Es el mediodía en el barrio Rayito de Sol de la localidad bonaerense de Pablo Podestá, la hora en la que muchos vecinos llegan de los comedores de la zona con viandas para que sus hijos almuercen. Pero no todos los hijos almuerzan.

Nora González le prepara un plato de fideos a su pequeño Giovanni, de 3 años, pero el mayor, Odín, de 17 años, no comerá. Lo hará con ella, si se puede, en la cena.

“No hay manera de dividir la porción con su hermano”, le decía hace unos días a LA NACION Nora, con una mueca de lamento. En momentos en los que los comedores comunitarios están bajo la lupa del Gobierno, un informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina revela que un 11 % de los niños, niñas y adolescentes del país recibe en esos espacios una de las comidas del día, en muchos casos la única o más importante del día.

El estudio, hecho junto a la Fundación Alimentaris Argentina y al que LA NACION accedió en exclusiva, expone que si bien más de la mitad de los chicos que van a los comedores comunitarios recibe ayuda del Estado, son mayoría los que viven una situación de inseguridad alimentaria: cuatro de cada 10 tiene que saltearse alguna comida o redujo las porciones y dos pasaron hambre en el último año.

Hay otro dato que también alarma: unos 129 mil que van a esos centros coordinados por organizaciones sociales, civiles o religiosas no reciben ninguna asistencia estatal para no pasar hambre y se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria grave, según advierte el informe “Ayudas alimentarias directas e indirectas a la niñez y adolescencia”.

Los padres reconocen que sus hijos pasan hambre

“En las situaciones de pobreza, lo primero que hacen los hogares es restringir la calidad de los alimentos y son las mujeres adultas las que bajan la cantidad de sus ingestas diarias, para luego ser los hombres adultos y finalmente los niños los que dejan de comer. Es entonces que se habla de inseguridad alimentaria severa, cuando los padres afirman que los chicos pasan hambre”, explica Ianina Tuñón, una de las investigadoras que elaboró el informe junto a Matías Maljar.

“Dentro del universo de chicos que va a los comedores, el 59,5% recibe tarjeta alimentar y/o viandas escolares. Al interior de ese 59,5%, un 41,3% tiene inseguridad alimentaria total, es decir que no completan las cuatro comidas. Y un 18,3% particularmente experimenta situaciones de hambre en el último año”, detalla con cifras Maljar.

Una de las conclusiones del estudio es que “es posible que los comedores comunitarios cumplan un rol complementario de relevancia, en un contexto donde la cobertura de la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar es menor en términos reales que la existente a principios del 2023″. Si bien el Gobierno reforzó ambas asignaciones en el primer mes de 2024, Tuñón advierte sobre el aumento en las cifras de pobreza e indigencia infantil.

“Es evidente que ninguna de las políticas es tan robusta como para ser suficiente y no están orientadas realmente a mitigar esa inseguridad alimentaria severa. Se estima que la pobreza en este último periodo se disparó mucho y creo que es muy probable que la indigencia también, que se estima en alrededor de un 16% según algunos estudios”, comenta preocupada Tuñón.

“La inseguridad alimentaria severa se sostiene en los últimos años en un 13% y Argentina tiene múltiples estrategias orientadas a tratar esa temática, pero nos preguntamos qué es lo que ocurre que no podemos erradicarla, por qué continúa por encima de los dos dígitos y no baja. Y a pesar de estas políticas, se ha incrementado la cantidad de niños que van a comedores comunitarios: pasamos de un dígito a estar en 2023 en un 11,1%”, explica Tuñón.

“Cerraron 15 mil comedores”

La pregunta que se dispara al leer el estudio es cómo se encuentran los comedores comunitarios que reciben a esos chicos con hambre después de que el Gobierno de Javier Milei decidiera en diciembre pasado congelar el envío de fondos para alimentos.

En diciembre, la cartera de Capital Humano liderado por Sandra Pettovello, decidió auditar el sistema de comedores para eliminar a los “intermediarios”, en alusión a aquellos comedores manejados por organizaciones sociales y cambiar el sistema de asignación de fondos, lo que aún está en estudio.

Ante la alarma que desató la medida, a fines de enero, la ministra anunció un convenio de asistencia alimentaria a través de las iglesias evangélicas (ACIRA), la Fundación Conin y Cáritas Argentina. Más allá de ese acuerdo, Cáritas defendió el trabajo de los movimientos sociales y otras organizaciones civiles, insistiendo en que se debía “integrar [en referencia al convenio] a todos aquellos que con enorme sensibilidad atienden a los más pobres”. Por su parte, desde Conin informaron a LA NACION que el Gobierno recién confirmó este martes la ayuda a sus centros.

Más allá de estos acuerdos, aún no se aportó un esquema de transición y de los casi 44 mil comedores que había en el país, según un relevamiento de Barrios de Pie y la gestión nacional anterior, muchos cerraron por falta de fondos. “Son unos 15 mil espacios los que dejaron de funcionar y dependían de las políticas alimentarias del Ministerio de Capital Humano”, aseguró a LA NACION Norma Morales, referente de Barrios de Pie, organizaciones que aún mantiene cerca de 2500 espacios comunitarios en todo el país.

