China se ha propuesto construir unas instalaciones para obtener un campo magnético pulsado por inducción de 110 tesla (la unidad de inducción magnética), lo que significa que podrá ser más de dos millones más potente que el campo magnético de la Tierra.

La instalación comenzó a construirse en Wuhan, con planes de poner en funcionamiento el proyecto en cinco años. El nuevo imán costará más de 2.000 millones de yuanes (unos 287 millones de euros) y estará situado en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong. Su construcción acaba de iniciarse y se espera que, al finalizar, sea capaz de generar un campo magnético de 110 tesla durante unos pocos segundos.

Crear imanes tan poderosos supone un desafío técnico y logístico de muy alto nivel, en primer lugar porque se necesita de un sistema local para el suministro de electricidad con una potencia de varios gigavatios (miles de millones de vatios), así como de la capacidad de traducir esa energía en un pulso magnético sin quemar la instalación. También debe protegerse la instalación con materiales especiales que sean capaces absorber tanto el calor como los impactos generados por los impulsos magnéticos.

Además, los trabajadores se enfrentan a grandes riesgos en su construcción, pues deben envolver cables metálicos alrededor del imán usando trajes protectores durante varias horas en un ambiente sellado cuya atmósfera está repleta de gases venenosos.

Sin embargo, China ya está familiarizada con esta clase de tecnología. No en vano, recientemente ya se inauguró aquí una instalación para generar un campo magnético estable que produjo otro resultado récord, creándose un campo con una inducción de 45,22 tesla. El récord anterior lo había ostentado, durante nada menos que 23 años, el Laboratorio Nacional Estadounidense de Alto Campo Magnético, que creó una instalación con un campo magnético constante de 45 tesla (el récord del campo magnético pulsado más fuerte también ha sido obtenido por este mismo laboratorio, llegando a 100 teslas).

¿Para qué sirve algo así?

Desde los descubrimientos de Nikola Tesla en el siglo XIX, los investigadores se han afanado en obtener campos magnéticos intensos en los laboratorios a fin de realizar tanto estudios en ciencia básica como descubrir nuevas aplicaciones tecnológicas.

Así, entre otras cosas, esta clase de instalaciones pueden servir para lograr avances en el frente científico en el campo de los semiconductores, las comunicaciones 6G, la ciencia de los materiales y los productos farmacéuticos, así como observar comportamientos de partículas subatómicas.

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