Para celebrar: con su libro de cuentos La vida por delante, la escritora Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983) ganó el VIII Premio Internacional Ribera del Duero. Después de Samanta Schweblin y Marcelo Luján, por tercera vez el Ribera del Duero, organizado por la editorial Páginas de Espuma y la Denominación de Origen Ribera del Duero, reconoce las letras argentinas. El libro saldrá a la venta el 8 de mayo en el país, Bolivia, Chile, Colombia, España, México y Uruguay y la autora recibirá 25.000 euros.

Esta mañana, el jurado presidido por Mariana Enriquez, la escritora mexicana Brenda Navarro y el escritor español Carlos Brandán; el presidente de la Denominación de Origen Ribera del Duero, Enrique Pascual, y Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, anunciaron en Madrid la buena nueva. Esta tarde a las 15 la autora conversará con la presidenta del jurado. “Estoy feliz de darle este premio a Magalí -dijo Enriquez-. La admiro. En este momento no hay una voz como la de ella, es diferente, fresca, pero muy cuidada y literaria. Escribe con gran inteligencia y humor”.

“Estoy muy contenta y emocionada -dice Etchbarne a LA NACION-. Era bastante remota la posibilidad de ganar cuando lo mandé. Al poco tiempo de cerrar la convocatoria, Páginas de Espuma informó la cantidad de manuscritos que había recibido y pensé: ‘Bueno, la posibilidad es una en mil’. Cuando me avisaron que era finalista, para mí ya era un premio haber quedado entre las cinco”. Las otras cuatro preseleccionadas fueron la peruana residente en la Argentina Katya Adaui, la mexicana Dahlia de la Cerda, la española Nuria Labari y la uruguaya Fernanda Trías.

El título original del libro de Etchebarne era “La madre, el trabajo, la muerte, el amor”, en alusión a los núcleos de los cuatro relatos, que migran de uno a otro. El editor sugirió rebautizarlo como La vida por delante. El premio se entrega cada dos años y, además de los euros, incluye la publicación.

El jurado resaltó que el de Etchebarne era un libro escrito con “un humor auténtico que logra una construcción de imágenes y unos personajes complejos con el cuidado que solo alguien que conoce y sabe manejar el lenguaje puede hacer” y que se trataba de “una propuesta contemporánea llena de agudeza, dinamismo, los conflictos del cotidiano y la intimidad tomados con inteligencia y frescura, pero sin renunciar a la dimensión más oscura e inquietante de los vínculos humanos”. Madres, tías, hijas, una correctora de estilo y una afamada escritora extranjera son algunas de las protagonistas; también hay padres, galanes maduros y jóvenes.

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Son cuentos largos, casi nouvelles. La autora recibió la noticia del premio días atrás y debió apurarse para empacar antes de viajar a Madrid. “El día que me llamaron para decirme que había ganado no lo podía creer, a la noche me reuní con unos amigos a festejar y le decía a Cecilia Fanti: ‘¿Será verdad? ¿Habré escuchado bien?’”.

-El catálogo de la editorial es muy lindo.

-Es hermoso, es muy especial; se focalizan en cuentos y yo que trabajo como editora sé que es un género difícil. Como editorial es la fiesta del género. Hay autores increíbles.

-¿Cuándo escribiste los cuentos?

-Llevaba tiempo escribiendo desde la publicación de mi primer libro de cuentos Los mejores días, en 2017. Siempre tuve en la cabeza la idea de cuatro relatos que estuvieran hermanados, que se pudieran leer con independencia y autonomía pero que tuvieran marcas y señuelos entre uno y el otro. Después me di cuenta de que estaba la convocatoria y me puse como objetivo llegar como sea a la vez que sentía que nadie los estaba esperando. Todo el año pasado trabajé mucho en editarlos y en que se relacionaran entre ellos, no que fueran reunidos azarosamente.

-¿De qué modo se relacionan?

