Tres años atrás, Kylian Mbappé, el solito, destrozó a Barcelona, que todavía tenía a Lionel Messi. El temible delantero francés le marcó cuatro goles en la serie de los octavos de final que Paris Saint-Germain resolvió con comodidad. La gran influencia de Mbappé igual no fue suficiente a lo largo de los años para que PSG cristalizara su gran anhelo de conquistar la Champions League, obsesión de los dueños qataríes. No fue posible ni siquiera en las dos temporadas que Mbappé estuvo acompañado por Messi y Neymar.

En este curso, la figura se Mbappé se eleva más en un plantel con menos figuras y más sentido colectivo, el que intenta darle el extrovertido entrenador Luis Enrique. Es una situación un tanto extraña: Mbappé es el referente, el líder futbolístico, cuando al mismo tiempo es un futbolista en la rampa de salida, ya que anunció que a mediados de año se va, lo más probablemente a Real Madrid.

La sociedad PSG-Mbappé son conscientes de que están ante la última oportunidad conjunta de coronar la relación con la obtención de la Champions. Sería una salida con gloria, pero la apertura de los cuartos de final tomó un rumbo sombrío para ambos. En un partido que tuvo un segundo tiempo muy en línea con el tremendo 3-3 que el martes protagonizaron Real Madrid-Manchester City, Barcelona tomó París con un triunfo resonante por 3-2. PSG no perdía desde noviembre, cuando Milan le ganó por 2-1. El martes próximo, en tierra catalana, se conocerá al finalista.

Si este fue el último cotejo de Mbappé por la Champions en el Parque de los Príncipes, el recuerdo no será el mejor. Quedó en un segundo plano, con escasísima incidencia en un desarrollo muy entretenido, con dos vuelcos en el marcador: ganaba Barcelona 1-0, PSG se puso 2-1 y el conjunto de Xavi consiguió la remontada del 3-2. El saldo de Mbappé fue de tres remates, ninguno al arco. No gravitó en el primer tiempo, arrancando desde la izquierda, su lugar favorito, y tampoco se lo vio fino en el segundo tiempo, ya más de centro-delantero. Una imagen desteñida, quizá tanto como su relación con Luis Enrique, con quien ya tuvo más de una diferencia de criterio.

Barcelona, un equipo un tanto imprevisible, tan temible como temerario, dio el golpe. Sabe que no es el favorito al título y juega sin tanta presión, liberado. Y no le faltan jugadores para hacer daño, por más que no tenga un aspirante al Balón de Oro. Llegó a los cuartos de final después de cuatro años -la última vez lo hizo con Messi en la cancha- y todo lo que pueda seguir avanzando es a beneficio de inventario, le asegurará elogios y reconocimiento.

Lo más destacado de Paris Saint Germain 2 – Barcelona 3

Los resultados le siguen dando la razón a Xavi. Desde que dijo que se irá al final de la temporada -frase que pronunció luego de una derrota por 5-3 ante Villarreal-, Barcelona sigue invicto, con nueve victorias y tres empates por competencias oficiales. Xavi aseguraba que su decisión descomprimiría la situación. En su momento, el club respetó la postura de Xavi y hasta empezó a pensar en un sucesor; ahora, el presidente Joan Laporta y el director deportivo Deco tratan de convencerlo de que revea la renuncia diferida.

El primer gol de Barcelona fue una obra íntegra de su tridente ofensivo. Lewandowski, que ya había dado muestras de sentirse cómodo en el Parque de los Prínicipes, bajó al círculo central para recibir un pase, girar y cruzar la asistencia para Yamal. El centro del juvenil expuso una vez más el atropello de Donnarumma en las salidas; el arquero manoteó la pelota sin despejarla y le quedó a Raphinha para la definición. Primer tanto del brasileño en 11 partidos de Champions League. Toda una demostración de practicidad, la de un equipo que en el primer tiempo era más organizado y compacto que su rival.

Barcelona se despegó de su credo de la posesión, le cedió la iniciativa a PSG y achicó espacios en su campo. Koundé, con la asistencia cercana de los volantes, lo vigilaba a Mbappé, mientras Asensio no encontraba posición y Dembelé era fiel a sí mismo: tan capaz de una genialidad como de irse del partido.

Se atoraba PSG en ataque, no encontraba líneas de pase, con escasa incidencia de Vitinha en la conducción y muy discontinuo el coreano Kang-In. Nuno Mendes había cubierto otra salida a destiempo de Donnarumma al despejar sobre la línea un cabezazo de Lewandowski. El arquero italiano contagiaba nerviosismo. Barcelona hacía el partido que le convenía, minimizando riesgos atrás y selectivo para salir en contraataque.

Seguramente Luis Enrique habrá gastado unas cuantas palabras en el entretiempo para sacudir la pasividad de su equipo. También buscó una reacción el ingreso del joven Barcolá por el inexpresivo Asensio. Dembelé cambió de banda, pasó a la izquierda, y Mbappé ocupó una posición más centrada, casi de N° 9, la que menos le gusta.

Entre los retoques al equipo y, fundamentalmente, con un cambio de actitud, PSG fue un vendaval en el arranque de la segunda etapa. Dio vuelta la historia en cinco minutos, con un latigazo de Dembelé y el atrevimiento de sus volantes: Fabián Ruiz y Vitinha se asomaron hasta el área visitante para que el portugués definiera. Despuntaba un segundo tiempo tremendo, porque Barcelona se iba a levantar tras recibir dos golpazos.

Llegó el turno de los cambios de Xavi, con los ingresos de Pedri -un gran jugador que pagó con varias lesiones la maratón de partidos a que fue sometido- y Joao Felix. Una gran asistencia frontal de Pedri posibilitó el 2-2 de Raphinha, con una definición exquisita. Y otro despropósito de Donnarumma, paralizado sobre la línea del arco en un córner que le cayó en el área chica, fue aprovechado por el ingresado Christensen para poner de cabeza el 3-2.

Quedaban 15 minutos y Barcelona pudo aguantar una gran victoria, nunca amenazada por un lánguido Mbappé.

 

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