“Está todo pelado”, graficó el encargado del stand de la provincia de La Pampa, en referencia al Pabellón Ocre de La Rural, el primero por el que pasarán los asistentes que ingresen por Plaza Italia a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que abre al público este jueves.

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Por razones presupuestarias, varias provincias no participan de esta edición; entre otrs, San Luis, Mendoza, San Juan y Entre Ríos. Salta, Tucumán y Jujuy comparten espacio, y algunas, como Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, debieron achicarse de 46 a 20 metros cuadrados (en el stand fueguino se pueden conseguir las obras reunidas de las poetas Niní Bernardello y Anahí Lazzaroni). Las provincias que llegaron para exhibir sus catálogos y producciones, como Córdoba y Corrientes, lo hicieron con el apoyo del Consejo Federal de Inversiones. El discurso de apertura lo dará la escritora Liliana Heker.

La primera edición de la Feria en la era libertaria deja “islas” vacías y siembra cautela entre los expositores (540 en total, distribuidos en 325 stands). Los precios de las novedades -elevados para los bolsillos de los lectores, no tanto según los representantes del sector editorial- tienen un promedio de $ 23.000. “Más de $ 25.000 ya es cruzar el Rubicón”, dice la editora Trini Vergara, para quien la “prueba de fuego” de la Feria tendrá lugar el próximo fin de semana, cuando se podrá comparar la cantidad de asistentes y la venta de ejemplares con los números de 2023. Varios editores dijeron que estarían conformes si venden como lo hicieron el año pasado.

Mientras, se puede cotejar el precio del nuevo libro de cuentos de Mariana Enriquez, Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), que sale $ 21.500, con un pancho y una gaseosa, que cuestan $ 6700. El café más vale llevarlo en un termo. De lunes a viernes, las entradas cuestan $ 3500, y sábados, domingos y el feriado del 1 de mayo, $ 5000. Cada visitante que compre una entrada (para cualquier día) recibirá un chequelibro de $ 4000 para usar en las librerías adheridas una vez que finalice el evento. Cada entrada, además, estará acompañada por vales de descuento que podrán utilizarse para la compra de libros en los stands. Los menores de hasta doce años y las personas con discapacidad no pagan entrada; estudiantes, jubilados y pensionados pueden entrar gratis de lunes a viernes.

A las jornadas profesionales, que comenzaron el martes, vinieron menos representantes de Hispanoamérica que el año pasado. Una de las razones fue la tendencia a la baja del dólar; la otra, la amenaza del dengue, que también hizo que algunos escritores extranjeros prefirieran quedarse en sus países. El estacionamiento de La Rural, casi completo en años anteriores, estaba semivacío el día anterior a la inauguración de la Feria. Los asociados a los programas Librero Amigo y Bibliotecario Amigo pudieron comprar ejemplares al 50% del valor comercial. Brenda y Naim, de la La Singularidad del Libro, de San Fernando del Valle de Catamarca, llevaron títulos de literatura fantástica y de terror, y de pedagogía y ciencia para su local.

“Las expectativas son, como cada año, desear, esperar y tener la esperanza de que va a ser una Feria masiva donde los lectores van a acompañar con su presencia, quizás no se lleven cuatro o cinco libros debajo del brazo y se lleven uno o dos -reconoce Ezequiel Martínez, director general de la Fundación El Libro (FEL)-. Tenemos la certeza de que la gente nos va a acompañar, porque vienen familias, personas de todas las edades y clases sociales, muchos jóvenes, turistas. Y tenemos una oferta cultural para todo público”.

Para el presidente de la FEL, Alejandro Vaccaro, el “gran capital” de la Feria es la gente. “Esta vez se inscribe en un marco socioeconómico complejo, como todos sabemos, pero estoy seguro de que la gente va a concurrir a la Feria, quizás no sea todo lo exitosa que deseamos en cuanto a la venta de libros -señala-. Sin embargo, las noticias que tenemos de los dos días de las jornadas son auspiciosas: se despacharon este miércoles alrededor de 15.700 kilos de libros y asisitieron más de doce mil profesionales de treinta países. Las cifras son bastante cercanas a las del año pasado, y eso es auspicioso en este contexto. Creemos que la gente que está a favor de la cultura va a estar presente en la Feria”.

“Somos muy cautos con las expectativas -sostiene el editor Fernando Fagnani, vicepresidente de Riverside Agency-. Creemos que el comportamiento será similar a lo que está sucediendo en las librerías, por lo que seguramente se generen transacciones con cifras por debajo a las de 2023″.

“Hay un mercado claramente en caída, pero siempre hay expectativas altas -dice a LA NACION Santiago Satz, gerente de Prensa y Comunicación del Grupo Planeta-. No sabemos si va a ser la misma Feria que otros años, el poder adquisitivo es más bajo, esta es la foto de hoy. El 13 de mayo veremos cuáles fueron los resultados”. El stand de Planeta, en el Pabellón Verde, estuvo tan concurrido martes y miércoles como el de su vecino y “rival”, Penguin Random House.

En el Pabellón Azul, el gobierno de la provincia de Buenos Aires alquiló el lugar que habían dejado vacante las secretarías de Educación, Cultura y Ciencia, Tecnología e Innovación del Gobierno, gran ausente de esta edición. Esta semana, el secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, anticipó a los organizadores que no asistiría al acto de apertura; de este modo, por primera vez en la historia de la Feria, el Gobierno no tendrá representación en el acto oficial del evento cultural más importante del país. El domingo 12 de mayo, el Presidente presentará en la pista central de La Rural su nuevo libro, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica.

