En la calle Ugarteche 3050 de la ciudad de Buenos Aires, pleno corazón de Palermo, se encuentra el acceso a un imponente edificio que deslumbra por su elegancia y por el estilo francés de su fachada. Si uno se asoma desde el exterior a los enormes portones de este complejo de departamentos, es posible también descubrir la belleza de su patio central, con su característico reloj de cuatro caras. Esta construcción, que claramente remite a un tiempo de opulencia porteña que quizás no vuelva, es conocida desde su creación, allá por el año 1929, como el Palacio de los Patos.

Además del esplendor que hoy conserva casi como en sus días primeros, a la historia de esta distinguida obra hay que añadirle que, a través de los años, fue el hogar de ilustres figuras de la sociedad porteña, de los más variados rubros.

Una idea traída de París

En su completo libro Historia del Palacio de los Patos, Jorge Ercasi hace una ingeniosa chanza al señalar que el edificio, al igual que los bebés, también vino de París. Eso se relaciona con que el primer propietario y el quien tuvo la idea de levantar esta obra en la calle Ugarteche, entre Cabello y Juan María Gutiérrez. Era un empresario de la construcción y hacendado de origen vasco, nacido en Uruguay pero instalado en la Argentina llamado Alfredo Chopitea. En 1925, en uno de sus viajes por la capital francesa, este hombre se deslumbró con una construcción edilicia y de inmediato quiso hacer una réplica de ella en Buenos Aires, que en aquellos tiempos, mediados de los años ‘20, parecía predestinada a ser “la París de Sudamérica”.

Como todo porteño acaudalado no se andaba con chiquitas. “Chopitea buscó al arquitecto que había hecho ese edificio y le pidió que hiciera los planos de acuerdo al terreno que le proporcionó, de 4400 metros cuadrados, o media manzana”, cuenta a LA NACION Cecilia Callebaut-Cardu, presidenta de la Junta de Estuidos Históricos de Palermo. El francés que recibió el pedido por parte del millonario rioplatense era Henri Azière, que cumplió pronto con su encargo sin haber puesto un pie en la ciudad de Buenos Aires.

Nelly Moss, esposa de Alfredo Chopitea, que estuvo internada en Suiza durante cuatro años para tratar su tuberculosis, regresó de Europa en 1926. En su vuelta con sus cuatro hijos en el buque Andes le trajo a su marido, en un enorme tubo de hojalata, los planos diseñados por el arquitecto francés. Comenzaba a gestarse la construcción del edificio de renta que hoy es un emblema arquitectónico del barrio de Palermo.

Pero la obra de Azière no colmó las expectativas de Chopitea. El diseño tenía menos departamentos de los que esperaba el propietario, y más grandes. Además, el patio central era muy amplio y, al revés, los ocho espacios distribuídos en el interior del complejo, eran diminutos. Entonces, apareció otro arquitecto para hacer modificaciones sensibles en el proyecto original.

Así, el arquitecto argentino Julio Senillosa, que además se hizo cargo de la dirección de la obra, realizó un nuevo plano que incluía departamentos más pequeños y en el que se contemplaba un patio central más reducido y los demás patios más grandes, para que cada vivienda recibiera una mayor dosis de aire y de luz. “Senillosa enriqueció el proyecto -asegura Callebaut-Cardu-. Hizo que todo fuera menos un bloque, y todo más espacioso y agradable”. En resumen, de la idea original de Azière quedó solamente la fachada con su estilo academicista francés que continúa fascinando a los porteños.

El origen de su nombre

Así, en aquel entonces y hoy el Palacio de los Patos, que se construyó entre 1926 y 1929, cuenta con un total de 144 departamentos de 70 m² , 140 m² y 180 m² , agrupados en seis cuerpos, cada uno de ellos con una planta baja y seis pisos, que conforman un total de 22.000 m² cubiertos. Además, más de la tercera parte de la superficie del complejo de Ugarteche 3050 lo ocupan los patios o jardines internos, todos ellos embellecidos con plantas y prolijamente cuidados. En los pasillos y espacios comunes se lucen los mosaicos rojos, blancos y negros, los vitreaux que adornan muchas aperturas y las escaleras de mármol.

Callebaut-Cardu cuenta que este construcción conserva las puertas de madera originales. Al respecto, añade: “Es un edificio que está muy bien cuidado, los vecinos son muy cuidadosos. Desde el principio, y hasta el día de hoy, siempre hay inquilinos en lista de espera, porque la gente quiere vivir ahí, es algo que se siente como un privilegio”.

