1986 era un año tranquilo para John Watson, un miembro de la comunidad aborigen Nyigina Mangala. Sus tierras, situadas en la región de Kimberley, al noroeste de Australia, habían recibido copiosas lluvias que llenaban de verde y de vida el paisaje. Hoy, gran parte de la comunidad se había movilizado para pescar en las inmediaciones del río Fitzroy. Lo que desconocían, sin embargo, es que otros habían llegado allí primero. Y les estaban observando.

Más de 30 años de este ataque

John y su hijo Anthony se quedaron de piedra cuando empezó a emerger de las aguas uno de los numerosos cocodrilos que habitan en la zona. El olor a pescado y el movimiento de la gente pudo haber atraído al reptil, que ahora se encontraba a poca distancia del grupo. No era un ejemplar demasiado grande, pero tenía el tamaño suficiente como para poder hacer daño, como pronto comprobarían.

La ofensiva comenzó con un movimiento de John. El animal, que hasta ahora se había desplazado con lentitud, interpretó este movimiento como una amenaza y se sacudió bruscamente para atacar. Desafortunadamente para él, una de las dentelladas del cocodrilo fue certera y le arrancó parte de uno de sus dedos. John, con un dolor agudo en la mano y sangrando profusamente, se alejó de la escena. El cocodrilo, con un trofeo entre sus dientes, volvió al agua y dejó atrás un gran problema que necesitaba tratamiento. Y rápido.

Afortunadamente, los Nyigina Mangala conocen las plantas medicinales de la región. Lo que necesitaba John era la corteza de un árbol al que llaman Mudjala en la lengua nativa o manglar de agua dulce en castellano. El manglar de agua dulce, que también se le conoce como árbol picazón o roble-indio (Barringtonia acutangula) es bastante común orillas de los ríos de la zona.

Se trata de un árbol que puede llegar a alcanzar los 25 metros de altura, con hojas pequeñas, oblongas y con un margen ligeramente aserrando. Su madera flexible se emplea para embarcaciones, muebles y trampas para peces, pero su corteza, raíces y semillas esconden un secreto que los Nyginia Mangala descubrieron hace generaciones.

El secreto del mudjala

Machacando alguno de estos tres elementos se puede preparar una pasta altamente tóxica. Esta pasta, colocada estratégicamente en ciertos puntos de los ríos, aturde a los peces, enlentece sus reflejos y, por tanto, facilita mucho la pesca. Pero a pesar de ser el motivo por el que John se encontraba ahí, ahora mismo la pesca era la última de sus preocupaciones. El resto del dedo que había sido arrancado seguía sangrando y necesitaba taponarlo y aliviar el dolor. Por ello, arrancó un pedazo de la corteza del mudjala más cercano, lo masticó hasta hacer una masa manejable y lo aplicó sobre la herida.

Los analgésicos presentes en la mezcla hicieron efecto casi de inmediato. El dolor desapareció y John sabía que, gracias a las propiedades de la corteza, era poco probable que se infectase y fuese a peor. Sin embargo, tanto John como el resto del grupo, decidieron que era un buen momento para poner fin al día de pesca y desplazarse al hospital más cercano.

Allí, los médicos no salían de su asombro. Acababa de llegar un hombre sin un dedo que, mientras les explicaba la situación, no mostraba signos de dolor. Hasta la prensa local se hizo eco de la historia porque, a pesar de tratarse de Australia, no todos los días se podía entrevistar a un hombre al que un cocodrilo le había arrancado un dedo y se había tratado él mismo con la corteza de un árbol. La noticia saltó a los medios nacionales y unos días después, en la otra punta del país, el doctor Ronald Quinn, de la Universidad Griffith estaba leyendo tranquilamente el periódico cuando sus ojos encontraron la historia de John Watson.

Cuando la medicina tradicional y la ciencia se encuentran

Ronald Quinn, llevaba cuatro años trabajando en la Universidad Griffith. Se había doctorado hacía 16 años y, desde entonces, había dedicado gran parte de su vida investigadora al descubrimiento de nuevos medicamentos. Para ello, había trabajado de la mano de grandes farmacéuticas en Estados Unidos y en Europa, pero tras participar en decenas de estudios, decidió que era el momento de consolidar su posición en una universidad. El relato de John Watson le asombró, pero su mente analítica le hizo querer indagar más en la historia. Por tanto, llamó a los periódicos y no paró hasta que consiguió organizar una entrevista con el hombre que se había curado a sí mismo.

Tras conocerse, John le contó a Quinn los conocimientos que habían acumulado durante generaciones sobre el manglar de agua dulce. Le contó lo de la pesca, que también consumían las hojas más tiernas y, sobre todo, cómo lo utilizaban para calmar del dolor de las heridas. Desde entonces, comenzó una fructífera colaboración entre la Universidad Griffith y la comunidad de Jarlmadangah Burru, fundada por John, para tratar de extraer toda la ciencia tras la tradición de los pueblos aborígenes australianos.

De vuelta al laboratorio

La corteza del manglar de agua dulce contiene una enorme número de compuestos alcaloides tóxicos. Estos compuestos, en el árbol, impiden que la madera se pudra cuando pasa semanas o meses sumergida en las aguas de los humedales. La literatura científica de la época había explorado el uso de la corteza de este árbol para la pesca, ya que se trataba de una práctica muy extendida desde la India hasta Australia, en todas las regiones donde se puede encontrar este árbol en la naturaleza. Sin embargo, en 1986 los estudios científicos sobre las propiedades medicinales del manglar eran muy escasos.

Pero la ciencia ha avanzado mucho desde entonces, y casi 40 años después se pueden encontrar listados con los cientos de compuestos químicos presentes en las diferentes partes de la especie. Entre ellos destacan las sapogeninas, flavoloides y taninos. La combinación de todos estos compuestos es antioxidante, antibacteriana y ayuda a la piel a sanar las heridas, ya que facilita la formación de colágeno.

Todavía no está claro qué compuesto o combinación de ellos son los que proporcionan las propiedades analgésicas. En estudios con modelos animales, como ratón, han demostrado que los extractos de las hojas y las semillas aumentan significativamente el tiempo de respuesta ante el dolor, es decir, que los animales tardan más en notar si algo les está haciendo daño. Si bien es cierto que el efecto no es tan potente como los analgésicos actuales (en este caso emplearon como control nalbufina, un opioide), sí que reduce significativamente el dolor. Por ello, actualmente están tratando de desarrollar un gel tópico basado en las complejas mezclas presentes en la corteza del manglar de agua dulce.

Una colaboración que va más allá de la ciencia

En el caso que se apruebe para uso médico, gran parte de los beneficios del gel irán destinados a la población Nyigina Mangala, que en las últimas décadas ha visto como las empresas mineras y petrolíferas realizaban explotaciones en sus tierras, contaminando los recursos que necesitan para sobrevivir. Anthony Watson, el hijo de John, realiza sus labores como activista por los derechos de los aborígenes, una cultura rica y con unos conocimientos sorprendentes de las propiedades de las plantas y animales de la región.

Finalmente, como resultado por los años de colaboración y por sus descubrimientos, John Watson y el profesor Quinn han sido nombrados los primeros ganadores del Premio a la Innovación en Conocimientos Tradicionales de la Academia Australiana de Ciencias Tecnológicas e Ingeniería en un evento celebrado en Camberra. Sin duda, se trata de un desenlace sorprendente para una desgracia ocurrida durante un día de pesca en 1986. Esta desgracia ha resultado en más de 30 años de estudios para tratar de descubrir un secreto en la mudjala que, todavía, se resiste a ser desvelado.

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