A cien días de su asunción a la presidencia, Javier Milei, un outsider libertario sin más escudo que el apoyo de una porción importante de la población y apenas un centenar de legisladores propios y aliados en el Congreso, es un fenómeno que aún desconcierta a los politólogos y desafía los manuales clásicos de la ciencia política. Frente a quienes aconsejan la negociación como antídoto para neutralizar la debilidad con la que nació su gobierno y la moderación como estrategia para generar lazos de gobernabilidad sustentables, Milei responde a lo Milei: insiste en hacer un culto del escarnio a la dirigencia política, incluso hacia aquellos que pretenden ayudarlo –sea por convencimiento o por resignación– en la titánica tarea de salvar a un país quebrado.

El libertario invoca las “fuerzas del cielo” y traza una línea tan difusa como arbitraria entre “la gente de bien” y la “casta” que se opone a resignar privilegios y se obstina en perpetuar el statu quo. Una grieta maniquea que pretende instalar en el imaginario colectivo a la que, no sin cierto éxito hasta ahora, logró arrastrar a aquellas fuerzas partidarias –como el Pro y un sector de la UCR– que se plantaban en el centro del espectro político.

Este corrimiento de las fuerzas moderadas hacia una posición extrema y el consiguiente vacío generado en el centro del espacio político preocupa a politólogos como Martín D’Alessandro. Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, a D’Alessandro le inquieta más el impacto que podría provocar en la calidad democrática esta tendencia política hacia los extremos que la dicotomía que pretende instalar el presidente Milei entre quienes abrazan la revolución del cambio y quienes propician el actual estado de cosas.

Al contrario de quienes propagan este relato de moda, D’Alessandro asevera que, en realidad, esta dicotomía es ficticia porque es alimentada por una interpretación que hacen algunos actores de la política a partir de un resultado forzado –producto del balotaje- que encumbró a Milei a la presidencia.

Hay una lógica de polarización, pero a partir de la lectura que los actores políticos hicieron del balotaje. Con ese resultado, esos actores repiten que más de la mitad del país está a favor del cambio radical que propone Milei, aunque yo creo que en realidad el balotaje forzó a una cantidad de votantes centristas, moderados y republicanos a votar a Milei para seguir expresando una opinión contraria al kirchnerismo. Entonces, finalmente, el triunfo de Milei es también una expresión de una dicotomía que ya es vieja, que es el kirchnerismo y el no kirchnerismo. En ese sentido no veo un cambio radical de la configuración del esquema político”, asevera D’Alessandro en diálogo con LA NACION.

–¿Entonces la irrupción de Milei, a su juicio, no modificó el esquema político?

–Al menos no en la medida en la que me parece que muchos actores políticos la están interpretando. Lo que Milei está provocando es que fuerzas de centro están dejando este lugar del espectro político para apoyar, casi de manera irrestricta, la radicalización de las políticas del Gobierno, que plantea que son las únicas posibles para que la Argentina salga adelante y hay que hacerlas rápido. Está arrastrando a ese extremo a aquellos actores que antes se oponían a esa forma extrema de entender la política. Eso es peligroso desde el punto de vista de la lógica sistémica del funcionamiento democrático.

Es difícil entender la lógica de un presidente que insulta a los opositores que lo quieren ayudar y de los que depende su estabilidad en el cargo

–¿Por qué?

–Fíjese lo que sucedió en el Senado con el debate sobre el mega-DNU que dictó Milei en diciembre. Muchos de los que votaron a favor dijeron públicamente que el DNU era anticonstitucional. Sin embargo, lo apoyaron igual con tal de avanzar en algunas reformas, a sabiendas de que en las formas el decreto no es constitucional. Este ejemplo ilustra lo que yo estoy viendo, que es una tendencia centrífuga del sistema con la configuración y la competencia política de dos bloques antagónicos, que no necesariamente expresan la dualidad derecha-izquierda al estilo clásico de la ciencia política, y que buscan posicionarse confrontando entre sí. Eso es problemático para la vigencia de la Constitución porque, en función de un diagnóstico político, que yo creo que es endeble, se está erosionando la cultura democrática argentina.

–Sin embargo, también se podría interpretar que, con el rechazo del DNU, funcionó el sistema de pesos y contrapesos propio de la división de poderes. Es cierto que el decreto sigue vigente, pero el Senado le marcó un límite al Gobierno.

