Las profundidades oceánicas son unos ecosistemas inhóspitos, incluso para organismos acostumbrados a vivir en ambientes extremos. La evolución ha dotado a algunas especies de unas habilidades increíbles o adaptaciones anatómicas de lo más estrambótico.

Uno de ellos es Macropinna microstoma denominado ‘pez duende’ o ‘pez de cabeza transparente’, una criatura insólita que habita a unos 600 metros de profundidad, donde la luz escasea, y con ella, las oportunidades de alimento. 

GRANDES OJOS Y CABEZA TRANSLÚCIDA 

En 1939, Wilbert Chapman, un oceanógrafo que trabajaba para la institución que más tarde dio lugar al Servicio de Pesca de Estados Unidos, quedó impresionado al comprobar aquella extraña criatura abisal que acababa de descubrir. “Es de particular interés los grandes cambios en la región de la cabeza ocasionados por los enormes ojos dirigidos hacia la parte dorsal y otras peculiaridades de la región oral”, escribió.

No era para menos, pues aquel pez de las profundidades tenía una anatomía que parecía sacada de una novela de ciencia ficción, lo que valió al biólogo marino estadounidense a proponer que se designara una familia solo para él. No lo logró, pero hasta la fecha no se ha descrito ninguna otra especie dentro de su género. 

Pero ni Chapman ni los ictiólogos de la época podían imaginar que estos peces escondían una característica todavía más perturbadora: una cabeza transparente que dejaba ver algunos de sus órganos internos, entre ellos, unos enormes glóbulos oculares diseñados específicamente para captar al máximo la poca luz solar que puede aprovecharse en las profundidades del océano.

Los primeros dibujos que se hicieron de estos peces, esbozados a partir de restos de especímenes capturados, no dejaban ver esta parte del cuerpo, ya que esta descomponía al sacarla de las profundidades del océano. 

SUS OJOS SON COMO PRISMÁTICOS, PERO MÓVILES 

Desde entonces, los científicos solo pudieron difundir imágenes de una decena de especies, y no fue hasta hace 2008 cuando pudo elaborarse el primer estudio detallado de su anatomía, llevado a cabo a partir de las grabaciones realizadas por un sumergible.

Aquel extraordinario hallazgo desveló nuevos datos de otra de sus características más destacadas: sus ojos tubulares, que les ayudan a capturar el máximo de luz en entornos oscuros. La mayoría de los biólogos marinos creían hasta hace poco que estaban fijos en la cabeza, lo que les permitía mirar solo hacia arriba. Pero si esta hipótesis era cierta, ¿cómo podían capturar las presas que tienen justo delante? 

Los científicos del Instituto de Investigaciones del Acuario de la Bahía de Monterey Bruce Robinson y Kim Reisenbichler resolvieron el misterio en 2004 después de grabar imágenes esclarecedoras de esta especie a entre 600 y 800 metros de profundidad.

Las cámaras de su vehículo teledirigido (ROV) desvelaron que lo que parecen ojos son en realidad orificios nasales. Los verdaderos están rematados por unos cristalinos de color verde envueltos por un escudo transparente lleno de líquido que cubre la parte superior de su cabeza y que protege esos grandes ojos verdes incrustados en su cabeza y a la vista de cualquier criatura que pueda confundirla con una presa. 

Además, descubrieron que no son estáticos, lo que se pensaba les aportaba una ‘visión de túnel’, sino que en realidad son muy móviles, lo que les permite detectar alimento en la oscuridad del océano. Normalmente están dirigidos hacia arriba para rastrear alimento, como el kril que cae de las capas superiores del océano, pero después los mueven bruscamente hacia delante para ayudarles a dirigir su bocado.

En otras ocasiones no rastrean alimento, sino que aprovechan el de algunas de las criaturas abisales con las que conviven, como algunos hidrozoos (organismos similares a las medusas que forman colonias flotantes), entre los que se cuentan varios sifonóforos del género Apolemia, unos cnidarios que miden más de 10 metros de largo que arrastran con sus tentáculos una miríada de diminutas criaturas. Una vez logran su objetivo, balancean el cuerpo en posición vertical y colocan sus ojos de frente para apoderarse del botín. Misión cumplida.

El mismo centro de investigación oceanográfico difundió más recientemente una serie de nuevas imágenes que posiblemente arrojen nueva luz sobre estos duendes de los mares. En esta ocasión, los vehículos operados por control remoto llevaron a cabo más de 5.000 inmersiones de éxito y registraron más de 30.000 horas de vídeo, aunque únicamente pudieron documentar 9 avistamientos.

Los investigadores esperan seguir investigando para averiguar si sus descubrimientos sobre estos peces abisales pueden aplicarse también a otras criaturas con ojos tubulares, y es que las extrañas adaptaciones fisiológicas de estos peces llevan décadas desconcertando a los oceanógrafos, con lo que la llegada de los modernos robots submarinos ofrece hoy una oportunidad única para estudiar a estas impresionantes criaturas en su entorno natural. 

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