Todo el mundo sabe que, aunque una copa de vez en cuando no sea excesivamente perjudicial, beber alcohol en demasía puede ser una acción altamente perjudicial para la salud. De hecho, ¿sabes que, en los Estados Unidos, el consumo excesivo de alcohol provocó casi 140.000 muertes y significó una media de 3,6 millones de años de vida potencialmente perdidos entre 2015 y 2019? Datos tan escalofriantes como estos son pruebas vivas y latentes de que el consumo de alcohol no es un juego y de que, en muchas ocasiones, las personas no son conscientes de los riesgos que pueden traer unos tragos.

Pero, ¿qué es exactamente un trago? Pues bien, el término hace referencia, generalmente, a 14.0 gramos de alcohol puro que es, aproximadamente, lo que te puedes encontrar en una caña de cerveza. Como es natural, para la gran mayoría de las personas (excepto para aquellas que, por ciertas condiciones personales, médicas o profesionales esté contraindicado), esta cantidad suele ser inofensiva. Sin embargo, el problema deriva en cuando los individuos rebasan sus propios límites, poniendo su cuerpo y su propia vida en riesgo.

el alcohol y el CEREBRO

Una de las áreas de cuerpo que más afectadas se pueden ver por una ingesta abusiva de alcohol es el cerebro. Y es que el alcohol interfiere en las tomas de contacto del cerebro con el resto del cuerpo, anulando el flujo de información y afectando a la forma en que este órgano ve la realidad y genera respuestas. De hecho, si el individuo ha bebido demasiado de una sola vez, el cerebro puede perder por completo la relación con el resto del cuerpo, derivando en fallos orgánicos que dan lugar a la sobredosis por alcohol, coloquialmente conocido como “coma etílico”.

A la larga, el consumo de alcohol puede llegar incluso a alterar la estructura, la forma de respuesta del cerebro y la gestión de las funciones internas del órgano. Esto puede significar la transición del consumo controlado y ocasional al consumo crónico, en el cual la persona se vuelve incapaz de controlar las ansias de beber, entrando en un ciclo de adicción al alcohol.

¿hace bien al CORAZÓN?

¿Conoces la famosa frase de que beber una copa de vino diaria hace bien al corazón? Pues bien, debes saber que eso fue solamente una teorización inventada en Francia para “justificar” que, a pesar de su dieta rica en pan y vino, los franceses eran la comunidad que menos infartos había sufrido. De hecho, el sistema cardiovascular es uno de los que más sufre tras los consumos de alcohol.

Cuando el líquido llega a tu estómago, el alcohol pasa directamente a la sangre, siendo absorbido por los vasos sanguíneos, los cuales lo reparten por el resto del cuerpo. Ahora bien, su presencia en el torrente sanguíneo puede producir un aumento de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca. Este hecho, no suele ser apreciable para aquellas personas que consuman alcohol ocasionalmente o de forma moderada.

Ahora bien, los hábitos de ingesta excesiva y prolongada sí pueden agravar estos efectos, dando lugar a problemáticas más preocupantes como las miocardiopatías, que son estiramientos y caídas en el músculo cardíaco, ciertas arritmias, presión arterial alta en el día a día o, incluso, accidentes cerebrovasculares debidos a una mala comunicación entre el cerebro y la regulación de los vasos sanguíneos.

golpe al HÍGADO

Ahora bien, como es sabido, el hígado es el encargado de limpiar la sangre y, por lo tanto, tras el consumo de alcohol tiene la tarea de sintetizar casi el 90 % de él. Obviamente, la eficiencia es alta, por lo que, ante consumos moderados o, incluso, ante una noche algo más excesiva (siempre y cuando no se mezcle con otros medicamentos que también requieren de la acción del hígado para su sintetización) este órgano no debería tener problema para metabolizar la ingesta.

Sin embargo, si los abusos se vuelven hechos reiterados, el hígado puede comenzar a tener problemas para digerir de forma tan seguida grandes cantidades de alcohol, por lo que es común que acabe por deteriorarse y mostrar ciertos problemas o inflamaciones hepáticas. Algunas de ellas pueden ser la esteatosis, también conocida como hígado graso, la hepatitis alcohólica, la fibrosis o la cirrosis.

una relación tóxica con el PÁNCREAS

A diferencia de otros órganos que pueden llegar a presentar una mejor tolerancia, el alcohol es una sustancia particularmente tóxica para el páncreas. Cuando, a través de los vasos sanguíneos, este llega al órgano, el páncreas tiene como reacción generar una serie de sustancias nocivas a modo de “protección” que, a la larga, pueden conducir al desarrollo de la pancreatitis aguda. Esta es una inflamación e hinchazón muy peligrosa de los vasos sanguíneos que impide que se produzca una digestión adecuada. Ahora bien, aunque esta condición puede ser puntual, si no se cuida puede resultar recurrente, derivando en una pancreatitis crónica, mucho más grave.

adiós, defensas

 Finalmente, aunque no menos importante, también el sistema inmune puede verse afectado por una ingesta abusiva de alcohol, en concreto, debilitándose y disminuyendo la producción efectiva de glóbulos blancos y células inmunes. Esto puede llegar a resultar muy peligroso pues, provoca que tu cuerpo carezca de defensas que lo protejan ante la entrada de cualquier tipo de virus o bacteria, por lo que el desarrollo de enfermedades se volverá algo cada vez más común.

De hecho, aunque es cierto que los bebedores crónicos son mucho más propensos a contraer enfermedades como la neumonía y la tuberculosis, no se trata de un hecho reducido solo a este grupo de consumidores. Los últimos estudios indican que beber mucho en una sola ocasión puede llegar a disminuir la capacidad de tu cuerpo para evitar infecciones incluso hasta 24 horas después de emborracharte.

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