Tal vez resulte extraño saber que, si bien estábamos en el lugar de los hechos (en La Merced Chica, a 10 minutos del aeropuerto de Salta), la entrevista con la dueña y con la gerenta general del hotel Finca Valentina se dio en una de las mesas del comedor… por Zoom. Valentina Ghilardi y Soledad Battilana (“la mente de la finca”, en palabras de su jefa) estaban en ese momento en Italia. La primera, porque retornó a su país hace unos años, después de haber vivido varios de sus fundamentales en la Argentina; la segunda, porque Valentina invita allí cada año a una de sus empleadas para que sigan ampliando sus horizontes y conozcan sus proyectos hoteleros allá. Un (dorado) botón de muestra de lo íntimo y amoroso que es el lazo que une a la comunidad de mujeres que maneja este lugar.

En el principio

“Fabrizio y yo somos de Milán; nos conocemos desde chiquitos. En un momento, antes de siquiera estar de novios, él se tomó un año sabático para viajar. Llegó a la Argentina, se enamoró del Norte, se enamoró de Salta y decidió quedarse a vivir un tiempo. Por ese entonces, yo estaba trabajando en un estudio de arquitectura de Londres y le escribí para me ayudara a planear un viaje. Llegué, me enamoré de Salta y me enamoré de él. Vivimos tres años entre Londres y Salta, y finalmente nos mudamos y terminamos viviendo diez años allí, donde nacieron nuestras hijas”.

“El hotel nació por casualidad: sin mucho que hacer lejos de mi trabajo, empecé a recibir a los turistas de Socompa, la entonces incipiente empresa de viajes de aventura de mi marido. Pensá que hace veinte años, Salta no era un destino tan explotado turísticamente en la Argentina y, menos que menos en el exterior. Fabrizio empezó a invitar amigos, a planearles viajes por la Puna, y poco a poco, Socompa se hizo realidad”.

Sos arquitecta y milanesa: mejor combinación, imposible. ¿Qué tipo de arquitectura hacías antes de venir?

En Londres hice sobre todo arquitectura residencial, pero mucho más moderna. Acá decidí mantener la arquitectura de campo, por el entorno, y porque, en consecuencia, eso es lo que la gente sabía hacer muy bien. Ahora todo se modernizó mucho, pero no era el caso en ese entonces.

¿Hay algo de ese tipo de construcción que no conocías?

No tanto: es similar a lo que se hace en las casas de campo italianas, fuera de algunos detalles, como las columnas. Lo que es totalmente diferente es la galería, algo muy argentino. Sin abandonar el espíritu colonial y de campo, lo que buscamos es comodidad y la actualidad en una casa de familia que fue mutando.

Un equipo muy especial

Hay una comunidad de mujeres que maneja el hotel de manera única: está todo tan impecable que parece increíble que ahora estés viviendo lejos de acá.

La idea siempre fue contratar a personas de la zona (porque estamos en el medio de la nada) y crear un lindo ambiente de trabajo, empezando porque todos fuéramos parte responsable del proyecto. Por ejemplo, en la cocina trabaja María desde hace 15 años: yo traje recetas italianas y ella les dio su toque argentino; siempre es un construir juntas. Mónica es una joya, cuida la finca como propia.

Mucha gente viene y no sabe quién es Valentina: puede ser María, puede ser Mónica, puede ser Sole. ¡Puede ser cualquiera Valentina!

Arq. Valentina Ghilardi, dueña de Finca Valentina

“Desde el primer momento sentí ese espíritu de comunidad. Tiene que ver con el modo de ser y de gestionar de Valentina, y no hay manera de no quieras sumarte a algo así. Hay una energía recíproca: si tenés una persona que te hace sentir cómoda, trabajás cómoda”, acota Soledad Battilana, gerenta general y una de las incorporaciones más “recientes” al equipo, hace seis años.

¿Les parece que el turismo se puso más exigente?

Soledad: Después de la pandemia cambió, ya que empezó a venir el argentino, que es más exigente en algunos aspectos. Por ejemplo, estamos cambiando los termotanques eléctricos por otros de energía solar, porque el argentino se puede dar un baño de 20 minutos, mientras que el europeo (para quien estaba inicialmente pensada Finca Valentina) no tiene esa costumbre. Pero cuando la gente llega, no exige más de lo que hay. Se van más satisfechos de lo que creían, pero es por el ambiente.

Valentina: Por otro lado, el extranjero llega al hotel, se va a su excursión y vuelve a la noche, mientras que el argentino se queda más a disfrutar de la finca en sí. Recién ahí añadimos los juegos de muebles de exterior.

Nos gustó que el pasto esté seco, aunque no sea fotogénico, por el respeto que representa a la realidad del clima y a la época del año. [En el momento en que fuimos, había una sequía durísima].

El agua es un tema. Se riega, pero no hay agua suficiente para todo el parque; se secaría el pozo. Y yo nunca quise usar agua que no fuera del pozo, ni tener botellas plásticas, por un tema ecológico. Hace veinte años empezamos con el reciclado, también de agua, y esa es la que usamos para el riego. También somos autónomos en cuanto a la energía.

¿Por qué aceptaste salir en Living?

A mí siempre me encantó la revista, al margen de que significa un pasaporte a la Argentina. El estilo de la finca pega con lo que ustedes publican, con su calidez. Tenemos una política de precios que, a mi entender, conforma a un viajero que sabe apreciar donde está, que entiende el lujo como nosotros lo entendemos y que no pretende que lo esperemos con una bata caliente. Son elecciones que se hacen. En eso y en el gusto, hay una filosofía que nos acerca a Living.

“En Salta no conocía a nadie, ¡y quería charlar con alguien! Como no podía salir al mundo, me dije: ‘Que el mundo venga a mí’. El hotel fue la forma que encontré, que me pareció linda y divertida”.

“Yo quiero ofrecer un poco de la experiencia que nosotros mismos tuvimos acá. Al principio solo había una construcción muy chiquita en lo que hoy es el casco principal. Esa casa era nuestra casa. Fuimos mudándonos por el predio a medida que ampliábamos”.

Valentina decoró personalmente las once habitaciones de la finca, distribuidas entre la casa principal, dos cabañas y una casa independiente para recibir familias.

 

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