, mientras la banda del Florian toca (desafinando como siempre) “La vie en rose”. El momento es perfecto… y el mundo tan incierto. En Venecia hizo historia el tucumano Chaile, con Cecilia Alemani en la 59 edición. Marcó un camino, fortaleció la identidad, “si nos compramos una peluca podemos intercambiar papeles”, dicen que dice Chaile, ahora con rutilante remera del equipo de Francia. Y se parecen. La Chola recorrió el camino del reconocimiento primero en Pasto, la galería de César Abelenda, que la llevó a ARCO, donde se cruzó con la reina Letizia y empezó a crecer, junto a la artista, el personaje, la performer que se abría camino con una estética personalísima. Luego siguió su camino con Nahuel Ortiz Vidal, en Barro, y llegó la oportunidad.

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La Bienal, que comienza hoy para el público ha sido una sorpresa, un cambio de paradigma, una inspiración de su director, cuando pensó en Stranieri Ovunque. Una experiencia transformadora que deja más preguntas que respuestas y mira a donde nadie mira. Hasta el 24 de noviembre puede vistarse en los Giardini y en Los Arsenales.

Leones del jurado

La instalación inmersiva de Archie Moore para el pabellón de Australia, Kith and kin (Parientes y amigos), se llevó el León de Oro a la mejor participación nacional en la 60ª Bienal de Arte de Venecia. En esta edición, los indígenas han conquistado la escena y es el caso de Australia: la obra de Moore es una celebración de la resistencia de los aborígenes australianos, la cultura continua más antigua de la humanidad, que a lo largo de la historia ha sufrido numerosos intentos de aniquilación, física y cultural. El artista, de origen Kamilaroi y Bigambul por parte de madre y británico y escocés por parte de padre, dibujó con tiza blanca el árbol genealógico que se remonta a 65.000 años atrás.

El jurado dio una mención especial al pabellón de Kosovo por la instalación The Echoing Silences of Metal and Skin, en la que Doruntina Kastrati muestra la precarización de las condiciones de trabajo, especialmente para las mujeres, tras la guerra Kosovo de 1999. El proyecto consta de cuatro esculturas de resonancias metálicas que aluden a las historias de las empleadas de una fábrica de dulces turcos en Prizren. Las mujeres producen diez mil cajas de dulces por día. Su trabajo lo realizan de pie, por lo que casi la mitad de ellas tienen que someterse a una cirugía de reemplazo de rodilla.

Con una maravillosa obra que está a la entrada de los Arsenales, el colectivo Mataaho, de Nueva Zelanda, ganó el León de Oro al mejor participante de la exposición central, curada por Pedrosa. Takapau es una instalación hecha con cintas que producen un efecto visual muliplicador bellísimo.

La artista nacida en Jerusalén Samia Halaby, de 87 años, compartió con La Chola Poblete las menciones especiales del jurado. Los premios a la trayectoria fueron para Ana María Maiolino,, extraordinaria artista que nació en Italia pero se crió en Brasil y para el artista turco Nil Yalter.

 

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