Jugador, entrenador, secretario técnico, comentarista… La vida de Domènec Balmanya giró siempre alrededor del balón. En clave azulgrana, su figura emerge en tres etapas (sobre el terreno de juego -interrumpida por la Guerra Civil-, en el banquillo y en el despacho) y siempre con su aplomo, sabiduría y compromiso característicos.

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Domènec Balmanya Parera nació el 29 de diciembre de 1914 en Girona, en la calle Anselm Clavé del barrio del Mercadal. Fue el único hijo de Josep, de Vidreres y carpintero de profesión, y Carme, de Girona. A una temprana edad quedó seducido por el fútbol y su fascinación por este deporte fue una constante a lo largo de su vida. “Lleva el fútbol en las venas”, llegó a reconocer su padre. 

En 1927, con 13 años, inició los estudios de Comercio en la escuela de La Salle, donde destacó con la pelota en los pies. Jugó en el equipo del centro escolar, en el del juvenil del Girona y en el del Centre Republicà. Regresó al Girona en 1933 (ese año ascendió a la primera categoría del fútbol catalán) para fichar por el Barça en agosto de 1935 junto al guardameta Iborra. El equipo azulgrana pagó 15.000 pesetas por ambos más la disputa de un partido amistoso en Vista Alegre. Balmanya, interior izquierdo, un portento físico, brilló por su juego cerebral e inagotable derroche de energías. 

Dos etapas

Con el equipo azulgrana ganó el Campionat de Catalunya de 1936 y perdió la final de Copa de ese año contra el Madrid (2-1) en Mestalla. Fue uno de los integrantes de la salvadora gira que hizo el Barça por México y Estados Unidos en 1937 para recaudar fondos. Con 22 años, Balmanya optó por no regresar a Catalunya y, cuando la expedición llegó a Francia, junto con Josep Escolà y con la autorización del club, fichó por el Sète, donde jugaba el barcelonista Josep Raich. Permaneció dos años con los ‘dauphins’ y se proclamó campeón francés la temporada 1938-39.

Finalizado el conflicto bélico regresó a Barcelona, pero, a diferencia de Raich y Escolà, cruzó la frontera por Irún, donde fue detenido y recluido en un campo de concentración. El Barça, informado de su situación, tiró de contactos para liberarlo, aunque no evitó la “depuración” ni el castigo de seis años que le impuso el CND. Durante su inhabilitación, que pasó prácticamente en Girona, fue conocido como “el depurado”. El Barça, de todas formas, consiguió que las autoridades le rebajaran el castigo y regresó dos años y medio después, en septiembre de 1941. Raich y Escolà lo habían hecho en diciembre de 1940.

Se proclamó campeón de Copa en 1942 (4-3 contra el Athletic) y se alineó en uno de los partidos más dramáticos del Barça: contra el Murcia (5-1) para la permanencia en Primera. En 1944 finalizó su contrato con el equipo barcelonista y fichó por el Nàstic de Tarragona. Firmó en blanco y aseguró que “los negocios obrarán mi retirada”. Por aquel entonces se dedicaba a la fabricación y distribución de material de embalaje.

En Tarragona jugó cinco temporadas (89 partidos y 11 goles) y consiguió el ascenso a Primera en 1947. Fue cedido al Sant Andreu a finales del curso 1948-49 (ocho partidos y siete goles). Tras la dimisión de Pepe Nogués, experimentó por vez primera el banquillo al ser nombrado jugador-entrenador del equipo grana en enero de 1950 hasta el final de la temporada. Reconoció que si pudo alargar su carrera hasta los 36 años fue gracias a los consejos de su esposa, Maria Campreciós, destacada jugadora de tenis.

Entrenador

Cuando colgó las botas no lo dudó: seguiría vinculado al fútbol como entrenador por su experiencia y conocimiento del juego. Balmanya empezó entonces una peregrinación por los banquillos: Girona, Zaragoza, Oviedo, FC Barcelona, Sète, Valencia (ganó la Copa de Ferias  1961-62), Betis (lo llevó por vez primera a Europa), Málaga (lo ascendió a Primera), Atlético de Madrid (ganó la Liga 1965-66), selección española (1966-1968, 11 partidos), Zaragoza, Cádiz y Sant Andreu (1974-1976 y 1979-80).

Fue el elegido por Francesc Miró-Sans para ocupar el banquillo del Barça en 1956 por apostar por el fútbol ofensivo y el trabajo con los jugadores de la cantera. En aquellos tiempos el club, con las obras del Camp Nou (que inauguró él en el banquillo azulgrana), no estaba para alegrías económicas en materia de fichajes. Con Balmanya, el Barça ganó la Copa en 1957, en Montjuïc, derrotando al Espanyol (1-0, gol de Sampedro).

También fue director técnico del RCD Espanyol (1962-63, en Segunda División) y del FC Barcelona (1968-70) y profesor y director del Col·legi Català d’Entrenadors de Futbol. Alejado ya de los banquillos, fue comentarista radiofónico y cobró gran popularidad en el programa ‘Supergarcía’, dirigido por el periodista José María García y en el que también colaboraba Jorge D’Alessandro. En noviembre de 2000, en el Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat, recibió la medalla conmemorativa por los 100 años de historia de la FCF por su contribución al fútbol catalán.

Conversador infatigable, archivo de recuerdos y estudioso del fútbol, ‘Mingu’ Balmanya falleció en la madrugada del 14 de febrero de 2002 en el Hospital General de Barcelona a consecuencia de un aneurisma aórtico. Tenía 87 años. El Camp Nou, dos días después y antes de un Barça-Deportivo (3-2) pasado por agua, lo recordó con un emotivo minuto de silencio. El Consejo Superior de Deportes (CSD), en diciembre de 2002, le concedió la Medalla de Plata de la Real Orden del Mérito Deportivo, a título póstumo, por su dilatada y meritoria trayectoria como jugador y entrenador de fútbol. 

 

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