-En el primer cuento hay una madre que recibe el diagnóstico de cáncer y que hace el tratamiento y tiene una larga sobrevida. En el tercero reaparece como fantasma, ya ha muerto y las medio hermanas van a tirar las cenizas a la playa. Los otros dos cuentos están en tercera persona, no en primera como el primero y el tercero. En el segundo hay una correctora de una editorial grande que viaja a las cataratas del Iguazú con una autora de novela romántica; se ganan el viaje en una fiesta de fin de año pero se conocen apenas por mail. El personaje de la correctora tiene una cosa más compleja y más trabada en el dolor. En los cuatro relatos hay viajes, desplazamientos. En uno hay una luna de miel de un matrimonio, en el segundo está el viaje a las cataratas; en el tercero, el viaje a la playa y en el cuarto, el viaje de una pareja.

-¿Cambiaron el título original?

-A nadie le gustaba, cuando lo decía me lo criticaban; yo estaba bastante terca ahí. Pero sería el colmo de la editora no aceptar la edición. Fue un pedido que me hicieron. También me marcaron algunas cosas que se repetían, latiguillos que no se advierten aunque los haya leído muchas veces.

-¿El universo del libro está emparentado con el de tus dos libros anteriores?

-Un poco sí, obviamente. En el primer cuento que aparece la muerte, la enfermedad de una madre, haría link con el poemario que escribí sobre la muerte de mis padres, Cómo cocinar un lobo. Pero básicamente es un personaje que me inventé, que va sobreviviendo de tratamiento en tratamiento y su vejez se da de otra manera. En el caso de mi libro de poemas y mi madre real, mi madre enfermó de anciana y toda su vida estuvo sana. Pero obviamente mi experiencia con la muerte y con el cuidado de alguien en su momento final, de alguna manera, llega a estos cuentos.

-¿Y con el primer libro, que también se publicó en España?

-Es bastante diferente. De hecho, esta forma es lo que fui procesando mientras escribía. Estos cuentos son más largos, tienen más capas. En el caso del primer libro se fue armando sin darme cuenta. Fue idea de Julieta Mortati reunir los que me parecían mejores.

-Decías que el cuento es un “género difícil” para los editores.

-A mí me encanta. A veces es muy difícil que las grandes editoriales publiquen un primer libro de cuentos. Seguro hay excepciones, pero me cuesta pensar en primeros libros de autores desconocidos. Es un género que me gusta mucho, me gusta leerlo y además quiero saber cómo lo hacen. A veces las reglas del cuento parecen difusas, hay autores que se toman otras licencias, cuentos muy largos o muy breves, como los de Lydia Davis.

-¿Tenés cuentistas favoritas?

-Me gustan mucho Alice Munro, Claire Keegan, Hebe Uhart, Liliana Heker. Con Hebe me pasa que cuando estoy trabada en la escritura leerla es liberador, hay algo en su voz que siempre destraba. Hace parecer que es fácil, aunque después te das cuenta de que no es fácil. Pero funciona como disparador.

-¿Los das a leer mientras los escribís?

-Estos los escribí durante bastante tiempo, los estuve rumiando varios meses. Los compartí con amigos, los llevaba a encuentros donde leíamos; sobre el final menos, estaba abocada a llegar. Hay que cerrar el wasap y dejar de recibir opiniones. Incluso después de entregar el libro al concurso, seguí corrigiendo, editándolos. Me lleva bastante tiempo la escritura, lo que me gustó en un momento me deja de gustar luego. Ahora estoy escribiendo algo medio amorfo, no sé si será una novela. Empecé a llevar un diario sobre mi perra y se lo ofrecí a la editorial Bosque Energético, que me encanta. Les propuse hacer un diario sobre una perra y les gustó.

-¿Crees hay un segundo boom de la literatura latinoamericana?

-No sé si un boom, pero desde España se está mirando bastante. En general es ruidosa la literatura latinoamericana. Siempre está la mirada exótica sobre América Latina; yo también me pregunto cómo van a ser leídos estos cuentos, no hago género, no trabajo el terror ni el fantástico, a los que quizás le está yendo mejor hoy.

-Hay mucho interés en las escritoras.

-Sí, por fin.

-¿El reconocimiento de la literatura argentina llega primero desde afuera?

-Fernanda Trías dijo que hace años no hubiéramos pensado que las finalistas fueran todas mujeres. Un premio así lanza a los autores al ser publicados España y otros países. Lo mismo pasa cuando publicás en una editorial grande: siempre que te lean más personas, en la mayor cantidad de países, es lo mejor que te puede pasar.

