El frente de ladrillo a la vista. La pared recubierta de una enredadera que trepa delicadamente por entre las antiguas aberturas pintadas de verde inglés. Dos viejos faroles sobre la vereda, también de ladrillo. La calle y el silencio de una tarde de pueblo. La puerta principal se abre y el viaje al pasado está garantizado: el piso de listones de pinotea, un largo y macizo mostrador, las estanterías hasta el techo, viejas cajoneras (todavía con productos de ferretería) y ese aroma indescriptible de almacén centenario. Félix Díaz de Elizalde recorre con su mirada cada rincón, con sus brazos descansando en la cintura. “Cuánta magia tiene este lugar, no me canso de sentirla todos los días”, dice.

La certeza de Félix tiene, sobre todo, una base empírica: este es -literalmente- el living de su casa, que comparte con su pareja, Rocío Cerrito, junto a su pequeño hijo, Francisco. ¿Cómo llegó esta familia, exiliada de la gran ciudad, a habitar un antiguo almacén de ramos generales fundado en 1890? “Los planetas se alinearon”, comienza a relatar Félix. Y sigue: “Estábamos con ganas de hacer un cambio de vida y, bueno, apareció esto de manera absolutamente inesperada”.

Desde hacía un tiempo, Félix y Rocío habían comenzado a recorrer pequeños pueblos y parajes bonaerenses. Cada vez que encontraban una pulpería, algún bolichito o almacén perdido, se metían sin dudarlo y luego lo compartían en sus redes sociales. Cuanto más metidos campo adentro, mejor. “Siempre sentí atracción hacia estos lugares, no sé bien por qué”, dice. Atenta a esa publicaciones, Clara, una compañera de un grupo de teatro en el que participaba, le propuso que la visitara en Duggan, un pequeño pueblo rural que pertenece al partido de San Antonio de Areco. “Fuimos a tomar unos mates, paseamos un poco y nos encantó”, recuerda. A los pocos días, Clara le volvió a escribir: “Félix, se desocupa el boliche del pueblo, no lo vas a poder creer”.

El boliche en cuestión había sido adaptado para funcionar como vivienda. De hecho, el salón del almacén es como si fuera el living. Y en concreto, es el último de este tipo en Duggan, completamente intacto. “Los techos son originales, los tirantes de pinotea, el piso, todo. Tiene un sótano, donde se guardaba el vino que se bajaba con barricas y se subía con bordalesas para despacharse arriba, en el mostrador. Era un almacén de ramos generales, con carpintería, herrería, correo, una pequeña estafeta postal”, enumera Félix.

“La primera vez que entramos, se nos cayó la mandíbula: quedamos enamorados”, cuenta, acerca del primer contacto que tuvieron con la casona. Era abril de 2022, una semana antes de que naciera Francisco. Fue todo tan vertiginoso que a los dos meses ya estaban mudados: “Caímos con un camión que nos trajo el departamento que teníamos en Buenos Aires. De Palermo a Duggan, sin escalas. Fue un piletazo porque era la segunda vez que visitábamos el pueblo”.

Ya instalados, de a poco, Félix y Rocío empezaron a reconstruir la historia del lugar. Así, supieron que la casa fue originalmente de Pedro Rochaix, un inmigrante francés proveniente de Chambery. Pedro tuvo 10 hijos y el boliche funcionó sin interrupciones hasta 1977. Luego fue alquilado tres veces como almacén, con tres inquilinos distintos, y más acá en el tiempo, como un restaurante de la mano de “Chiche” Eberto, nieto del fundador. Después permaneció cerrado, como un tesoro increíblemente intacto.

Antes de decidir abrir sus puertas, para esta pareja el almacén era una suerte de “restaurante privado”, una sala de estar cargada de historias y anécdotas. “La cabeza me viajaba a mil por hora, es un lugar muy estimulante: no sabés si ponerte a tomar mate, descorchar un vino, escuchar folklore… empecé a imaginarme las historias que se sucedieron sobre lo que nos cuentan los parientes que quedaron: la gente se emociona mucho recordando. Es una historia viva y lo que queremos es recrearla lo más fielmente posible”.

La decisión de compartir este tesoro apareció en su cabeza desde el principio. Félix afirma que “la premisa fue, desde un primer momento, compartir esto: no podemos ser tan egoístas de cerrarlo y quedárnoslo para nosotros”. De esta manera, el boliche se está transformando en un espacio dedicado a productos regionales de campo, todos artesanales, bajo el nombre de Almacén Díaz. Félix y Rocío reciben a los curiosos con historias y anécdotas, ofreciendo quesos, salames, huevos de campo, mieles y dulces caseros. Pero no se detienen ahí. Con miras al futuro, sueñan con eventos familiares atendidos personalmente, dedicando tiempo a cada mesa. “Queremos dejar una huella”, destaca.

Atravesados por esta historia, y ya integrados al pequeño pueblo que los cobijó, Félix y Rocío son conscientes de lo que tienen entre sus manos. “Nunca lo habíamos imaginado y nunca lo buscamos: es más, creo que si buscás algo así, no sucede; fue un cambio exponencial para nosotros, un cambio de vida completo, con un bebé recién nacido, una mudanza en pleno invierno a un pueblo rural y con un almacén de 1890 como living”, resume.

Como habitantes circunstanciales de este almacén, están dispuestos a mantenerlo abierto mientras sea posible. Félix expresa su agradecimiento por la suerte de dar con los dueños y lograr el alquiler. Una misión va más allá de lo material: “Queremos ofrecer un almacén, algo para picar, un plato típico y buena bebida, alcanzable para todos”. Porque, en esencia, se trata de recuperar la humanidad y el tiempo compartido que hizo grandes -y perdurables- a estos viejos almacenes.

Datos Útiles

Pte Perón 735, Duggan (San Antonio de Areco)

WhatsApp: (11) 5513-3183

IG: @almacendiazduggan

Para visitas, sólo hace falta tocar la puerta o coordinar previamente vía WhatsApp.

 

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