Agustina es la menor de cinco hermanos, oriunda de Pergamino fue a un colegio católico y sus amigas son las mismas desde jardín de infantes. Se fue a estudiar para ser contadora a Buenos Aires pero a los 29 años cansada de vivir en Capital, quería volver a su ciudad natal. Ella tenía un claro deseo: enamorarse, casarse y formar una familia.

Guillermo nació en un pueblo cerca de San Pedro, estuvo de novio el último tiempo del colegio secundario, se fue a estudiar a Santa Fe Capital Ingeniería en Recursos Hídricos, siempre fue un alumno brillante, pero al terminar el primer año dejó a su novia y la facultad porque se dio cuenta de que su vocación iba por otro lado y entró al seminario.

“Era mi guía espiritual”

En el año 2010 ella participaba en la organización de retiros espirituales que se hacían en Pergamino y necesitaban alguien que llevara al sacerdote al retiro, lo esperara y lo volviera a llevar a su parroquia a 80km de ahí. ¿Quién era el sacerdote en cuestión? Sí, adivinaste. Guillermo vivía desde hace 8 años en la parroquia de un barrio carenciado de Pergamino. En ese viaje charlaron sin parar. Agustina le contaba de sus sueños de volver a vivir en Pergamino y formar una familia. Intercambiaron las direcciones de mail y Guillermo pasó a ser el guía espiritual de ella.

Entre esos mails que iban y venían una vez por mes, Agustina le contó que tenía dos posibilidades de trabajo en Pergamino y que le iba a rezar a San Cayetano que era, además, la parroquia a la que Guillermo estaba a cargo. “Le conté que le iba a rezar y que si conseguía trabajo entonces iba a trabajar en su parroquia porque él me había contado de la necesidad de gente y recursos humanos que había”, recuerda Agustina. La primera parte de su deseo se cumplió: empezó a trabajar en el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) en la parte de administración en un puesto con mayor remuneración económica que el que tenía en Buenos Aires, todo cerraba.

Con la mudanza a Pergamino comenzó el trabajo en la parroquia: ella tocaba la guitarra en las misas, hacia actividades con los chicos del barrio, con los merenderos, también con los adolescentes y los más grandes, donde había mucha droga de por medio, pintaban murales y muchas actividades más. Ya era el año 2013 cuando Agustina empezó a notar que le pasaban cosas con Guillermo, “pero nuestras actividades compartidas eran no más de lo que hacíamos en la parroquia, esa era toda nuestra relación, jamás nos juntamos a charlar o tomar un mate, solo hablábamos cuando me confesaba, porque era mi guía espiritual”, cuenta Agustina.

“Me daba mucha vergüenza, me estaba volviendo loca”

Agustina percibía algo en el ambiente y se sentía confundida, mutaron del correo electrónico al Skype: “No es que nos poníamos de acuerdo, medio que sabíamos cuando el otro se iba a conectar y ahí charlábamos un montón ; yo me daba cuenta de que él me contaba un montón de cosas de su vida, yo era su oreja y él estaba atravesando por una crisis en su vocación sacerdotal”, admite Agustina.

Todos los años Guillermo se iba a pasar año nuevo con su familia y de ahí unos días de vacaciones. Pero el verano del 2014 sucedió algo distinto que Agustina lo vivió como un indicio muy grande: un vecino de Pergamino hizo una gran donación de regalos de reyes para los chicos del barrio de la parroquia, Agustina se lo contó a Guillermo y él decidió volver para realizar una bicicleteada por el barrio y repartir los regalos. “A mí me llamó bastante la atención que se haya vuelto porque a su familia la veía prácticamente una vez al año”, admite Agustina.

