Si algo caracterizó a la televisión durante la década del ochenta y noventa fueron los programas de humor de importantes capocómicos que entretenían a grandes y chicos. Así fue como Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Juan Carlos Calabró, Mario Sapag, Tato Bores, Juan Carlos Altavista, Jorge Guinzburg, Guillermo Francella, y tantos otros, se adueñaron de la pantalla chica para sacarle una sonrisa al televidente.

En 1992 llegó a ATC un cómico que venía del under y que cambiaría con sus personajes y libretos la manera de hacer humor en la televisión. Salido de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Antonio Gasalla pasó del café concert de los años sesenta al cine, primero con aquel monólogo tan recordado de La Tregua, de la mano de Sergio Renán, y más tarde con el rol que lo volvió popular: la mamá Cora de Esperando la Carroza.

El Palacio de Risa, desde sus comienzos, fue otra cosa. El ciclo humorístico que se emitió por cinco temporadas los lunes a las 21, primero en ATC y luego en Canal Trece, era una sucesión de sketches con personajes delirantes pocas veces visto en TV. Gasalla logró lo que pocos: plasmó en la pantalla chica el mundo alternativo del off y lo hizo popular.

Un dream team televisivo

Con un elenco conformado, mayormente, por actores y actrices desconocidos, El Palacio de la Risa imprimió un nuevo estilo desde su primera emisión. De casi debutantes en la televisión de aquel entonces como Juana Molina, Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta, Juan Acosta, Verónica Llinas, Clotilde Borella, Claudio Giúdice y Atilio Veronelli, a figuras consagradas como Norma Pons, Roberto Carnaghi o Nelly Láinez, Gasalla sacaba lo mejor de cada uno en pos del programa.

“Empecé a trabajar con Antonio en 1984 en un casting que hice de casualidad en el teatro Astros; allí hicimos Gasalla en Terapia Intensiva. En televisión comencé en El Palacio de la Risa, éramos un equipo que si bien no habíamos comenzado como grupo, trabajábamos como tal”, recuerda Juan Acosta en diálogo con LA NACIÓN.

Alguna vez Gasalla explicó por qué la mayoría de sus personajes estuvieron creados desde el universo femenino. “En un momento me di cuenta que había temas que se contaban mejor desde una mujer que a través de un hombre. La caída de la clase media, es más fácil contarlo desde una ama de casa que se le viene todo abajo, que el marido tiene dos trabajos y no lo ve nunca”, admitió.

Pero como todo experimento innovador, El Palacio de la Risa no comenzó siendo un éxito. Los primeros programas no fueron lo que Gasalla estaba esperando, porque se dio cuenta que la fórmula de trasladar cosas del Maipo a la televisión, de manera lineal, no iba a funcionar. Entonces se puso a buscar actores y actrices en el off. Allí encontró a Carlos Parrilla y a Atilo Veronelli. A Juana Molina y a Daniel Aráoz los descubrió en La Noticia Rebelde. Así fue formando el elenco que soñaba.

“Yo quise gente toda nueva porque yo era nuevo en la televisión. Pensé que si llamaba gente de mi edad o consagrada, iba a ser algo muy parecido al lo que ya había, y en ese momento apareció gente valiosísima. Éramos un grupo de locos con un delirio muy fuerte”, explicó el cómico.

El esquema de El Palacio de la Risa era simple: de lunes a miércoles, Gasalla junto a Atilio Veronelli escribían los guiones, el jueves había una lectura y repaso de los libretos y el viernes, en una larga jornada de grabación se completaba todo el programa. Esto explica su éxito y prueba, a la vez, por qué no hay un programa similar en los tiempos que corren.

“Eran años de mucho atrevimiento y creatividad, en ATC faltaban cosas, entonces había que inventarlo. Yo escribía los guiones y también compraba tres kilos de clavos para amurar la escenografía, era entre una situación prehistórica y llena de fervor”, recordó Gasalla.

Las mil caras de Gasalla

El acierto de Gasalla fueron sus personajes: la abuela, la maestra Noelia, la empleada pública, Soledad Dolores Solari, Bárbara Dont Worry. Inesita, la millonaria de las mil cirugías con un aire a Amalia Lacroze de Fortabat, la enfermera, la nena Lorena, entre otros.

“Antonio empezó a hacer televisión cuando arrancamos con el programa. Él se apoyaba mucho en Atilio Veronelli, que escribía parte de los guiones e incluso fue quien le puso el nombre al personaje que yo hacía, ‘Naboletti’. Gasalla se ocupaba de todo, pero nosotros aportábamos mucho al ciclo, nos dejaba ser”, cuenta Juan Acosta.

A pesar de lo que todo el mundo cree, Mamá Cora no empezó ni en cine ni en televisión. El personaje que se hizo popular, primero en Esperando la Carroza y, luego, en los programas de Gasalla, hasta terminar en el living de Susana, nació en el Maipo. En ese cuadro, el cómico junto a Jovita Luna interpretaban a dos adultas mayores que comentaban las cosas que pasaban a su alrededor sentadas en el banco de una plaza. “Para Mamá Cora, Antonio siempre usaba un pañuelito en la mano, un día salió a escena sin ese pañuelito. Empezó a los gritos pidiendo por él, si no lo tenía no podía hacer ese papel. Una vez me dijo ‘esto es parte del personaje’”, recordó Acosta.

El caso de la empleada pública es paradigmático ya que nació en plena dictadura, también en el teatro Maipo. Sale de un aviso que decía al final ‘usted es responsable’ y le ponían un sello en la cabeza. “Si querés hablar de la burocracia de los funcionarios públicos, es más fácil contarlo desde una mujer que atiende a público que desde un hombre que trabaja en un escritorio. La empleada nace para hablar de la falta de respeto y el totalitarismo; ella es la encarnación del absurdo que tiene mucho que ver con los porteños”, contó alguna vez Gasalla.

Ese personaje pegó tanto en la gente que alguna vez Carlos Grosso, entonces intendente de la Capital Federal, lo llamó a Gasalla para que les diera clases a los empleados que atendían al público para que cambiaran su manera de trabajar. La iniciativa, claro, nunca prosperó.

El Palacio de la Risa cambio definitivamente la manera de hacer humor en la TV y fue el que le abrió la puerta a programas como Juana y sus Hermanas o Cha Cha Chá. Con cada personaje Gasalla contaba algo de su tiempo: con Mamá Cora hablaba de la marginación de los adultos mayores, con Soledad Dolores Solari se refirió a los miedos y la paranoia, con Matilde a la marginalidad, las hermanas Malavuena eran un homenaje a la telenovela, y la “gorda” encarnaba a los cholulos de aquel tiempo que no usaban todavía el teléfono celular. Seres barrocos, delirantes y brillantes, que marcaron una época de la pantalla chica que le daba al televidente una cuota de risa y originalidad sin anestesia.

 

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