A Martín no le gustaban mucho las redes sociales, es más, las rechazaba. Sin embargo, cuando en su trabajo le anunciaron que debía adherirse a Facebook para ser parte de ciertos asuntos laborales, no tuvo más opción que firmar la paz, aunque optando por permanecer casi anónimo: puso una sola foto y ahí quedó, ni un comentario, ni una publicación compartida. ¿Qué más necesitaba? Ya no estaba para esas cosas a sus casi 58 años.

Cierto día, sin embargo, un cartel nuevo apareció en la red, se trataba de una sugerencia de amistad propuesta por un amigo. Cliqueó sobre la ventana y allí la vio, una mujer, una hermosa mujer que lo cautivó de inmediato: “Vi su foto, su belleza, su gigante sonrisa y algo me atrapó en ella desde ese preciso instante. Se llamaba Silvia y quería conocerla”, revela Martín.

Un avance, poco a poco: “Costó como esas cosas que realmente valen la pena”

Martín decidió escribirle, de a poco, sin apabullarla. Las respuestas llegaron mínimas, espaciadas. El tiempo pasó, el WhatsApp había tomado el puesto como canal de comunicación y hacia allí se mudaron, pero, aun así, las respuestas seguían siendo cortas y esporádicas: “Confieso que no me la hizo fácil: costó como esas cosas que realmente valen la pena, creo que lo verdaderamente importante en la vida se hace esperar”.

Lo cierto era que la distancia impuesta por Silvia tenía una razón de ser, lejos de los juegos y estrategias. Ella estaba atravesando por un momento personal muy doloroso, que finalmente logró confesar. Y fue allí, cuando la vulnerabilidad quedó expuesta, que algo nuevo nació entre ellos: “Un diálogo distinto, de escucha, de ida y vuelta, interesante en su todo”.

Enamorado, iba a la iglesia para verla cantar, logró un beso, pero ella lo veía como un amigo: “No podía renunciar…”

La apertura de sus corazones despertaron en ellos las ganas de verse, un deseo que se concretó frente al río. Y entonces, la magia aconteció en aquellas cinco horas de charla ante un horizonte prometedor, envueltos en un halo especial: “Sentí una vibración, un ¡uffff! que no recordaba. Interesante, habladora, inteligente, profunda y epidérmica también, y por demás bella y muy sexy. Sonó mi clic interno”, dice Martín emocionado.

¿Cómo imaginar semejante dicha a esa altura de la vida? Martín no pudo salir de su asombro al percibir que aquella sensación era mutua, compartida; y claro, si él lo sentía tan fuerte, era porque ambos lo estaban generando: “Ella, divorciada y con hijos grandes, lo mismo yo, ambos con mucho millaje. Esta historia nos encontró en el momento justo para empezar una relación madura de amor”.

Sin acertijos ni trampas para el amor: “Nos regulábamos en el camino de decirlo”

Entregarse al amor después del desamor no era sencillo, pero la atracción era tanta, que tanto Martín como Silvia decidieron correr todos los riesgos. Empezaron a verse todos los fines de semana y, en los espacios que podían, también entre semana. Cualquier tiempo era bueno para mirarse, sentirse, y despedirse siempre con ganas de más.

A veces, las relaciones son como acertijos, llenos de trampas y predispuestos a los malos entendidos. En la suya, en cambio, no fueron necesarias las palabras para comprender que aquello que flotaba en el aire era indicador suficiente para afirmar que su amor no era nada efímero ni pasajero.

“Ambos sentíamos esa tremenda conexión y nos regulábamos en el camino de decirlo de alguna forma. Era más que gustarnos, porque uno sabe cuándo al amor lo tenés enfrente ¡y era ella! Y así nos fuimos soltando hasta que la confesión de amor y cariño fue mutua, fue hermoso y movilizante”, recuerda Martín.

Felices y lógicamente ansiosos, Martín y Silvia decidieron ir de a poco en la cuestión de abrir su juego al mundo. Ese ir de a poco ya les había demostrado ser un buen compañero. Recién cuando fueron capaces de encontrar todas las palabras para lo que sentían, les comunicaron a las personas más importante de sus vidas -sus hijos (dos de ella, dos de él)- que se amaban.

“Todo se fue dando de forma natural, relajada y mágica también. Hoy ya todos se conocen, se eligen cuando hacemos programas todos juntos y nada es forzado: arman un equipo fantástico y eso también da mucha paz a nuestro sano vínculo. Y si hablamos de nuestras amistades, todos están felices y apoyan a este equipazo de amor”.

“Más vivo que nunca”

A veces, Martín cree que está soñando. Se siente bendecido y afortunado. Siente que la vida les sonríe y que están plenos. Aquello que tanto rechazaba, una red social, le obsequió un amor que jamás imaginó que viviría: “Como en los tiempos modernos”, sonríe él.

Alguna vez creyó que el amor era demasiado complicado, pero con su gran amor, Silvia, comprende que todo se trata de tiempo, tiempo para aprender a elegir lo positivo: “Lo que no suma, resta, y no ponemos foco en ello, y eso facilitó la adaptación”, reflexiona.

“Hubo también que involucrarse, entenderse y llenarse de empatía real para ir transformándonos, sin dejar de ser quienes somos, en un nosotros consensuado. Todos los días aprendemos algo, compartimos cosas nuevas y, como nunca antes, disfrutamos el día a día hasta en el más mínimo detalle. Y cuando te das cuenta de ese momento, te sentís más vivo que nunca”.

“Entonces, mientras muchos dicen que hay que acostumbrase a ir por menos y bajar la vara de las expectativas, Silvia y yo hacemos lo contrario, las subimos porque se puede vivir una experiencia mágica, profunda, honesta y sana también, de esas donde cada momento que estamos juntos querés que nunca se termine, porque es la persona indicada, el amor que siempre soñaste, donde ambos confluimos y nos elegimos, transformándose en la relación justa para que la felicidad sea plena, con sus luces y sombras, incluso ahí la elección de transitar la vida juntos es clarísima en esto de transformarnos en un equipo de vida”.

“Sí, estamos enamoradísimos, pero también ya pasamos a la etapa más real del amor y seguimos juntos en esta maravillosa relación que trabajamos y deseamos, para que sea eterna”, concluye.

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