Cuando Primo Levi publicó Si esto es un hombre (1947), donde narraba sus experiencias como prisionero en Auschwitz, la palabra Holocausto no existía para definir la barbarie nazi. El libro del escritor italiano era tan cercano al fin de la Segunda Guerra Mundial –y el tema estaba todavía tan vedado– que apenas consiguió un editor secundario. Fue solo al reeditarlo en 1958 (después de su continuación, La tregua) que empezaría su camino como clásico. El término Holocausto comenzó a circular recién a finales de los años sesenta y se estableció a fines de los setenta (en parte, por una famosa miniserie que llevaba ese nombre). A Levi el término le parecía inapropiado: etimológicamente, implica un sacrificio a los dioses y en los campos de concentración, en su mirada, había ocurrido algo muy distinto.

Levi (1919-1987) fue, sin pretenderlo, un precursor. El “deber de la memoria” que se dio a sí mismo, como recuerda el historiador Enzo Traverso, se produjo en un momento de amnesia colectiva. Su intento de comprender Auschwitz –anterior al “giro memorialista” de los años ochenta– estaba marcado por su optimismo antropológico. Levi era químico de profesión y tenía confianza en la vieja razón del iluminismo. Era, como muchos de su generación, un humanista de la vieja escuela.

Esos libros fueron tan influyentes y decisivos (a los que sumaron otros sobre el tema, como Los hundidos y los salvados) que Levi pasa por autor monotemático. Él mismo se consideraba, sin embargo, un simple escritor. Cuando, después de aquellos dos primeros títulos, sintió que no tenía más que decir, se dedicó a los cuentos. Es la parte menos recordada de su obra. En esos libros, Historias naturales y Vicio de forma (también en parte en Lilit y otros relatos), despuntaban otros temas: la mira está puesta en el futuro. También ahí, Levi, a casi cuatro décadas de su supuesto suicidio, se revela como visionario de la tecnología por venir (la de hoy) y la inteligencia artificial.

Es posible que todo haya comenzado como un divertimento: Historias naturales (1966) lo firmó con un pseudónimo, Damiano Malabaila. Y aunque a algunos argumentos no le faltan angustia, en la colección domina la parodia y el humor. Levi es menos un escritor de ciencia ficción que un satirista en la línea de Jonathan Swift, el Voltaire de Micromegas o Rabelais (como consta en un larguísimo epígrafe). Son las parábolas de alguien que, como él mismo admitía, tiene la mente dividida, como un centauro, entre la literatura y la ciencia. No es casual que uno de sus mejores relatos narre la locura y la huida de una de esas bestias míticas. Tampoco que el título de Historias naturales remita a Plinio el Viejo, de los primeros naturalistas.

El tono es claro y preciso. Lo sorprendente es otra cosa: medio siglo después de publicadas, las ideas nucleares de esas tramas y sus inventos parecen replicarse casi calcados en el presente. “Algunas aplicaciones del mimete”, por ejemplo, se centra en una máquina que hace duplicados perfectos de objetos o seres vivientes (la mujer del protagonista). Lo primero recuerda a las impresiones 3D y lo segundo –Levi se interesó temprano por la genética– a la clonación.

“La bella durmiente en la heladera” cuenta sobre la criogénesis de una mujer joven a la que se despierta de manera periódica, de año en año, por unos minutos. Aparece una droga sintética (la versamina, que convierte el dolor en placer) y en “La medida de belleza” el reconocimiento facial permite establecer una jerarquía estética tomando como modelos a Elizabeth Taylor y Raf Vallone. También hay una máquina que escribe versos, tan malos como los que pergeña hoy el Chat gpt 4. En “Tratamiento para jubilados”, el señor Simpson (personaje recurrente que trabaja para una corporación, la Natca) presenta a un potencial cliente un aparato llamado Torec (por Total Recorder) que consiste en lo que llamamos hoy “realidad virtual”: entre otros, se puede experimentar con todos los sentidos lo que siente un jugador del Milan que celebra un gol, un águila en vuelo o una diva. Levi –siempre científico– decía que solo llevaba a un extremo lo que ya por entonces parecía posible. Algo similar hacía Julio Verne en sus tiempos. Que viera una conexión entre esos cuentos y sus libros sobre el lager (los campos de concentración) solo los vuelve más inquietantes.

 

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