De entre todos los agentes infecciosos que preocupan a la comunidad científica, las bacterias patógenas se cuentan entre las más amenazantes, especialmente las que no sucumben ante los antibióticos, también llamadas ‘superbacterias’

El uso incorrecto de antibióticos ha incrementado sustancialmente esa resistencia microbiana hasta convertirse en un auténtico quebradero de cabeza para la comunidad médica. Y es que el problema es de tan magnitud que se estima que las infecciones bacterianas segan la vida de hasta 33.000 personas solo en la Unión Europa. Se cree que estas bacterias adquieren una gran resistencia debido a la mutación del material genético que se transmite hacia otros patógenos descendentes, o bien por la incorporación de material genético de otra especie. Sea como fuere, su estrategia es tan implacable que no hay antibiótico capaz de pararlas. Pero no todo está perdido, existe una alternativa eficaz para parar los pies a estos microorganismos que no necesitan sintetizar ningún medicamento nuevo: los virus. 

En enero de 2020, un hombre de 56 años acudió a una clínica dermatológica de Boston aquejado por una erupción en la piel que se le había extendido por el brazo izquierdo. Su situación fue empeorando poco a poco: primero empezó a notar pérdida de peso, sudoración nocturna, mialgias y una fatiga grave, con lo que tuvo que acudir a un hospital de esta ciudad para recibir una atención médica más completa. El paciente padecía además un cuadro médico complicado que incluía una enfermedad renal crónica, así como artritis seronegativa que afectaba sus manos y articulaciones.

Un mes más tarde tuvo que ingresar en el hospital de Brigham de Mujeres, pues las lesiones cutáneas que tenía en su brazo habían crecido de tal manera que los médicos no tuvieron otra opción que la de extraer el tejido necrosado. Tras realizarle un estudio de anatomía patológica, descubrieron que su organismo contenía abundantes bacterias que le habían provocado necrosis en algunas partes del cuerpo. Entre ellas, una llamada Mycobacterium chelonae, de la familia Mycobacterium tuberculosis, que era capaz de causar erupciones no solo en la piel, también en sus órganos. Pero ninguno de los antibióticos que le administraron eran capaces de acabar con las bacterias que le causaron la infección.

El equipo médico probó con todo, hasta que, en última instancia, le administraron varios cultivos de virus bacteriófagos, también llamados ‘fagos’ en su organismo. Contra todo pronóstico, el paciente se recuperó. Fue tal el éxito del tratamiento que sirvió de base para un estudio publicado este mismo año en la revista Nature

A pesar de la notoriedad de aquel caso, el paciente de Boston no era el primero que se sometía a un tratamiento vírico para combatir una cepa bacteriana. En realidad, la comunidad científica lleva tiempo usando los virus como tratamiento para aquellos pacientes que no responden a los antibióticos. 

Virus contra bacterias

Algunos virus, como el VIH, el virus del Ébola o el mismo SARS-Cov-2, son devastadores para el ser humano, pero otros son totalmente nocivos, incluso pueden resultar beneficiosos. Es el caso de los fagos, unos parásitos intracelulares que atacan las bacterias. Igual que sucede con otros virus, necesitan infectar una célula para multiplicarse en su interior, pero a diferencia de otros patógenos, son completamente inocuos para nosotros.

Y no solo eso: son muy específicos: solo infectan un tipo de bacteria, a diferencia de los antibióticos, que pueden infectar igual a las bacterias resistentes como las bacterias sensibles, lo que acaba perjudicando nuestra microbiota. Además, cuando un fago ataca su objetivo, genera más fagos, lo que aumenta la eficacia del tratamiento, a diferencia de los antibióticos, cuya dosis efectiva disminuye a lo largo del tiempo. 

Como virus que son, los fagos tienen un tamaño variable, aunque son relativamente pequeños y solo pueden observarse con un microscopio electrónico. Se trata de partículas compuestas por una molécula de ácido nucleico (que constituye su material genético), que puede ser ADN y ARN. La mayoría de los que han sido descritos hasta el momento tienen una cabeza de forma icosaédrica que encapsula su material genético, la auténtica arma de todo virus viviente. La ventaja de estos organismos es que son las entidades biológicas más abundantes del planeta. Incluso se ha comprobado que son capaces de propagarse en cualquier hábitat en el que se encuentre la bacteria que le pueda servir de hospedador.

Como todos los virus, son capaces de nutrirse por sí mismos: son inmóviles, no necesitan respirar y no pueden vivir de forma independiente fuera de sus hospedadores. ¿Cómo actúan? Adhiriéndose a una bacteria, generalmente a través de fibras o proteínas que tienen en el extremo de la cola. Después inyectan su material genético en el interior de la bacteria y replican el genoma para dar lugar a copias idénticas. A esto se le llama ciclo lítico (llamado así porque acaba con la muerte ‘lisis, en griego’ de la bacteria. A partir de ahí, se autorreplican, de manera que multiplican su capacidad antibacteriana, con lo que se convierten en un arma implacable.

Una alternativa segura

Como son inocuos para los humanos, los fagos son una solución recurrente en distintos ámbitos, no solo el de la biomedicina. En el campo de la agricultura, por ejemplo, estos agentes infecciosos se usan en las etapas previas a la cosecha, durante el crecimiento de las plantas, para eliminar la probabilidad de expansión bacteriana. Pero también se emplean en otras fases, como el procesamiento y envasado de alimentos, con el objetivo de controlar la contaminación de patógenos potenciales, así como para aumentar la vida útil de ciertos productos alimentarios. 

Centrándonos en la biomedicina, estudios recientes también han demostrado su seguridad. En 2022, una investigación publicada en la revista especializada Clinical Infectious Diseases ya comprobó que la terapia con este tipo de virus era segura para el tratamiento de infecciones en al menos el 50% de los casos en un estudio llevado a cabo con 20 pacientes.

La comunidad médica puntualiza, sin embargo, que el uso de virus no es una terapia sustitutiva, sino complementaria, y que el talón de Aquiles de estos tratamientos consiste en encontrar específicamente el fago idóneo para cada superbacteria. Y es que, aunque estos agentes son abundantes, no se alimentan de cualquier cosa. Al ser tan espeífifos, los ensayos clínicos generalmente necesitan preparar distintos cócteles de fagos para el tratamiento de una misma enfermedad o afección. Esto obliga, por consiguiente, a mantener ‘bancos’ de fagos que contengan una gran variedad de virus. Y eso no es una tarea fácil.

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