CÓRDOBA.- La sostenibilidad es, desde hace unos años, el foco de una finca riojana que produce aceitunas, aceite de oliva, vinos y nueces que comercializa en el mercado interno y exporta a Asia, Estados Unidos, Europa y Sudamérica. “Ser sostenible hoy es ahorrarse un problema a futuro y ganar dinero hoy”, dice a LA NACION Julián Clusellas, presidente y CEO de Valle de La Puerta.

La empresa certificó “crecimiento sostenible” para Estados Unidos. “Un proceso muy exigente, que involucra lo ambiental, la responsabilidad con la comunidad y buenas prácticas agrícolas. Europa ya lo está pidiendo, de hecho ya empieza la exigencia de carbón trazado”, apunta. Son certificaciones que permiten abrir y/o consolidar presencia en los mercados más exigentes del mundo.

La finca, ubicada en el Valle del Famatina en La Rioja, cuenta con 1300 hectáreas de campo, en las que hay 150 de viñedos que producen 2,2 millones de litros de vino al año (60% se exporta). De las 770 hectáreas de olivares se logran 15 millones de kilos de aceitunas (80% se vende al mundo) y 1400 litros de aceite al año (hasta 80% va afuera por año). En breve comenzarán a exportar toda la producción de nueces.

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“Remediar es costoso y favorecer a la naturaleza es una elección obvia, donde la sostenibilidad se presenta como el camino más sensato y rentable”, expresa Clucellas. Trabajan con un ingeniero ambiental de la Universidad Nacional de San Martín y la asistencia del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). La zona donde está la finca registra condiciones climáticas extremas como lo son su aridez, altura y bajas precipitaciones, lo que es un impulso a la búsqueda de innovación.

En ese contexto, la empresa cuenta con varias líneas de negocios sostenible, entre las que se destaca la fabricación de bioproductos a partir de residuos agrícolas y agroindustriales. Clucellas apunta que la escasez mundial de proteínas genera desafíos para garantizar la producción de alimentos de alta calidad: la mosca soldado negra (Hermetia illucens) se convierte en una “aliada invaluable” al producir una bioproteína con diversos usos, como el hacer alimento balanceado para el ganado en el que también se emplea el orujo que es un deshecho de la bodega.

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Además, la bodega aprovecha los desechos de la uva y de los olivares, junto con el guano de campos vecinos, para la fabricación de biofertilizantes de alta calidad. “Con la aplicación de tecnología se producen pellets fácilmente comercializables”, señala Clucellas.

Residuos

También producen biocarbón a partir de residuos de los olivares; no solo puede ser utilizado como sustrato para generar energía de biomasa sino también como un “eficaz fijador de agua en el suelo, crucial dada la aridez de la zona”.

La empresa sumó a sus actividades la “creación de un monte nativo con especies autóctonas, fortaleciendo la biodiversidad al conservar especies nativas y restaurar ecosistemas degradados”. Estos montes también sirven como corredores ecológicos para facilitar la movilidad de fauna nativas y proporciona “servicios ecosistémicos vitales, como la captura de carbono y la regulación del agua”.

De cara al mediano plazo, Clusellas explica que con el equipo están “explorando nuevas oportunidades, como la implementación de un lombrifiltro”. Esta tecnología “no sólo contribuirá a depurar los efluentes orgánicos de las operaciones de la bodega, sino que también generará un subproducto altamente valorizable: el humus producido por las lombrices californianas (eisenia foetida)”.

Precisa que el proyecto fue cocreado en base al estudio realizado por Joaquín Carballo Qüerio, ingeniero ambiental de la Universidad Nacional de San Martín. “Esta visión de negocios sostenibles no solo refleja un compromiso con el medio ambiente, sino también una estrategia inteligente para asegurar la rentabilidad y la competitividad a largo plazo. Un futuro que no sea sostenible simplemente no es rentable”, plantea Clusellas.

 

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