El agua es una fuente de vida y recurso vital para todos los seres vivos del planeta. Aunque muy sensible a la actividad humana y a los cambios climáticos latentes en la actualidad, el agua cuenta con un ciclo que la regenera de forma autónoma, convirtiéndola en un bien ilimitado en condiciones naturales favorables que no ponen en riesgo su conservación.

Como cada 22 de marzo, el Día Mundial del Agua se presenta como una fecha idónea para poner en valor este recurso y destacar su importancia como bien inquebrantable.

Desde los océanos hasta la atmósfera, y de vuelta a tierra firme, el agua viaja continuamente, transformándose y presentándose ante nosotros en diferentes formatos, cada uno de ellos indispensable para dar lugar al mundo que nos rodea y que conocemos. Te contamos todo sobre este espectacular proceso natural y sobre las acciones que puedes llevar a cabo como individuo para colaborar a su conservación.

EL AGUA EN LA TIERRA

Océanos, mares, ríos, lagos glaciares, aguas subterráneas… Todas ellas son diferentes formas en las que el agua, recurso que cubre casi el 71% de la superficie de nuestro planeta, se presenta ante nosotros. Sin embargo, a pesar de esta gran abundancia, solo una fracción mínima de ella es agua dulce: esencial para el consumo humano y para la vida terrestre.

Así es que la distribución de este recurso es completamente desigual, con algunas regiones donde abunda el agua dulce debido a la frecuencia de precipitaciones, y otras enfrentando sequías prolongadas de forma regular.

Es justo esa irregularidad la que da lugar a la gran diversidad de hábitats que se presentan en el planeta y que, al final, desempeñan un papel vital en la regulación del clima global. Ahora bien, en condiciones anormales, esa irregularidad puede llegar a afectar negativamente, dando lugar a sequías más largas de lo habitual, periodos de pocas lluvias en zonas acostumbradas a ellas o inundaciones impredecibles y catastróficas.

De esta forma, la gestión sostenible y la utilización respetuosa de los recursos hídricos se vuelve algo fundamental para proteger la salud y la biodiversidad de todas las cuencas acuosas. La conservación de estos ecosistemas y de los procesos que tienen lugar en ellos, como es el ciclo del agua, no solo garantizan la supervivencia de las especies que dependen de ellos, sino que también asegura el suministro de agua dulce para las futuras generaciones.

EL CICLO DEL AGUA

Así, también conocido como ciclo hidrológico, el ciclo del agua se presenta como un proceso continuo y cerrado que mueve el agua existente en el planeta a través de diferentes estados físicos y ubicaciones en el planeta. Todo comienza con la evaporación, donde el calor solar, al incidir sobre los océanos, ríos y lagos, calienta el agua y la convierte en vapor. Este gas se eleva hacia la atmósfera mientras mantiene una alta temperatura y deteniéndose en el momento que se enfría.

Una vez pierde temperatura, el vapor se enfría y se condensa, dando lugar a las nubes que, en vez de quedarse inmóviles, son desplazadas e impulsadas por los vientos y las corrientes atmosféricas. Ahora bien, cuando las condiciones son propicias, las gotas de agua se agrupan lo suficiente como para aumentar su atracción gravitatoria hacia la superficie y caen de nuevo a la Tierra en forma de precipitación, la cual podrá ser de lluvia, nieve o granizo.

Una vez en la superficie terrestre, el agua de la precipitación puede seguir dos caminos diferentes: o se infiltra en el suelo o fluye sobre la superficie. En el primer caso, el agua que se infiltra hacia el interior se convierte en agua subterránea, la cual alimenta a los acuíferos y manantiales, fuentes tradicionales de agua potable para los humanos. Por el contrario, el agua que fluye sobre los montes, termina erosionando la superficie, dando lugar a ríos y arroyos que, finalmente, vuelven a desembocar en los océanos y los mares para, posteriormente, volver a ser liberada a la atmósfera como vapor y cerrando el ciclo.

Se trata de un bucle esencial para mantener la vida en la Tierra: proporciona agua dulce para el consumo humano, la agricultura y la industria, regula el clima global al redistribuir el calor y la humedad, y sustenta los ecosistemas terrestres y acuáticos. No obstante, también es vulnerable a las perturbaciones que puedan darse, como el cambio climático o la actividad humana. La contaminación, la deforestación o la sobreexplotación de recursos son algunas de las amenazas del ciclo, que pueden llegar a alterar este delicado equilibrio.

¿CÓMO PRESERVAR EL CICLO?

No hace falta destacar que la conservación del ciclo es directamente proporcional a la disponibilidad del recurso: con un ciclo dañado, el agua no está disponible. Por ello, garantizar la calidad de este recurso es vital, tanto para todos los que vivimos actualmente en el planeta, como para el bienestar de las generaciones futuras. Para ello, existen algunas acciones prácticas, disponibles para cualquiera, que pueden resultar significativas en esta lucha.

Por ejemplo, la reducción del consumo de agua y la adopción de hábitos conscientes de consumo puede reducir significativamente el impacto de los humanos sobre este ciclo natural. También implementar prácticas de gestión sostenible de recursos, como la captación de agua de lluvia, la reutilización de aguas grises o la construcción de infraestructuras verdes puede ayudar a reducir la presión existente sobre todos los ecosistemas acuáticos.

Asimismo, proteger y restaurar las cuencas hidrográficas, incluyendo los bosques y humedales es crucial también para mantener la calidad y cantidad del agua disponible en las fosas naturales. A esto se suma el fomento entre la población del uso eficiente del agua en las explotaciones agrícolas, mediante la incorporación de técnicas como el riego por goteo, la rotación de cultivos o el manejo integrado de plagas. Está en mano de todos los que utilizamos este valioso recurso protegerlo de la contaminación, el desgaste y los daños irreversibles.

 

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