Javier Milei habló en una entrevista de la “superioridad moral y estética” de los libertarios y varios periodistas expresaron que esos dichos eran “fachos”, “muy nazis”, “hitlerianos”. Fue en mayo de 2022, cuando era diputado y había iniciado una carrera a la Presidencia en la que pocos creían.

Pero se amargó con esos comentarios, tanto que les inició demanda civil –que en algunos casos ya retiró, tras acuerdos extrajudiciales– y a un tiempo lo llevó en viaje directo a la búsqueda de una guía espiritual.

Por recomendación de un amigo, Milei se reunió con Shimon Alex Wahnish, rabino ortodoxo sefardí proveniente de una familia judía marroquí, y cuando salió de ese primer encuentro inició el camino de la conversión al judaísmo junto a una apasionada lectura de la Torá, que lo llevó a tomar la decisión de hacer su primer viaje internacional como presidente a Israel, con una visita al Muro de los Lamentos, donde se lo vio quebrado por la emoción.

Milei ya había expresado que en materia internacional priorizaría la relación con los Estados Unidos e Israel (se olvidó de los importantes vínculos comerciales que nuestro país tiene con Brasil, China, España, Vietnam, India) y designó a Wahnish como embajador argentino ante el Estado de Israel, una decisión con muy pocos antecedentes en el mundo, quizá ninguno. Nadie recuerda, ni siquiera en Israel, que se haya enviado un religioso a cubrir una representación nacional.

Para los miembros más activos de la comunidad judía en la Argentina, que nunca tuvieron buena relación con Milei, todo fue una sobreactuación. Lo curioso es que no se trata del primer presidente argentino que tuvo un rabino como guía espiritual ni que haya privilegiado el vínculo con Israel por encima de casi cualquier otra relación diplomática. Como en el caso de Milei, aquel otro líder también despertó la desconfianza de la comunidad judía local.

Milei no es el primer presidente que tuvo un rabino como guía espiritual

Se trató de Juan Domingo Perón, que llegó a la presidencia en 1946. El Eje ya había perdido frente a los Aliados, pero difícilmente se podía ocultar la admiración que el ejército argentino tenía por el ejército alemán. Perón mismo había viajado a territorios del Eje en Europa en plena contienda, recorriendo incluso algunas formaciones que se dirigían a Francia, cercanas a la frontera con Italia, que lo dejaron maravillado.

Su llegada al poder lo volvió más pragmático. La Argentina le declaró la guerra a Alemania y Japón cuando el resultado de la contienda ya estaba claro. Junto con la aceptación de refugiados que habían sido partícipes del Tercer Reich, y luego de haber mandado a abstenerse a fines de 1947 cuando las Naciones Unidas votaron a favor de la partición de Palestina (que estaba bajo el ya muy criticado Mandato Británico), Perón buscó convertirse en el primer sionista argentino. Recordar: 33 países votaron a favor; 13 países, en contra, y 10 se abstuvieron, la Argentina entre ellos.

Cuando arreciaban comentarios sobre su alineamiento contrario a las víctimas del Holocausto y la opinión mayoritaria de los países se inclinó a favor de la creación del Estado de Israel, la Argentina cambió sorpresivamente su postura, al punto que se constituyó en el primer país de América Latina que envió embajador a Tel Aviv.

Su nombre era Pablo Manguel, abogado laboralista judío, carismático, amiguero, ajeno al mundo de las relaciones exteriores, sin militancia política ni comunitaria judía conocida, pero relacionado con peronistas que habían accedido al poder acompañando al coronel que llegó por elecciones controladas por el Ejército, de donde provenía el candidato.

Hay muchas referencias que dicen que Manguel fundó en 1947 la peronista Organización Israelita Argentina (OIA), entidad que quiso competir con la DAIA por la representación de la comunidad judía, pero no figura en ninguna de las publicaciones originales consultadas. Sí se incorporó más tarde, cuando fue designado embajador, en 1948.

Tampoco está claro cómo llegó Manguel a la vida de Perón. Uno de sus hijos, Juan Domingo (Johnny) Manguel, cuenta lo que él les dijo cuando eran chicos. Que su padre estaba en un bar céntrico tomando un vermouth con otros abogados cuando un enviado de la Casa Rosada lo fue a buscar, apurado porque el Presidente quería dar un mensaje a favor de Israel cuanto antes, tras nuevos ataques nacionalistas contra jóvenes estudiantes judíos, que eran habituales antes de la llegada de Perón y continuaron en los primeros años de su presidencia.

Aparentemente, su nombre era respetado por los dirigentes sindicales que respaldaron a Perón, y ese perfil, junto a su carácter pacífico y la ausencia de cualquier padrino político, le habrían alcanzado al presidente para convocarlo. Finalmente, se trataba de un judío que pondría la cara en Israel por un presidente supuestamente nazi, razón por la que a su hijo Johnny le gusta definir a su padre como “el amigo judío de Perón”. Tenía 35 años cuando asumió la representación argentina.