En febrero ella se fue con una amiga un mes de viaje por Europa y se dio lo que ella considera el segundo indicio: “previo al viaje nos dijimos mutuamente que nos íbamos a extrañar y para mí eso fue muy fuerte”. Durante el viaje ella se siguió conectando todas las noches al Skype para charlar con Guillermo y contarle del viaje, incluso le compró un regalo. “A todo esto nunca ninguna de mis amigas supo que a mi me pasaban cosas con él porque me daba mucha vergüenza, al final me estaba volviendo un poco loca porque no sabía si lo que me pasaba era real y si a él le pasaba algo también”.

“El primer beso fue rarísimo”

Para cuando volvió del viaje él tenía WhatsApp en su celular y comenzaron a escribirse. Querían verse y darse un abrazo, ese era todo el deseo, ¿pero cómo podía ser si él era sacerdote y ella laica? Hasta que el 1 de abril se juntaron a charlar por pedido de Agustina, ella necesitaba aclarar las cosas. Le preparó una picada, le dio los regalos que le había comprado en el viaje y le confesó que le pasaban cosas. Los dos se sinceraron y se dieron un abrazo largo que duró como cinco minutos, pero nada más que eso, un fuerte abrazo de amor. Agustina lloraba por todo lo que estaba viviendo, sentía mucha culpa. Le pidió que él no le escribiera más, tenían que dejar de verse. “Yo quería que él siguiera haciendo su vida de sacerdote, no quería intervenir en su vida, y yo quería seguir con la mía, mi objetivo era casarme, tener hijos, formar una familia y sabía que no era posible con él”, recuerda Agustina.

Estuvieron dos días sin hablarse hasta que Guillermo le escribió para contarle que había decidido dejar el sacerdocio, que estaba enamorado de ella, quería apostar al amor y formar una familia. Decidió volver a su pueblo a la casa de sus padres, no tenía nada que hacer en Pergamino. En San Pedro podría conseguir trabajo haciendo perforaciones en la tierra que era algo que había aprendido en su juventud. Guillermo presentó su renuncia al obispo y se volvió a San Pedro en el mes de mayo. Mientras Agustina buscaba el pase en su trabajo para cambiar de ciudad, iba los fines de semana para visitar a quien ahora era su novio.

“Si tengo que poner palabras al final de mi sacerdocio es la desesperanza”, asegura Guillermo. Vivía en una parroquia que tenía una actividad exclusivamente social en un barrio con mucha delincuencia, mucho dolor y droga. La desesperanza llegó por el lado de ver que todo lo que hacían todos no era suficiente. “Eso fue limando mi esperanza y las ganas de seguir entregando mi vida a esa causa”, se sincera.

Guillermo estaba en una crisis personal donde tenía que definir su vida, después de 20 años de vida religiosa ya sabía lo que podía dar y lo que no. Así y todo se sentía en un buen momento de su vida, incluso el obispo se sorprendió al escuchar su renuncia. “A veces uno toma decisiones después de estar mal mucho tiempo y todos se la ven venir. Yo soy por el contrario de la idea de que las decisiones no se toman en malos momentos sino en los buenos”, explica. Ya había hecho terapia, retiros espirituales, y todo el camino habitual de cuando uno está en crisis personal. Pero le faltaba dar el último paso: “me faltaba decidir yo. Las cosas se deciden solos de cara a Dios, todos los grandes pasos de la vida nos pueden acompañar hasta la puerta, pero la puerta la atravesamos solos. Di ese paso con miedo, con temor por arrancar de cero y no tenía en claro qué pasaría con Agustina”. Guillermo sostiene que uno siente que es lo correcto cuando mira hacia atrás, pero en el momento uno se guía por las intuiciones y evaluaciones. Y en ese momento hacia lo que podía, lo que sentía que quería hacer, “y si me equivoco, me equivoco, pero lo hago con la convicción de que esto es lo que hoy siento en lo profundo de mi corazón”.

“El primer beso fue rarísimo, totalmente raro, muchos nervios, se dio de manera espontánea y fue de mucho amor”, describe Agustina. Ella sabe que lo que la enamoró fue el diálogo profundo y sincero que tenían por Skype, y cuando no quería creer lo que le estaba pasando ella solo anhelaba poder abrazarlo.

