Hablar de dinosaurios permite fantasear con historias de los enormes animales que dominaron la Tierra hasta hace 65 millones de años. Según nombramos a las distintas especies, en nuestra mente se forman escenas fantásticas que puede que ocurrieran en algún momento de la historia. En las praderas, por ejemplo, los poderosos triceratops pacerían tranquilamente junto a otros pequeños dinosaurios y, en los bosques, los enormes braquiosaurios emplearían sus largos cuellos para alimentarse de las tiernas hojas de las copas de los árboles. En nuestras hipotéticas escenas normalmente imaginamos a los individuos adultos por su impresionante tamaño. Pero para llegar a adultos tenían que vivir toda una vida que comenzaba al salir de una estructura que fue mucho antes que la gallina: el huevo.

Los dinosaurios de finales del Cretácico ponían huevos con una cáscara compuesta principalmente por cristales de carbonato cálcico, como siguen haciendo las aves actuales. Dependiendo el dinosaurio, estos huevos podían ser más esféricos u ovalados y medían desde pocos centímetros de diámetro hasta más de 30 cm en algunas especies. Las puestas se realizaban en nidos que o empollaban, como las aves, u ocultaban bajo tierra, de forma similar a los desoves que podemos observar hoy en día en las tortugas y cocodrilos. También existen evidencias de lugares de reunión en los que cientos, o miles de ejemplares desovaban y cuidaban los huevos en manada. En algunos casos, incluso, los cuidados de las crías se alargaban durante las primeras etapas de la vida.

Cómo fosilizar un huevo

Algunos huevos y nidos de dinosaurio han llegado hasta nuestros días gracias a que quedaron enterrados y protegidos de la erosión. Estos enterramientos pudieron producirse durante las propias puestas, en los que el dinosaurio bebé abandonó el huevo y los restos de este último quedaron enterrados; o debido a corrimientos de masas de tierra que sepultaron los nidos -ya vacíos o todavía en proceso de desarrollo- bajo toneladas de escombros. A pesar de la resistencia de los materiales que forman la cáscara del huevo, el evento catastrófico o el paso del tiempo normalmente provocan el colapso de la estructura y, por tanto, la fragmentación del huevo en cientos de trozos.

Tras millones de años enterrados y, si se dieron las condiciones de la fosilización, lo más habitual es que los paleontólogos encuentren únicamente fragmentos. El estudio de los fragmentos permite reconstruir la estructura del huevo, pero dificultan enormemente la identificación de la especie. Además, los movimientos del terreno pueden desplazar los fósiles del lugar original de la puesta, por lo que la información paleontológica que proporciona un fragmento de huevo es, generalmente, escasa. Afortunadamente, en algunos yacimientos excepcionalmente conservados también se han hallado huevos fosilizados intactos de más de una decena de especies distintas.

Empleando ácidos es posible disolver la envoltura del huevo y revelar el embrión, un trabajo que puede llevar meses a los paleontólogos. Empleando ciertas técnicas como la tomografía computarizada o la catodoluminiscencia también es posible observar el embrión conservado en el interior sin destruir el fósil, lo que aporta una información muy valiosa sobre las primeras etapas de la vida de los gigantes del pasado.

El estudio de los huevos de dinosaurio

Sin embargo, los huevos intactos son muy raros, por lo que la mayoría de estudios estructurales se han realizado en los fragmentos. Empleando microscopía óptica y electrónica es posible observar las diferencias entre los huevos de dinosaurio y las aves y reptiles actuales. Uno de los más notables es que la mayoría de fragmentos muestran patrones y texturas que adornan el huevo y cuya función es desconocida. Entre las hipótesis que se barajan, los paleontólogos creen que podrían aportar una mayor resistencia a la estructura o que facilitarían a la dispersión de los gases e impedirían la acumulación de CO₂ en los alrededores del huevo.

En la cáscara también se observan poros que permiten la circulación de aire entre el interior y el exterior del huevo para que el embrión respire. Dependiendo del lugar de nidificación, los canales tienen formas distintas que favorecen o limitan la entrada de aire. Así, si la especie de dinosaurio solía realizar las puesta en arena, los poros podían ser más pequeños, ya que habría suficiente aire disponible. Sin embargo, si los nidos se producían en lugares pantanosos, era necesario maximizar la cantidad de poros, así como adaptar su forma para evitar que el embrión se asfixiara dentro del huevo. De esta manera, investigando minuciosamente la cáscara de un huevo de dinosaurio es posible inferir el tipo de terreno que existía en el lugar hace millones de años.

En el interior de algunos fósiles también se han observado restos de las membranas que se pueden encontrar en huevos actuales y que ayudan al desarrollo del embrión. Estas capas son el corión, el alantoides, el saco vitelino y el amnios, y cada una tiene una función bien definida que va desde mantener la humedad correcta en el interior del huevo hasta nutrir el embrión. La disposición de las capas es similar a la que se observa en las aves actuales, y muestra cómo los huevos de los dinosaurios de finales del Cretácico serían razonablemente parecidos a los de las aves actuales. Ahora bien, según los paleontólogos retroceden en el tiempo, las diferencias en la forma y la composición de los huevos se van acentuando.

Reconstruyendo el huevo del primer dinosaurio

Investigadores del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de China han hallado recientemente tres esqueletos de individuos adultos y cinco nidadas de huevos de un dinosaurio sauropodomorfo de principios del Jurásico en Guizhou. Han nombrado a la especie –Qianlong shouhu– que traducido libremente significaría el >, haciendo referencia al cuidado de las crías. Este descubrimiento podría resultar en el registro fósil más antiguo de la asociación entre dinosaurios adultos y nidos, ya que las hipótesis apuntan que los adultos estaban cuidando de los huevos antes de ser sepultados.

Tras examinar la microestructura de la cáscara de huevo de Qianlong, observaron numerosas similitudes con otros fósiles de huevos de dinosaurio del Cretácico, pero tenían una diferencia clave. La cáscara de carbonato cálcico de los huevos de Qianlong era más gruesa que la de la mayoría de los huevos de cáscara blanda, pero más fina que la de los huevos de cáscara dura. Este nivel intermedio de dureza le aportaba resistencia y algo de flexibilidad, por lo que comparativamente la capa externa del huevo sería semejante al cuero actual.

El hallazgo despertó la curiosidad de los científicos sobre la evolución de las estructuras de los huevos hasta los actuales. Recogiendo la información estructural de un total 210 especies actuales y extintas realizaron una reconstrucción de la evolución de los huevos a lo largo de la historia. Tras el análisis, llegaron a la conclusión que el primer huevo de dinosaurio fue probablemente de un material relativamente blando, pero resistente, relativamente pequeño y forma más elíptica que redondeada.

Estas conclusiones coinciden con algunos estudios anteriores, especialmente sobre la dureza que debía tener la cáscara, por lo que aportan robustez a la idea de que los huevos de los primeros dinosaurios debían ser relativamente blandos.

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