Si hay algo que caracteriza a los humanos es la capacidad que tenemos para reconocer a personas que alguna vez han formado parte de nuestra vida: desde los detalles más sensoriales, como el rostro o el tono de su voz, hasta los más complejos, como el nombre o la posición que ocupaba en una determinada jerarquía social. 

Aunque se creía única y exclusivamente humana, dicha propiedad puede reflejar profundas correspondencias con otros simios, como chimpancés y bonobos: y es que recientemente se ha demostrado que nuestros primos evolutivos tendrían una habilidad similar que no solo les permite reconocer a congéneres con los que pasaron tiempo, aunque no se hayan visto en décadas, sino que este nivel de reconocimiento fluctúa en función de si se llevaban bien o no con ese compañero.

El estudio, liderado por la Universidad Johns Hopkins, ha sido publicado en la revista PNAS y constituye el registro de la memoria social más duradera en animales, por encima de delfines, que hasta ahora ocupaban el top 1 de la lista. Además, se trata de un hallazgo que conduce a continuar investigando acerca de las similitudes entre simios, la familia a la que pertenecemos como especie.

Un lugar en la memoria para sus seres queridos

Los investigadores realizaron el estudio con chimpancés y bonobos de los zoológicos de Edimburgo (Escocia), de Planckendael (Bélgica) y del santuario de Kumamoto (Japón). Del archivo de estos centros, recogieron imágenes de otros ejemplares que habían muerto o que habían cambiado de ubicación en el pasado, como mínimo, hacía 9 meses.

Entretenidos con un zumo, los participantes fueron colocados frente a pantallas que mostraban imágenes simultáneas: una de un simio conocido y otra de un desconocido. Así, la tecnología de monitoreo ocular pudo determinar que miraban durante mucho más tiempo a sus compañeros de grupo; una duración que aumentaba aún más cuando se les mostraba un ejemplar con el que habían tenido buena interacción.

Pero fue el caso de Louise el que sorprendió a los investigadores: esta bonobo no había visto a su hermana Loretta ni a su sobrino Erin hacía más de 26 años en el momento de la prueba, y sin embargo mostró un fuerte sesgo atencional hacia ambos en las ocho ocasiones en las que aparecieron imágenes de ellos. Lo que, aunque todavía se necesitan más estudios, indicaría que comparten similitudes con la capacidad memorística humana, que comienza a disminuir después de 15 años, pero puede persistir hasta 48 años después de la separación.

En cuanto al reconocimiento vocal, sin embargo, los delfines continúan liderando el ranking: estos mamíferos acuáticos pueden recordar los «silbidos» de otros durante 20 años, mientras que investigaciones anteriores demostraron que los bonobos solo podían retener este estímulo durante aproximadamente 5 años y medio.

La memoria social, base de la interacción

Los investigadores toman este exitoso estudio como punto de apoyo para sostener la hipótesis de que la memoria social extendida en décadas probablemente ya estaba presente al menos hace 6-9 millones de años, en el último ancestro común con los bonobos y chimpancés.

Y es que, tal y como sucede con las personas, la memoria de estos simios no humanos va más allá del mero reconocimiento: «Luego está este patrón pequeño pero significativo de mayor atención hacia los individuos con los que tenían relaciones más positivas. Sugiere que se trata de algo más que familiaridad, que están haciendo un seguimiento de los aspectos de la calidad de estas relaciones sociales«, apunta Christopher Krupenye, profesor asistente de la Escuela Krieger de Artes y Ciencias de la Universidad Johns Hopkins en el comunicado oficial

Así, la investigación concluye que la memoria social, entendida como una capacidad ancestral, constituyó, para los humanos, la base del surgimiento de formas de interacción y cooperación a medida que los individuos se expandieron y comenzaron a pasar largas temporadas lejos de sus familiares.

Y en el caso de los bonobos y chimpancés, la evidencia de esta brillante capacidad revela una gran complejidad en su sistema de sociabilidad: recordar a sus congéneres les permite, como a nosotros, establecer lazos individuales y, sobre todo, evitar posibles interacciones hostiles.

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