Un libro nunca es simplemente un libro; como ocurre con todo artefacto cultural, lo que se transmite jamás es plano o unívoco, sino abierto a múltiples, inesperadas, cambiantes capas de sentido (un buen recordatorio en tiempos de exasperante unidimensionalidad).

Y acá estoy, con un libro en mis manos. Papel, trazo, palabra, historia y tanto más. Se trata de Cuadernos de Vorónezh, de Ósip Mandelstam, publicado recientemente por Blatt & Ríos, con traducción de Fulvio Franchi.

Hablemos de capas de sentido; ante todo, la delicadeza del diseño, un pequeño objeto que se hace bello porque se sabe vehículo de hermosas palabras. En la cubierta, los trazos de Isol recreando el perfil del poeta ruso: huellas de lápiz, blanco y negro que tan bien le van al recuerdo de Mandelstam y, en color, un jilguero, ave a la que le escribiría una y otra vez durante su estancia forzada en Vorónezh (“Jilguero mío, echo atrás la cabeza/ miremos el mundo los dos:/día de invierno que pica como cascarilla/¿es así de duro en tu pupila?”).

Mandelstam escribe “En el corazón del siglo el camino es confuso”, y me parece que son versos escritos aquí y ahora. Pero no: la mayoría de estos poemas fueron creados entre 1936 y 1937, en el corazón de otra época

Hablemos de capas de sentido. Mandelstam escribe “En el corazón del siglo el camino es confuso”, y me parece que son versos escritos aquí y ahora. Pero no: la mayoría de estos poemas fueron creados entre 1936 y 1937, en el corazón de otra época.

No sé por qué, entre lectura y lectura busco imágenes de Mandelstam. Era bello, con ese atractivo algo frágil que suele emanar en los retratos de fines del siglo XIX, comienzos del XX.

No sé por qué, no puedo evitar obsesionarme con el año en que el escritor se vio obligado a residir, junto a su mujer, en Vorónezh, cerca de la frontera con Ucrania. 1937.

Como le había ocurrido a muchos otros artistas e intelectuales, Mandelstam, poeta ruso de origen judío-polaco, había caído en desgracia (aludir a Stalin como el “montañés del Kremlin” en un poema no debe haber ayudado demasiado). Se salvó de la ejecución, pero fue condenado a un destierro en los Urales, que luego se conmutó por la ciudad de Vorónezh.

Los poemas publicados por Blatt & Ríos sobrevivieron a la persecución; son algo así como un núcleo de humanidad empecinada. Por momentos, irradian el frío, la severidad del invierno eslavo, incluso cierto registro trágico (“Quizás sea un punto de locura/quizás sea tu consciencia/ el nudo dela vida en el que somos/ reconocidos y echados a la existencia”). Son textos urgentes; se escribieron en cuadernos que debían eludir la vigilancia autoritaria: en más de un caso, accedemos a las distintas versiones de un mismo poema, y es fascinante y conmovedor seguir el proceso de escritura de un hombre que seguramente sabía que le quedaba poco tiempo. Porque en 1938 sería deportado y moriría en un campo de concentración.

Leer sobre la historia de Mandelstam es, también, leer sobre el terror instaurado por la NKVD, la policía política que arrasaba con cualquiera que se opusiera al régimen estalinista.

En 1937, mientras la NKVD acorralaba a intelectuales soviéticos, en España, en plena Guerra Civil, devastó a importantes sectores de la izquierda no estalinista. Faltaban dos años para que eclosionara la Segunda Guerra, pero en Europa la sangre ya corría en abundancia.

“Todavía no has muerto, todavía no estás solo,/Mientras con tu amiga mendiga/ disfrutas la dimensión de las llanuras,/la niebla, el frío y la nevisca”. La “amiga mendiga” era Nadiezhda, esposa del poeta, junto a la que vivió el destierro interno y lo que llamó “la pobreza lujosa”. A Nadiezhda se le debe que los escritos de Mandelstam hayan sobrevivido hasta hoy.

¿Qué hacer cuando la historia se encabrita? Ésa, siempre, es la gran pregunta. Ósip optó por escribir: “Infeliz es aquel a quien, como su sombra/asusta el ladrido e inclina el viento,/y pobre es aquel que, semivivo, a la sombra pide limosna”.

 

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