Intimistas y coloquiales, las novelas de la italiana Natalia Ginzburg (1916-1991) son un género en sí mismo. Interesada en el “léxico familiar” –título de uno de sus libros más leídos– su obra explora los vínculos personales y generacionales. Querido Miguel –de 1973, nuevamente reeditada– es un ejemplo paradigmático de su arte.

En un marco temporal que no excede un año (entre 1970 y 1971), una madre romana se comunica por carta con el hijo del título, que partió lejos. El género epistolar se remonta a los orígenes de la novela, pero Ginzburg le da una vuelta de tuerca. Miguel es el centro, pero lo relativo a él es un misterio. Poco se sabe, excepto que en Londres o en Bélgica, adonde escapó, lleva una vida dedicada a las conspiraciones políticas o a la llana delincuencia. En sus pocas y escuetas cartas, realiza pedidos urgentes. No explica por qué no volvió para el funeral de su padre o sorprende con la noticia de que se va a casar.

Su figura sinuosa es la coartada para lo que más importa, el retrato de los personajes que se encuentran de este lado: la madre con la obsesión por su hijo, su añoranza y su incapacidad para expresar lo que silencia; la hermana de Miguel, Angélica (cómplice y también corresponsal), las gemelas más pequeñas o la muchacha que acaba de tener un hijo y sugiere que Miguel podría ser el padre. Las cartas son la moneda de cambio que impulsan la trama, pero las breves secciones narrativas son vitales para completar el tejido que arman los verdaderos protagonistas. Querido Miguel enseña que las obras maestras también pueden hacerse con modestia.

Querido Miguel

Por Natalia Ginzburg

Acantilado. Trad.: Carmen Martín Gaite

216 páginas, $ 13.800

 

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