En cuanto al nombre de este emblemático complejo de departamentos, la creencia popular le atribuye dos orígines. “Una de las versiones dice que, a causa de la crisis de 1929, justo cuando se termina el edificio, muchas familias de alcurnia debieron vender sus residencias muy importantes y se mudaron a este complejo porque con su estilo palaciego no se sentían disminuídos”, cuenta Callebaut-Cardu y explica que en la jerga lunfarda, “pato” se le dice a una persona que carece dinero. Viene de la idea de que el plumaje de esas aves, aun mientras flotan en el agua, siempre permanece seco, que es también sinónimo de estar sin un peso.

La otra explicación acerca del nombre de este palacio tiene que ver con la existencia, en las proximidades de la zona, de un río o laguna donde nadaban los palmípedos que habrían dado su nombre a la construcción. Pero según dice Ercasi en su libro, ese cuerpo de agua ya había sido entubado muchos años antes de que Chopitea levantara su obra más memorable. “Los patos que podrían haber nadado en esas aguas nada tenían que ver con los ‘patos’ de esta historia”, escribió el autor del libro sobre el Palacio de los Patos.

Varios edificios de viviendas para alquilar levantó Chopitea antes y después del Palacio de los Patos. Entre ellos, el Palacio de los Gansos, ubicado sobre avenida Las Heras al 1800. Pero hubo una obra que empezó a construir en la esquina de Las Heras y Scalabrini Ortiz que terminó siendo su cruz, ya que se le dificultó mucho financiarla. Para cubrir estos gastos, el hacendado decidió desprenderse de parte de sus campos, y de sus propiedades. Así, puso a la venta los 144 departamentos de su creación más querida, que hasta entonces tenía en alquiler.

La gran afinidad de los vecinos con ese edificio se manifestó en que, en junio de 1957, casi un año después de poner las unidades en venta, solo quedaban 16 departamentos sin vender o escriturar. La gran mayoría de los vecinos que rentaban se convirtieron en dueños de su vivienda. ”Hoy es muy difícil comprar un departamento ahí porque no hay tantos a la venta, es prácticamente un bien familiar. Hay familias que se mudaron al principio y heredaron y siguen siempre ahí”, dice la presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Palermo.

Los vecinos célebres

Uno de los motivos por los que este edificio fue distinguido como Testimonio vivo de la memoria ciudadana por el Museo de la Ciudad de Buenos Aires es, además de su arquitectura, la cantidad de habitantes célebres que ha tenido a través de los años.

El listado es practicamente interminable teniendo en cuenta que el complejo tiene 95 años de antigüedad, pero se pueden citar, para tener una idea, a la actriz Luisa Vehil, la cantante Gina María Hidalgo, el integrante de Les Luthiers, Daniel Rabinovich, el periodista Adolfo Castello, Rosa González Delgado, viuda del presidente Roque Sáenz Peña, el escritor e historiador Carlos Holmberg, el crítico Emilio Stevanovich, la pintora abstracta Martha Peluffo. Más acá en el tiempo, fueron vecinos de este palacio Julieta Ortega, Charly García, Ginette Reynal y Matías Nisenson. Allí también nació, en el año 1930, el padre Carlos Mugica. “Era el edificio de Buenos Aires con más apellidos ilustres por metro cuadrado”, resume un vecino en el mencionado libro de Ercasi.

Más allá de las dificultades para encontrar un departamento que esté en venta en esta emblemática construcción porteña, en las páginas de inmobiliarias en línea es posible hallar un par de ellos. Para tener una noción de lo que cuestan, en redes se exhibe una unidad de dos ambientes a US$260.000, en tanto que uno de ocho ambientes se ofrece a US$810.000. Otra vivienda de tres ambientes se encuentra disponible para alquilar por US$3000 mensuales.

“Es muy agradable la forma de vida que se puede tener ahí. Es muy silencioso y tiene un reglamento del año 1956 que todavía se respeta”, describe Callebaut-Cardu, que añade que son los propios propietarios los que administran el complejo y que eso hace que se encuentre “muy bien cuidado”.

Símbolo de la suntuosidad porteña de tiempos mejores, el Palacio de los Patos conserva la elegancia y armonía que le imprimieron sus arquitectos y es todavía, pese a sus casi 100 años de vida, ese hábitat distinguido de Palermo donde muchos porteños amarían vivir.

 

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