El stand de la provincia de Buenos Aires alberga catálogos de noventa y dos editoriales independientes, con libros para chicos y grandes, y el de Ediciones Bonaerenses, que a partir de este año puede comercializar sus títulos, entre ellos, el flamante Textos tempranos, de Manuel Puig. Además, invitó a las editoriales universitarias -que este año, también por razones presupuestarias, no pudieron costear el stand de la Red de Editoriales de Universidades Nacionales (REUN)- a exponer sus títulos en el perímetro del espacio, con libros de sellos como Eduner, Unsam Edita, Eduntref y Eudem, de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En las “paredes” de los puestos de La Rural hay carteles con la leyenda: “Sí a la educación pública, no al desfinanciamiento de las universidades”.

Este año debuta en el Pabellón Verde el stand colectivo Ministerio del Libro, con su propio vocero de prensa y títulos de dieciocho editoriales independientes de ensayo, filosofía, política, narrativa y poesía (se inaugura oficialmente el viernes). Además, en el stand habrá un “micrófono abierto” para que representantes de distintos organismos afectados por las medidas del Gobierno, como el Incaa y Telam, difundan sus problemáticas. Los visitantes al stand ministerial -fruto de la unión de la cooperativa TyPEO (Territorio y Producción Editorial Organizada) y el colectivo Todo Libro es Político- podrán dejar sus propuestas para promover la industria editorial argentina, la lectura y la cultura nacional.

Más de 500 firmas en apoyo del Programa Sur de Cancillería

Entre las actividades del miércoles, la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina (Dicul) organizó la charla “¿Quién nos lee?”, con la presencia de la coordinadora de Educación de ese organismo, María del Carmen Pasarín; Victoria Rodríguez Lacrouts, por la Fundación TyPA (que dijo que el “embajador por excelencia de la literatura argentina en el exterior” era Julio Cortázar), y Alejandro Dujovne, director del Centro de Estudios de Políticas Públicas del Libro de la Universidad Nacional de San Martín. La diplomática Alejandra Pecoraro, a cargo de la Dicul, no participó del encuentro.

En el encuentro se consignaron los logros del Programa Sur de Apoyo a las Traducciones del Ministerio de Relaciones Exteriores (Prosur), iniciado en 2010 y que el Gobierno desfinanció drásticamente, al reducir en un 90% su presupuesto. Prosur es una política pública que, a lo largo de los años, atravesó distintos gobiernos con el objetivo de promover de manera sustentable la exportación de derechos de autor de escritores argentinos. Desde 2010, informó Pasarín a la audiencia, se tradujeron y se publicaron 1687 títulos de 613 autores argentinos, en 52 lenguas correspondientes a 62 países, con un promedio de 120 títulos anuales y un total de dos millones y medio de ejemplares que circularon por Italia, Reino Unido, Francia, Alemania, Bulgaria, China y Japón.

Debido al desfinanciamiento, este año el programa solo dispondrá de 20.000 dólares para subsidiar las traducciones a otros idiomas. Lorenzo dijo que el presupuesto alcanzaría para ocho o diez obras (en 2023, con un presupuesto de 320.000 dólares, fueron 123). El subsidio, de 3200 dólares como máximo, se abona “contra entrega” del libro publicado en el exterior. Muchos países de América Latina tomaron como modelo el Programa Sur.

Al finalizar la charla, los escritores Carlos Gamerro y Jorge Fondebrider presentaron una carta con más de quinientas firmas de escritores, editores, traductores, periodistas y agentes y críticos literarios de la Argentina y otros países, en la que se solicita que se reduzca el presupuesto del programa que, consideran, “ha acompañado a autores y editores locales a internacionalizar la literatura argentina, ha permitido que escritores de nuestro país compitieran en los más prestigiosos premios internacionales y que, ya dados a conocer, siguieran publicando en el exterior obras de su autoría, ya sin necesitar el apoyo del subsidio del programa”.

La carta que Gamerro y Fondebrider harán llegar a la canciller Diana Mondino lleva la firma de los escritores Edgardo Cozarinsky, Beatriz Sarlo, César Aira, Selva Almada, Alan Pauls, Martín Kohan, Mariana Enriquez, Gabriela Cabezón Cámara, Pola Oloixarac, Agustina Bazterrica, Claudia Piñeiro, Daniel Guebel, Diego Muzzio y Luisa Valenzuela. También aparecen los nombres de los mexicanos Juan Villoro y Fabio Morábito, los peruanos Michaela Chirif y Mario Montalbetti, los estadounidenses Daniel Balderston, Barbara Epler (editora de New Directions) y Edwin Frank (editor de la prestigiosa publicación The New York Review of Books), los franceses Pascale Maret y Olivier Mannoni, entre muchos otros. Fondebrider y Gamerro anticiparon que la prensa especializada internacional se haría eco de esta defensa del programa.

“El monto asignado al actual presupuesto reduce el número de subsidios a diez por año. Y aun no ha sido ejecutado -concluye la carta-. En cuanto a su funcionamiento efectivo el Programa está, en los hechos, cerrado. Al encontrarse con esta situación, así sea temporaria, los editores extranjeros pierden interés y buscan autores en otros países. Dicho con todas las letras, lo construido en quince años puede destruirse en un par de meses, y no podría reconstruirse, aun si existiera la voluntad para ello, con la misma facilidad”.

Muchos de los participantes del encuentro -editores, traductores, estudiantes- se preguntaron por qué una política cultural tan efectiva y tan poco onerosa (”equivalente a los costos del viaje a Miami de un funcionario del Gobierno con su comitiva para recibir un premio”, dijo Fondebrider) corría el riesgo de ser desactivada.

 

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