-¿Cuál es tu trabajo en Random House?

-Siempre trabajé en la parte editorial comercial y ahora estoy haciendo la transición a la edición literaria, en sellos como Alfaguara y Lumen.

-¿Afecta tu escritura el trabajo como editora ?

-No, para nada. Tengo la sensación de que editar es como leer, es leer, es como cualquier otra lectura. La imagen que tengo es de alguien que me pide ayuda para ordenar la casa, voy, la ayudo, no me robo nada, me vuelvo. Es un trabajo con el texto, me gusta acompañar a autores y autoras con la publicación, a veces tarda un año en salir un libro. Es un trabajo que me encanta hacer.

-¿Cómo ves en este contexto a la industria editorial local?

-Muy crítico, febrero fue muy difícil en términos comerciales. Lo sé por la editorial pero también por amigas que tienen librerías. A mí me pasa, uno se va achicando. Lo que tiene la industria es que estas caídas son violentas y nunca se recupera del todo. Ha habido bajas estrepitosas. Es otro escenario el de España, donde manejan otros números. Acá esta muy caro imprimir. Mi trabajo no se modifica demasiado, tengo que seguir contratando libros, puede ser que este sea un año con menor cantidad de libros. Espero el año que viene esto mejore…

-¿Las decisiones que toma el Gobierno influyen?

-En principio lo caro que está imprimir afecta desde la editorial más grande hasta la más chiquita. Lo veo con Mortati de Tenemos las Máquinas, para quien imprimir un libro es imposible cuando no tienen una caja como los grandes grupos. Estuvo en la ley ómnibus lo de eliminar la ley del precio fijo, que hubiera afectado mucho a las librerías chicas; siempre se valoró mucho la cantidad de librerías que tenemos, librerías especializadas. Pero no sé cómo se sale de esto. No será cómo será la Feria del Libro este año.

-¿Los libros están caros en la Argentina?

-No creo estén caros. Tengo que hacer muchos cálculos para contratar un libro antes de llegar a la impresión. El precio al que se llega es el que tiene que tener. Un libro promedio ronda los veinte mil pesos, y es cierto que los salarios que tenemos son absurdos. Pero el precio está absorbiendo la impresión, que es carísima, y todo los que las personas aportaron; no creo que los precios estén puestos con azar o malicia.

-¿Tu relación con la lectura y la escritura se remonta a la infancia?

-Sí. Cuando era chica, mi mamá me anotó en un concurso del periódico del barrio, no sé de dónde sacó que me interesaba. Me anoté en el concurso y creo que ahí mi madre me activó eso y después quedó siempre como que yo escribía. Después por años no escribí, y cuando empezaron los blogs comenzamos uno con Julieta Mortati. Cuando fui a talleres como el de Santiago Llach, fue un descubrimiento encontrar a gente que le gustaba escribir; yo hacía la carrera de Letras pero era algo totalmente diferente a un taller.

-¿Cuando publicaste tu primer libro tu madre vivía?

-Sí, pero nunca me dijo nada. Mi padre dijo que no lo iba a leer porque yo inventaba mucho. Me dio gracia, se ve había algo donde reconocía la autobiografía pero encontraba la traición a la realidad. Mi mamá no me dijo nada. Vio el libro, la edición que salió en España en Las Afueras y la foto que usaron es una del archivo familiar, tomada en Córdoba. Eso sí le gusto. En España Mis mejores días tuvo dos ediciones.

-¿Qué opinas sobre la relación del Gobierno con la cultura?

-No espero nada, solo me preparo para lo peor, como todo el mundo. Me parece que el interés es nulo, con una actitud beligerante y de disfrute, una actitud de desprecio. Martín Kohan hablaba de la crueldad, ¿no? Hay algo de la celebración sobre lo que están rompiendo y eso es bastante inédito, al menos con este nivel de exposición, porque no es la primera vez que alguien rompe algo. Pero ahora se vuelve parte de una propaganda.

-¿Estás de acuerdo con que la personas del ámbito de la cultura se expresen mediante solicitadas, actos y testimonios?

-Y, es como inevitable, ¿no? Es como tener una banda de rock ensayando en el living de tu casa, querés hacer otra cosa y no podés. No sé cuál es el límite ni hacia dónde vamos.

 

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