En la antigua Roma las celebraciones a las dedicadas a Venus, diosa de la fertilidad y del amor, eran más que frecuentes, sobre todo en el mes de abril. Los romanos bebían vino en grandes cantidades, bien mezclándolo o con agua en función del ambiente que había.

Y es que esta bebida tan popular se consumía tanto en los banquetes privados que se celebraban en las casas particulares como en las cauponas, las tabernas donde se servían bebidas y comidas calientes.

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Hay una leyenda muy antigua que dice que el vino que consumían los romanos no era de gran calidad y no tenía buen sabor, ya que estaba producido en grandes vasijas de cerámica y era aderezado con hierbas y especias que hacían que esté considerado como un vino más ácido y más desagradable que el actual.

Pero lo cierto es que un estudio que ha sido publicado por la revista Antiquity por los investigadores Dimitri Van Limbergen y Paulina Komar, cuestiona la idea generalizada de que la calidad del vino romano no era buena.

Los romanos utilizaban una especie de tinajas llamadas ‘dolia’ que los vinicultores romanos recubrían su interior con una capa de brea elaborada con resina de pino; mientras que los actuales georgianos prefieren usar una capa de cera de abeja.

«Los romanos conocían muy bien las diferentes técnicas para dominar y alterar las cualidades de sus vinos. Al variar el tamaño, la forma y la posición de las ‘dolia’ podían tener un gran control sobre el producto final», afirma Van Limbergen.

 

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