Los topillos de la pradera (Microtus ochrogaster) son unos pequeños roedores de campo que prosperan en los territorios de pradera del centro de Estados Unidos y Canadá, desde las Montañas Rocosas orientales al oeste hasta Virginia Occidental al este y las praderas canadienses al norte. A simple vista, nada tienen de especial, más allá del hecho de parecer pequeñas motas de pelo de color marrón canela que discurren a través de los campos cubiertos de maleza. Pero hay algo en su comportamiento reproductivo que hace tiempo tiene intrigada a la comunidad científica. 

En la década de 1970 investigadores de la Universidad de Illinois se sorprendieron al comprobar que los roedores que les servían de sujeto de estudio caían en trampas de dos en dos. Se dieron cuenta de que se trataba de una especie completamente monógama que mantenía la misma pareja durante toda la vida, algo que los diferenciaba, por ejemplo, de sus parientes, los perritos de la pradera. (Género Cynomys). Estos animales se encargan conjuntamente del cuidado de la prole, una característica que se da en contadas ocasiones entre los mamíferos, y son tan fieles que cuando uno de los miembros de la pareja muere, el otro decide no buscar un nuevo compañero de vida. 

Los científicos saben, por ejemplo, que estos roedores siguen recordando a su pareja aunque lleven 4 semanas sin verla, un tiempo que puede parecer poco para determinados matrimonios humanos, pero es una eternidad para los topillos de las pradera. 

¿Qué mueve a estos pequeños roedores a no querer moverse de su único amor? Hace años que la comunidad científica estudia las conexiones que se producen en las distintas áreas de recompensa del cerebro para entender cómo se crea este vínculo inquebrantable. La clave, según los científicos, está en una parte responsable de la liberación de oxitocina y dopamina, unos neurotransmisores relacionados con la creación de vínculos emocionales… pero por romántico que nos parezca, este mecanismo de apego inquebrantable podría tener una explicación egoísta: una adaptación para garantizar la supervivencia.

Un experimento reciente publicado en la revista científica Current Biology ha desvelado algunas de las particularidades de este atípico estado de apego permanente. Igual que en estudios anteriores, los investigadores dedujeron que esta monogamia estaba directamente relacionada con el ‘chute’ de dopamina que recibían al estar más tiempo con sus parejas. “Queríamos investigar si la dopamina contribuye a la naturaleza continua y sostenida de los vínculos que se forman entre las parejas de esta especie, algo que no ocurre, por ejemplo, entre las ratas y los ratones -explica Zoe Donaldson, autora principal de este estudio, a National Geographic España-. Demostramos que este neurotransmisor es crucial para la búsqueda de pareja y que sigue produciéndose con independencia del apareamiento, un comportamiento que tampoco tienen las ratas ni los ratones”, sentencia.

Ese circuito de recompensa, también presente en otros mamíferos y aves, podría explicar en parte este comportamiento monógamo. Sin embargo, no se trata de una cualidad exclusiva de esta especie, sino que también está presente en otros animales, desde mamíferos hasta aves. “Es el mismo circuito que nos impulsa a buscar agua o comida cuando tenemos hambre o sed», explica la investigadora. La pregunta clave es: ¿cómo se utiliza este sistema para ayudar a mantener los vínculos a lo largo del tiempo?”, pregunta la investigadora.

Una cuestión que no es baladí, habida cuenta que la monogamia es extraordinariamente rara en el mundo de los mamíferos, pero bastante común en otras especies, entre ellas, las aves, de las que se calcula que las practica hasta el 90% de las especies. Otra posible explicación podría ser la biología reproductiva. “Los machos de las aves pueden contribuir en gran medida a la supervivencia de las crías. Pueden mantener el huevo caliente, darle la vuelta, alimentar a las crías… En el caso de los mamíferos, el papel del padre es intrínsecamente limitado: no puede gestar ni amamantar…

Así que solo en circunstancias extremas tiene sentido que los machos participen del cuidado de la prole, por ejemplo, si el riesgo de depredación es tan alto que las crías no sobrevivirán a menos que el padre vigile el nido o que la madre no pueda conseguir comida por sí sola. ¿Sucede algo parecido con los topillos de las pradera? En este caso es posible que la evolución haya tenido algo que ver en esa decisión de estar siempre juntos. “Creemos que tener a los padres cerca marca la diferencia entre la vida y la muerte para sus crías, ya sea porque ayudan a defender el nido, proporcionan alimento a la madre o la combinación de algunas de estas razones”, asegura la investigadora.

Pero también podría ser que hubieran desarrollado esta estrategia monógama movida por el impulso biológico, por un circuito de recompensa antes mencionado. “Los topillos de las praderas asocian a la pareja con una sensación de recompensa, por eso siguen viniendo a disfrutar de su compañía, incluso cuando no se están apareando, por ejemplo, cuando la hembra está preñada”, asegura la investigadora, quien explica que cuando algún extraño se acerca a su pareja, estos pequeños roedores se muestran agresivos. 

Y ahí tendría algo que ver la oxitocina, la vasopresina y la dopamina, los mismos neurotransmisores que estudia la doctora Donaldson y sobre los que ha descubierto, si embargo, que no duran toda la vida. Con el paso del tiempo y la distancia, sus efectos se van mitigando. Llega un momento en el que el topillo supera la ausencia de su pareja y vuelve estar listo para volver a encontrar el amor. «Se trata de un comportamiento es similar a lo que ocurre con los humanos, que no olvidamos a nuestros seres queridos cuando ya no están, pero cambiamos el significado que tienen en nuestro día a día. Por este motivo, tendemos a pensar que se trata más de «superar» a la pareja que de olvidarla», afirma Donaldson. Incluso los topillos de las praderas, tan poco dados a las aventuras amorosas, superan una ruptura.

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