“Socialmente fue muy difícil, se publicaron muchas cosas feas de los dos”

Agustina le contó a su mamá arriba del auto camino a la iglesia. “Cuando le conté que Guillermo dejó el sacerdocio ella me miró y supo lo que le iba a decir a continuación. Apenas mencioné que estábamos de novios se puso a llorar, me abrazó y no me dijo nada. Fue algo rarísimo que hoy me emociona, fue una manera de avalar esa culpa con la que yo se lo contaba, sentí culpa muchísimo tiempo, mamá me dio un abrazo enorme, lloró conmigo, me dijo que estaba muy feliz, fue muy lindo”, se emociona Agustina al recordarlo. Si bien a su papá le costó un poco más, no dudó en abrazar a su hija y darle su apoyo. Sus amigas no se sorprendieron, era como si ella al hablar de Guillermo durante esos años dijera mucho más de lo que ella misma se daba cuenta.

Al poco tiempo Agustina se quedó embarazada, su sueño de formar una familia se estaba cumpliendo, pero claro que no en la situación que ella siempre imaginó. “No vivíamos juntos, entonces fue toda una revolución terrible para ambos, socialmente fue muy difícil llevarlo adelante, las críticas, las miradas, se publicaron muchas cosas feas de los dos, la gente a la que más le dolió fue la gente con la que compartimos la parroquia y eso fue lo que más me pesó”, admite.

En septiembre consiguió trabajo y se fue a vivir a San Pedro, tuvieron su primera casita juntos y ahí empezaron a conformar la familia. En enero nació su primer hijo y al año Guillermo recibió la aprobación de los papeles de dispensa sacerdotal por medio del Papa. “Es pasar al estado laical, él ya no ejercía más el sacerdocio, y si bien el sacerdocio es un sacramento que tendrá para siempre, la iglesia le da la posibilidad de volver a ser un laico, poder casarse y formar una familia”, explica Agustina. Ya embarazada de su segundo hijo y con la aprobación de la Iglesia Católica, Guillermo y Agustina se casaron el 22 de octubre por Iglesia.

“La dispensa es la baja del ministerio, uno sigue siendo sacerdote para siempre, es como el bautismo y la confirmación. Es un cese en el ejercicio del ministerio, es como un profesional que pierde su matrícula o lo dan de baja del colegio de profesionales al que pertenece, eso no te anula lo que vos sabes o los poderes que tenés”, explica Guillermo.

“Y así se fue conformando la familia. Después tuvimos altibajos: perdimos dos embarazos, uno bastante avanzado, pero son situaciones que la vida nos va poniendo, cosas lindas y no tan lindas pero seguimos apostando a la familia cristiana, a la católica, seguimos yendo a misa, nunca dejamos nuestra vida de fe, nuestros hijos van al colegio católico y estamos felices”, concluye Agustina.

Asegura que el 2014 fue el año más difícil de su vida porque sintió mucha vergüenza, mucha culpa, los primeros meses de embarazo fueron puertas adentro porque le daba vergüenza salir a la calle, San Pedro y Pergamino son ciudades chicas y el que dirán le pesaba mucho. Sin embargo, asegura que además de ser su año más difícil fue uno de los más lindos de toda su vida.

Guillermo tenía en claro que no quería volver al sacerdocio, “Di por finalizada esa etapa de mi vida que fue muy feliz, muy linda y plena. Viví muchas cosas, aprendí mucho, tengo el corazón lleno, por eso también pudimos seguir nuestra vida de fe, porque no lo viví como una mala experiencia, fue una etapa muy feliz que se terminó, que sentí que lo que quedaba por dar ya no lo tenía para darlo. Nunca sentí que Dios me dejara de querer ni nada contra Dios, ni contra la Iglesia”, concluye Guillermo.

Quienes creen en Dios aseguran que Dios es amor, y tal vez, esta historia no tenga la flecha de cupido sino la unión por el amor a Dios.

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