Lo que convenció a Karen Roos (directora de la revista Elle Sudáfrica entre 2005 y 2011) y a su marido, el magnate de medios sudafricano Koos Blekker, de comprar Babylonstoren es que, en sus casi 250 años, nunca había sido oficialmente “restaurada”. Para Roos, las tareas a desarrollar en la finca eran clarísimas: respetar su robustez, exhibir el legado de la historia, hacer más cómodos los espacios de manera discreta y honrar la tierra manteniendo los jardines que hace siglos abastecieron a los barcos que tocaban el Cabo de Buena Esperanza.

Estaban intactos los gruesos muros encalados típicos de tantos lugares cálidos, y también la inconfundible matriz colonial holandesa de esa parte del Cabo: las fachadas blancas con remates acampanados y los techos de paja.

La casa principal

Babylonstoren recibe a visitantes que vienen a pasar el día tras manejar apenas tres cuartos de hora desde Ciudad del Cabo. El programa es comer en alguno de sus restaurantes nutridos con la cosecha diaria de la huerta, catar vino, hacer una visita guiada por los jardines, comprar la miel o las esencias perfumadas que se elaboran in situ o asistir a algún taller. Lo más deseado, sin embargo, es ser húespedes dentro de sus variada opción hotelera. Hoy vamos a visitar la casa principal, de 1777, la experiencia más deseada, sin lugar a dudas.

Una de las anécdotas que más le gusta contar a Roos es la que se refiere al color del living. “Debajo de veintitrés capas de pintura encontré la marrón-ocre primera, que tan bien equilibra la madera oscura de las antiguas vitrinas holandesas. Si las paredes fueran blancas, se tornarían invasivas y pesadas. Las ‘molduras’ dibujadas con tres líneas (una turquesa, una blanca y una color caoba) están hechas a imitación de las originales”.

La biblioteca tiene una cuidada selección de libros, vitrinas con antiguas cerámicas de Delft y antiguos documentos de la época colonial para sumergirse en otra época.

El Versalles de las huertas, desde el aire

Los primeros holandeses llegaron a Sudáfrica a mediados del siglo XVII. Al margen de alimentar a los pobladores, el interés de establecer campos productores de granos radicaba en poder abastecer a las naves de a Compañía Holandesa de las Indias Orientales que tocaban el Cabo de Buena Esperanza antes de continuar su larguísima ruta comercial. De ello se deduce que sus huertos no fueran algo improvisado, más bien, todo lo contrario.

Copiando la alta productividad de los jardines de la Compañía Holandesa de Indias, Karen Roos y Koos Blekker decidieron contratar al arquitecto y paisajista francés Patrice Taravella para trazar uno semejante (dicen los libros de Babylonstoren que se asustó ante las dimensiones del proyecto, en un primer momento). Lo cierto es que la pareja tenía en mente este desarrollo turístico, si bien durante los primeros tiempos se instalaban acá los fines de semana.

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Una cocina que nunca dejó de usarse

Más allá de su legado, esta es una auténtica casa de campo y, por eso mismo, en la cocina se concentran la actividad y el encuentro. Los platos salen del artefacto inglés Aga de hierro fundido y esmaltado, verdadero lujo vintage, o del enorme hogar abierto en el extremo opuesto del ambiente.

Elegancia de época y confort en las suites

En el ala de los dormitorios, se mezclan una alfombra Aubusson, un biombo heredado y un antiguo sofá Luis XV en terciopelo capitoné con una composición de láminas y fotos enmarcadas encontradas en diferentes mercados de pulgas, canastos de rafia y lámparas italianas de brazo móvil.

 

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