“El pedido de comida se multiplicó por cuatro”

LA NACION consultó a una decena de referentes de comedores coordinados por organizaciones civiles, vecinos, y organizaciones religiosas. Todos coinciden en que aumentó la cantidad de niños y adolescentes que se acercó a ellos en los primeros dos meses de 2024, y que se sumaron adultos mayores que perciben una jubilación mínima.

En el sur del conurbano la situación es “acuciante”, asegura Carlos Annacondia, uno de los pastores evangélicos que coordina en Quilmes el comedor Centro Más Vida y se autogestiona con el aporte de empresarios. “En la zona de Quilmes, Lanús, Lomas de Zamora y más al sur, la necesidad de alimentos se multiplicó por cuatro. Hay una soledad y abandono inmenso en toda la zona porque cerró el 80% de los comedores. A pesar del convenio del Gobierno, no hay respuestas de su parte y hay una lentitud inmensa”, se lamenta Annacondia y describe: “El estado de los chicos es de hambre”.

Conin tiene centros en todo el país donde nutricionistas y pediatras trabajan con madres y sus hijos de hasta 5 años con diagnósticos de desnutrición. Una coordinadora de dos centros de Conin La Plata también habla de falta de alimentos en la zona. “En los últimos meses vimos que se incrementó el número de familias que pide sumarse al programa. Ahora manejamos 60 niños y unas 40 madres. Entre el centro de Los Hornos y el centro de Ringuelet, vemos muchos casos de desnutrición severa y es lamentable cómo viven las familias”, dice a LA NACION Celeste Furlotti desde la periferia platense.

“Las mamás nos dicen que antes en los comedores les daban la comida principal y los bolsones de alimentos, pero ahora solo tres viandas por semana y nada más y que en los centros de salud de la zona no les dan las leches de fórmula acorde para sus niños con desnutrición”, comenta con preocupación.

En Lanús, a metros de la entrada de la llamada Villa el Morro, el comedor Creando Lazos es coordinado por vecinos “independientes”. Allí afirman que los pedidos de viandas para niñas, niños y adolescentes también se multiplicaron por cuatro porque reciben a chicos de otras localidades.

“Nosotros dependemos de las donaciones de vecinos y de bolsones de alimentos que nos da el municipio, pero como es una nueva gestión, todavía hay mucho que coordinar para que la ayuda alcance, no alcanza”, explica a este medio la psicóloga y coordinadora del comedor de Lanús, Cristina Panousopoulos.

El desamparo de los adolescentes

Otra preocupación que expone y que coincide con la de otros comedores es que se ha desvirtuado la función social que llevaban adelante. “Si antes podíamos ayudarlos también a que siguieran en el colegio o con asistencia en salud o darles cursos de oficios a sus padres, ahora el hambre les es tan urgente que solo vienen a pedir comida y se van. Y lo que más nos preocupa es que en esa situación de desamparo hay muchos adolescentes”, comenta.

La investigadora de la UCA, Tuñón, pone un poco más de luz en ese universo que describe Cristina. “Cuando analizamos cuál es la población que tiene mayor vulnerabilidad a la inseguridad alimentaria hoy en la Argentina, vemos que son los adolescentes después de los 14 años, porque no perciben ya la TA ni la AUH y que hay un núcleo duro de adolescentes indigentes que está siendo beneficiario únicamente de los comedores no escolares”, señala preocupada.

Gladys, que colabora con el comedor Centro Más Vida, en Quilmes, suma: “Una mamá que viene acá con sus dos niños, cobra 26 mil pesos por la TA, porque solo lo recibe por uno de ellos. El otro tiene más de 14. Su alquiler le sale 25 mil pesos y tiene que vivir con mil pesos. Un litro de leche, el más económico, está 1200 pesos. Si tenés sólo ese ingreso en el mes, sinceramente no te alcanza”.

“Una de las conclusiones del estudio es que las políticas del Estados deben direccionarse mejor. Está menos visualizado cuál es el impacto de la malnutrición cuando se es adolescente. Las políticas alimentarias en la primera infancia son muy importantes, pero deberían serlo también en la adolescencia para que los chicos y chicas terminen de desarrollarse físicamente y cognitivamente”, detalla la investigadora.

Sergio Britos, director del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA) explica a LA NACION que la adolescencia “es una edad en la que las chicas y chicos están expuestos a mucha carga de actividades formativas, tanto físicas como cognitivas, y requieren nutrientes esenciales que deben ser provistos por una dieta variada, de calidad”. Además, advierte que es clave para fortalecer el sistema inmunológico en esa etapa de la vida “prevenir enfermedades crónicas” a futuro. Sí, se habla de inversión en el presente, para futuro.

Mientras el pequeño Gio almuerza, Nora, desde su casa en el barrio Rayito de Sol comentaba: “Con el más grande, durante el día tiramos con mate y alguna cosita más: un pedazo de pan, unas galletitas o, si tengo harina, hago tortas fritas”. Odín se encuentra en cama, en su habitación, la única de la casa de chapas y madera, con síntomas de Dengue.

 

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