Según consta en un informe reciente emitido por la ONU, Brasil andaba en la pole del racismo estructural. Casi el 80 por ciento de las víctimas en operaciones policiales fueron negros. Eso, al menos, rezan los datos del Foro de Seguridad Pública del país. Racismo, el de verdad. Un drama injustificable que, a pesar de los muchos avances en derechos e igualdad, sigue vivo en demasiados lugares del planeta. Estaría bien que Lula da Silva, presidente canarinho, dedicara más tiempo a terminar con esa “barbarie”, el término que pésimamente usó para referirse al Caso Vinicius.

Desde hace décadas, el fútbol vive bajo el manto del insulto. Es grave dañar al rival con el color de su piel. Y hay que perseguirlo. Como grave fue que Eto´o parara un partido en Zaragoza. O los cánticos homófobos – a Pep en el Bernabéu, a Piqué en Cornellà -, o pancartas que alentaron la violencia – “Mou, tu dedo nos señala el camino” – o adjetivos con connotaciones hirientes. A Leo Messi, en Chamartín, le llamaron “subnormal” durante 17 años. Cada partido. No consta un comunicado del Madrid lamentándolo. No ya por Messi sinó por las familias que pudieran sentirse discriminadas por ello.

Que se pregunte Vini por qué a Bellingham, Rodrygo o Camavinga no les sucede lo mismo que a él. Si en el fondo de lo que persigue su club está el racismo o alimentar la cruzada contra los árbitros. O si le hace bien que el Madrid blanquee – públicamente – sus déficits de comportamiento. Porque no todo lo que lo ocurre a Vini tiene que ver con los cánticos. Si lo piensa, tal vez no se sienta tan mal. Y puede que entienda porque a Ronaldinho le aplaudió el Bernabéu. Con un 0-3, siendo el mejor y siendo negro. Si quieres, puedes Vini. Puedes. 

 

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