–Sí, lo mismo sucedió cuando Cristina Kirchner quiso imponer su reforma judicial y no tuvo mayoría en Diputados. El problema que se agrega ahora, algo bastante común de los presidencialismos de América Latina, es la oscilación pendular entre la concentración del poder y la ausencia de poder. En el medio se juega la gobernabilidad del sistema político. Sobran antecedentes en otros países que muestran que presidentes minoritarios, con muy poco escudo legislativo, que confrontan con el Poder Legislativo, no terminan su mandato. La receta habitual es que los presidentes minoritarios desarrollan mecanismos para gobernar con el Congreso. Pero Milei es un presidente muy minoritario que actúa como si fuese muy mayoritario. Entonces puede suceder que las respuestas de defensa por parte de uno de los poderes del Estado, como fue la reacción del Senado frente al DNU, terminen interpretándose como ataques a otro de los poderes, en este caso, el Ejecutivo. El riesgo es que el funcionamiento normal de las instituciones termine convirtiéndose en un problema institucional grave que no tendría por qué ocurrir.

–Cuando se rechazó el DNU en el Senado, Milei insistió en trazar una línea entre los “orkos”, la “casta política” que busca preservar privilegios, y aquellos que “abrazan las ideas del cambio hacia la libertad”. ¿Cuánto cree que penetra este planteo maniqueo en el imaginario social?

–En parte depende del resto de los actores. Milei tiene un estilo populista en este sentido. Así como era populista el estilo de Cristina. El presidente plantea esta forma binaria que, por lo que dijimos recién, puede ser dañina para el funcionamiento de la democracia. Puede ser muy exitosa si todos lo demás se lo creen. Yo creo que es falaz. Es cierto que hay sectores que no quieren ceder privilegios y se resisten a los cambios. Pero tal como está planteada la discusión, se está forzando a quienes están de acuerdo con un cambio a adscribir a las formas de este gobierno. Pongamos el ejemplo del PRO. Es un partido que ha tenido mucha paciencia en construirse como un actor del centro político y que hizo de la moderación y el republicanismo una prédica. Construyó, también con mucho trabajo, una coalición centrista, republicana y moderada. Sin embargo, ahora decide abandonar toda esa construcción tan larga y trabajosa para zambullirse en un proyecto incierto que no refleja, ideológicamente, lo que siempre ha sido el PRO. Ese corrimiento tan rápido y repentino lo veo un poco apresurado.

–¿Por qué lo ve apresurado?

–Vuelvo otra vez al mismo tema: me parece que los actores políticos están sobredimensionando lo que la sociedad está viendo. Todavía es temprano, pero yo no sé si el año próximo, cuando haya elecciones legislativas, no va a haber una demanda social por una configuración política de centro. En las elecciones legislativas no hay balotaje, se abre la perspectiva a un abanico de opciones. Tiendo a confiar en que la polarización no puede ser la única opción y que tarde o temprano la demanda de reformas, que son necesarias, puede ser resuelta con mecanismos de diálogo, negociación y moderación. Es el camino más difícil, máxime cuando en las redes sociales se incita a la confrontación.

Milei tiene poco escudo legislativo y confronta con el Congreso. Es un presidente muy minoritario que sin embargo actúa como si fuese muy mayoritario

–¿Por qué es importante ocupar el centro político?

–Mi opinión es que es necesario porque cuando hay dos opciones radicalizadas se pone en tensión al sistema, tensión que solo podría administrarse con actores políticos con conciencia de eso y capacidad de manejo.

–¿Cree que buena parte de la sociedad argentina se derechizó al confiar en Milei?

–Que Milei haya sido votado por el 56% de los votos no significa que la sociedad argentina se haya derechizado. La sociedad argentina reaccionó cansada por los malísimos resultados de todos los partidos y de todos los gobiernos anteriores y encontró en él un atajo para avanzar hacia algo nuevo. La sociedad no se volvió libertaria porque votó a Milei. No creo que la sociedad repentinamente se volvió promercado y anti-Estado. Quiere vivir una vida normal y está perfecto que así sea.

–A cien días de haber asumido la presidencia, ¿cómo definiría el perfil político de Milei?

