“Mis abuelos no eran típicos andinos chiquitos, sino altos de las zonas amazónicas”, cuenta Marcela Guerra, una “warmi janpiri”, que significa mujer medicina en quechua. Su tradición proviene de su familia que se estableció entre Salta y Jujuy, pero que tiene su origen en una región aún más extensa, la del Tawantinsuyu Confederación que abarca Abya Yala (conocida como América) que, además del norte argentino abarcaba lo que hoy se conoce como Bolivia y Perú, desde los Andes hasta el Amazonas constituyéndose como Qollasuyu (Región Sur del Tawantinsuyu).

“Siempre fueron los varones los que sostenían las prácticas de sanación, hasta que mi bisabuelo es alcanzado por un un rayo en la montaña”. Él contaba que había recibido un mensaje de la naturaleza en el que le decían que el don de la sanación había que pasarlo a las mujeres.

Las mujeres medicina

Cuando Marcela era muy chica, su abuela le transmitió su capacidad: la llave para abrir las puertas del espacio de conexión con el mundo invisible. Entre los 7 y 8 años se transformó en una niña sanadora. Ya en Buenos Aires, por requerimiento de sus padres, mucha gente la iba a ver. A ella le costaba entender cómo esas personas, que desde su perspectiva veía como gigantes, podían confiar en sus manos para acabar con el sufrimiento. Era difícil procesarlo así que luego de un tiempo dejó de hacerlo. Por años lo borró de su conciencia, para vivir una infancia y adolescencia más simple.

Cerca de los 18 años se conectó con un grupo de mujeres sanadoras y ese fue el inicio de una segunda etapa en la que retomó la enseñanza de su abuela. Guardaba en su memoria las imágenes de cuando la espiaba por la ventana para ver cómo sanaba a la gente y le decía que ella quería estar ahí, pero la abuela le respondía: “no, porque vos vas a cambiar todo”. Si bien aún no lo comprendía, fue el inicio para investigar cómo se manifestaban las energías: “Somos acompañantes. El otro es un creador de su propia realidad, entonces yo no puedo interferir, yo puedo acompañar”, explica de su tradición.

El secreto que se transmitía de generación en generación residía en conectar con nuestra Geometría Sagrada, aquella que baja del cielo a la tierra a través de la Constelación de la Chakana, llamada también Cruz del Sur y refiere a una síntesis de su cosmovisión que integra la Tierra, el fuego, el agua y el aire.

La Geometría Sagrada consiste en algo universal: “Sin geometría sagrada no habría vida. Si uno mira una hoja o una flor, hay una geometría sagrada”. Marcela dice que se puede ver esa perfección en cada cuerpo, aun en los que no se consideren hegemónicos. “Si todos entendiéramos esto, cada cuerpo sería hermoso, sagrado, divino. Porque está mostrando una geometría, una forma en que se organiza la energía”. Esa organización, según explica, es la energía que nos da equilibrio. Ante un desequilibrio, es importante conectarse nuevamente con la propia geometría sagrada y la geometría del cielo.

Marcela Guerra entendió que era una intermediaria de esa energía, no la energía misma. “Y eso me liberó porque yo no quería ser una sanadora. No estaba en mi espíritu”. Ella prefiere acompañar, ver lo que la persona necesita y puede transitar y concretar. Así se activa un campo para la sanación. “Pero la sanación la tiene que encontrar la propia persona”.

La visión andina

Los andinos entienden la muerte de una manera diferente, no como una tragedia sino como el fin de un ciclo que continuará dentro de la totalidad universal. Desde esa perspectiva se pueden comprender los conceptos de geometría sagrada o creación de la realidad, que aunque parecen modernos, son ancestrales y, según explica Marcela, hoy vuelven a estar presentes y nos dan un sentido de vida mucho más liviano.

La warmi janpiri dice que ninguna de sus infusiones o preparados son secretos, que lo explica para que luego lo realice la misma persona. Lo mismo ocurre con el sahumado de su casa, lo enseña para que la persona pueda repetirlo la siguiente vez. Tiene conciencia de que existe en el ambiente de la llamada espiritualidad, que engloba muchas disciplinas, una especulación económica. “Yo he visto abusos, la verdad, hay que también educar a las personas en ese sentido: no creas lo que sea y si te parece un precio excesivo, no lo pagues”.

Aprender acerca de la cosmovisión andina es también entender que no existen los dioses. “Yo creo en una energía que ni siquiera es superior porque yo soy la misma energía, y yo no soy superior a nadie. Entonces nadie es superior a mí. Me gusta esa idea”. Los senderos sagrados a los que invita tienen como consigna caminar el latido de la Pachamama y el de nuestra Chakana entendiendo que a cada ciclo le corresponde una Ceremonia. “Porque entras en el mismo latido de la tierra y entras en tu propia ciclicidad. Te acompaña el sol, te acompaña la luna. Es como una conexión que no está en un libro, que no se aprende sino con el hacer”.

Dentro de las Ceremonias Andinas está lo que se llama el “Janpi Wasi” o el “Rupa Wasi”, que en realidad es diferente al Temazcal del Norte, explica Marcela. La diferencia está en la tradición y el origen. La palabra temazcal proviene del náhuatl “temazcalli”, donde temaz es sudor y calli, casa. Es el vientre de la Madre Tierra, que nos recibe con un baño de vapor para limpiar, activar y proteger el cuerpo y el espíritu.

Por su parte, “Janpi Wasi” es la práctica ceremonial andina. Lo que destaca Marcela es la intención. “El temazcal del norte es una medicina que se practica mucho para generar la resistencia, la construcción de un guerrero, de una guerrera, desafiarse, desafiar al fuego, al calor, a la resistencia del cuerpo”. En cambio, por definición, el camino andino es un camino muy amoroso, cuida al cuerpo y al espíritu. Guerra habla del “Sumaj Kawsay”, la idea de que hemos venido a vivir bien.

Cómo es la ceremonia andina y su diferencia con el temazcal

En el Janpi Wasi la estructura para realizar esta ceremonia es más abierta y el ciclo más corto, tiene cuatro puertas y uno puede entrar y salir en el momento que quiere. Para empezar se hace un pozo en la tierra en donde el cuerpo está sentado y la superficie de la tierra llega al hombro. Por eso es mucho más fresco, hay más contacto con la Madre Tierra. Entonces el guía sabe que cada persona tiene su propio proceso. “Porque en general, en un temazcal, la intención del proceso la tiene quien guía, es quien dice que tenés que resistir del principio al final”.

Los andinos entienden que cada persona tiene su propio proceso. “Tal vez entrar cinco minutos en el Janpi sea suficiente para su proceso”. Entonces, salir no significa abortar el proceso, sino respetarlo. “Pasa a veces con personas que vienen y en el primer Janpi están solo en una puerta, en el segundo una puerta y un poquito más, y van de a poco cumpliendo el camino de su sanación”. La Ceremonia del Janpi en sí es una medicina.

Para la cosmovisión andina, sanar y liberarse a través de la ceremonia y en cada decisión tiene sentido en el camino del propio ciclo vital en conexión con las energías sagradas de la Pachamama y del Universo. Es en ese ciclo natural que Marcela Guerra encuentra su rol más genuino.

 

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