Muchos autores (Leonardo Sehikman, Raanan Rein, Ignacio Klich) afirman que la verdadera razón que llevó a Perón a buscar un vínculo de amistad con el Estado de Israel fue el interés por mantener una relación privilegiada con Estados Unidos. Creyó siempre que los judíos norteamericanos tenían una influencia decisiva en su país y que por eso era imprescindible mostrarse amigable con aquella nación en construcción.

El envío de un judío como Manguel era necesario para Perón, a quien se veía como amigo del Eje

Manguel aceptó el ofrecimiento con el respaldo de su mujer, Rosa Filkenstein, y con instrucciones de Perón partió en un largo viaje en tres escalas, Nueva York, Roma, Tel Aviv, para empezar de cero la relación diplomática entre la Argentina e Israel.

Manguel murió el 17 de octubre de 1984. No se encontró todavía ningún testimonio personal de esa experiencia seguramente fascinante, no solo por su vínculo con un Perón al que muchos tenían por viejo amigo del Eje, sino también porque fue testigo de la puesta en marcha de un Estado nuevo, volcado al socialismo, donde todo estaba por hacerse. En fin, un enclave occidental y democrático rodeado de naciones árabes.

La sola apertura de la embajada fue, en sí misma, un asunto crucial, tal como se refleja en los cables enviados al Ministerio de Relaciones Exteriores, solicitando presupuesto hasta para comprar su escritorio. Manguel tenía prerrogativas por su vínculo directo con Perón, quien a su vez quería mostrar un estatus de gran nación frente a los israelíes, y comprendía la compra de vajilla francesa y mantelería española, que estaba por encima del presupuesto del Ministerio en los tiempos de ajuste iniciados en 1949.

Lo que le interesaba a Perón de Israel, coinciden los autores mencionados, era romper los prejuicios de Estados Unidos con su gobierno, para cortarles el privilegio que tenían Brasil y Uruguay, considerados creíbles por los países de Occidente.

Para muestra, vale citar un cable del primer embajador de Israel en la Argentina, Jacob Tsur: “[Perón] destacaba mucho el principio de hacer potente su amistad hacia el representante de Israel y cada oportunidad confirmaba mi hipótesis: que estaba convencido de que los judíos dominaban los Estados Unidos, su prensa y su Congreso y que solamente la intervención de la embajada de Israel podría glorificar el nombre de la Argentina en los Estados Unidos y absolver a su presidente de todo pecado”.

Porque mientras Manguel hacía su magia en Israel, sin olvidarse de tejer contactos en Nueva York, Perón hacía lo propio en la Argentina, construyendo cercanía con Tsur, con el gobierno israelí (entre 1949 y 1955 vinieron al país la por entonces ministra de Trabajo, Golda Meir, y el por entonces ministro de Relaciones Exteriores, Moshe Sharett), junto al envío en condiciones muy ventajosas de alimentos, incluido un barco con carne fresca que pagó la Argentina en tiempos gravosos en la nueva nación.

Las referencias conducen, también, a Evita. Sucede que la primera dama, nacida en la pobreza, se mostraba conmovida con las primeras imágenes de víctimas del Holocausto que empezaron a circular y estaba convencida de que había que colaborar en forma activa con el Estado que había recuperado parte del territorio bíblico.

A través de ella llega al mundo peronista un nuevo personaje que se hizo vital en la vida del matrimonio, el rabino Amram Blum, designado asesor en temas religiosos y capellán en el Ejército, una guía espiritual que tras el golpe de la Libertadora se sintió obligado a dejar el país, porque llegó a convertirse en el “rabino peronista”, lo que a partir de 1955 se transformó en un pecado.

Es verdad que Perón no llegó al extremo de enviar al rabino Blum como embajador argentino. Pero, cansado porque la comunidad judía argentina seguía siéndole esquiva, designó a Manguel candidato a diputado nacional (igual, perdió en las circunscripciones de Once y Villa Crespo), y volvió a elegir un judío para reemplazarlo en Tel Aviv, aunque por el golpe no llegó a concretarse el traslado.

La Libertadora, finalmente, designó a Enrique Méndez Puig, más cómodo para Israel, ya que en líneas generales se prefiere que los representantes de los países no lleven las internas políticas locales a su Estado.

El envío de un judío como Manguel era necesario para Perón, a quien se lo veía como amigo del Eje. Pero solo Milei se animó a designar un rabino, ortodoxo, simpático, bien formado, carismático, abierto, aunque por supuesto sin formación diplomática ni política.

¿Le cayó mal a Israel? Para nada. En ninguno de los dos casos. Con Manguel, porque provenía de un país que podía proveer lo que más necesitaba Israel en ese momento: carne, trigo, alimentos en general.

Con Milei, porque su viaje en medio de los reproches por la guerra en Gaza con el grupo terrorista Hamas, le permite a Israel mostrar que tiene amigos en el mundo. Sobre todo, en una región donde viven muchos judíos de la diáspora y cuyos gobiernos son antisionistas, como es el caso de Brasil y su presidente Luís “Lula” Da Silva, cada vez más cerca de Irán y de los mayores enemigos del Estado de Israel.

 

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