–Es un experimento tan nuevo, tan disruptivo y tan producto de una coyuntura de hartazgo y de descrédito hacia la política que me costaría definirlo. Diría que, en términos ideológicos, es un liberal extremo; en términos de trayectoria política, es un outsider y un novato. En términos de la comunicación es un populista. A veces es pragmático. Es muy atractivo en los medios, no tanto por lo que él tiene por ofrecer, sino por todo lo que él rechaza. No tiene partido; un poco de razón tiene [Mauricio] Macri cuando dijo que Milei es él, su hermana y las redes. No ganó porque la sociedad argentina quiso tener al primer gobernante libertario de la historia de la humanidad, sino porque quería expresar un rechazo, un desdén frente a la política tradicional. Milei está en un dilema, porque debe seguir reflejando en su comunicación ese rechazo, porque es el capital que lo alimenta como figura política, pero este estilo lo lastima enormemente en el papel que debe ejercer como presidente, en que necesita exhibir otras cualidades para lograr resultados. Entonces ahí hay una contradicción evidente; otros líderes pueden conjugar mejor esta dualidad, pero él no lo está logrando. Resulta difícil entender la lógica de un presidente que insulta a los opositores que lo quieren ayudar y de los cuales depende su propia estabilidad en el cargo.

–Si bien en lo discursivo Milei apela al insulto y a la diferenciación de la casta, da la impresión que empieza a entender la lógica de la política porque convocó a los gobernadores y líderes partidarios a un “Pacto de Mayo”. ¿Cómo lo ve usted?

–No lo sé, porque no me queda claro qué imagina el presidente y el Gobierno la idea de pacto. ¿Pacto es negociación o imposición? Reunió a todos los gobernadores en la Casa Rosada, pero él no concurrió. En su mensaje al Congreso dijo que habrá pacto si previamente el Congreso le vota las leyes que reclama. No me queda claro si esta convocatoria es la expresión de una voluntad pragmática de negociar y entender cómo funcionan los frenos y contrapesos en una democracia o es una demostración más de su convicción de que él representa una voluntad mayoritaria e imparable de ir hacia una sociedad diferente que solo él podría encarnar.

Al radicalizarse en sus políticas, el Gobierno arrastra a ese extremo a actores que antes se oponían a esa forma de ver la política”

–Hablando de los gobernadores, ¿qué consecuencias podría acarrear esta tensión entre la Nación y las provincias por la decisión del Gobierno de cortar las transferencias y la obra pública?

–La relación entre el Estado central con las provincias es la columna vertebral de la historia de los problemas políticos de la Argentina. Mientras el Presidente siga teniendo una imagen en la opinión pública relativamente alta, todo se le va a facilitar. Ahora bien, ¿qué pasaría si los resultados no aparecen o si los resultados que puede mostrar son demasiado costosos en términos sociales? Yo pondría el foco en el conflicto con Buenos Aires y este llamado a la “rebelión fiscal” contra el aumento de impuestos que dispuso el gobernador Axel Kicillof. Que la Nación se inmiscuya con los impuestos que cobra una provincia es grave porque eso afecta directamente la matriz del federalismo argentino. Pero no sabemos si en realidad son fuegos de artificio, un posicionamiento político que no pasa de lo discursivo, u otra cosa. Me parece muy peligroso para la convivencia institucional si el conflicto realmente escalara. Volviendo al inicio, que los actores políticos sigan apostando a una polarización extrema para posicionarse frente al otro en función de la inmediatez de la coyuntura, abandonando el centro político, es una irresponsabilidad.

UN ESTUDIOSO DE LA CALIDAD DEMOCRÁTICA

PERFIL: Martín D’Alessandro

■ Martín D’Alessandro es politólogo. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es profesor de Ciencia Política en la UBA e investigador del Conicet.

■ Fue presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) y vicepresidente de la International Political Science Association (IPSA). Es miembro de la comisión directiva de la fundación Poder Ciudadano.

■ Se ha desempeñado también como profesor de grado y posgrado en varias universidades del país. Ha sido profesor visitante de la Universidad de Perugia (Italia)

■ Sus temas de interés son el liderazgo político, la calidad democrática, las campañas electorales, los partidos políticos y la política sub-nacional

■ Compiló, junto a Diego J. Gantus, el libro La enseñanza de la ciencia política en la Argentina. ¿Para qué y cómo formamos en el siglo XXI?

 

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