La joya turística de México, Acapulco, intenta volver a ser la misma tras el paso del huracán Otis, que tocó tierra siendo de categoría 5; y el río más caudaloso del mundo, el Amazonas, sufre una sequía que deja sin vida a la fauna y flora de la región. Dos eventos meteorológicos extremos en un mismo mes: ¿se trata de ejemplos aislados o guardan entre ellos algún tipo de relación?

América Latina y el Caribe son zonas históricamente afectadas por las catástrofes naturales. Así lo demuestra un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que expone que aproximadamente un 30% de sus habitantes han hecho frente a un huracán, un terremoto, una sequía o un alud, entre los 1.500 desastres ocurridos desde 2000 hasta la fecha. 

Así, la necesidad de reducir el impacto económico, social y ambiental que provocan estos eventos no solo pasa por abordar de forma resolutiva los factores de riesgo que destacan en la región, sino también por comprender las condiciones naturales que dibujan un escenario perfecto para la creación de desastres meteorológicos. Una suma del cambio climático antropogénico con la presencia de la fase cálida del fenómeno ENOS (El Niño-Oscilación del Sur) es la causa de que estos hayan sido, en 2023, tan frecuentes y devastadores.

El Niño y el impacto de Otis en Acapulco

El Niño es un episodio meteorológico que puede dar lugar a variaciones climáticas en todo el planeta y que resulta en un calentamiento anómalo de la región ecuatorial del Océano Pacífico, según explica la meteoróloga Mar Gómez. En este sentido, su relación con la formación de huracanes es muy estrecha si se tiene en cuenta que la principal fuente de energía de los ciclones tropicales es la temperatura cálida de los océanos

Desde principios de 2023, se ha iniciado un transcurso de El Niño que se prevé continúe repercutiendo de forma importante y generalizada hasta abril de 2024, de acuerdo con las predicciones más recientes de la Organización Meteorológica Mundial. Lo que ofrece una explicación científica al hecho de que esta temporada de huracanes haya presentado una intensidad por encima del promedio, tal y como lo indica el Departamento de Ciencias Atmosféricas de la Universidad Estatal de Colorado (CSU, por sus siglas en inglés).

Aunque parezca increíble, los huracanes del Atlántico, en su fase inicial, se originan en la costa africana, pues es allí donde se dan las condiciones necesarias para empezar su formación. Así, un estudio publicado en Nature que analizaba los huracanes gestados en Cabo Verde demostró que El Niño tenía mucho que ver en este proceso: «El Niño del Atlántico refuerza la banda de lluvias sobre el Atlántico tropical, lo que aumenta la actividad de las ondas de levante africanas y la vorticidad ciclónica de bajo nivel a través del Atlántico Norte oriental tropical profundo. Estos vientos se observan de abril a noviembre y son responsables de cerca del 85% de los huracanes intensos y del 60% de las tormentas más pequeñas», apunta la meteoróloga.

Recordemos que un huracán es un ciclón tropical que se origina en la cuenca del Atlántico, lo que incluye el Océano Atlántico, el Mar Caribe y el Golfo de México; y en el este del Océano Pacífico Norte -como en el caso de Otis- y, con menos frecuencia, el centro del Océano Pacífico Norte. Los ciclones tropicales originados en el Océano Pacífico noroccidental, en cambio, se llaman tifones; y en el Índico y el Pacífico Sur, se utiliza el término genérico «ciclón tropical»

El Niño y la terrible sequía en el Amazonas

La selva amazónica es una fábrica de humedad atmosférica, pero la deforestación está provocando que, con el paso del tiempo, esa facultad se vaya perdiendo. La situación, sumada a la presencia de El Niño en la región, tiene un impacto devastador ya que favorece el aumento en la frecuencia e intensidad de las sequías.

La hipótesis fue confirmada por un estudio publicado en Scientific Reports sobre el transcurso de El Niño en 2015-2016 que mostró que el fenómeno se relacionaba directamente con un calentamiento sin precedentes de la selva amazónica. En este sentido, los eventos cálidos dados por el contexto están asociados a sequías periódicas en la Amazonía debido a la supresión de la convección -el movimiento ascendente del aire provocado principalmente por el efecto de calentamiento que ocasiona la radiación solar en la superficie terrestre- y, por lo tanto, de las precipitaciones en el norte, este y oeste de la región.

Si bien El Niño es un fenómeno natural, el cambio climático antropogénico está intensificando sus impactos en las selvas tropicales, especialmente en la Amazonía: la explotación de sus recursos por parte de la acción humana (deforestación, incendios, minería, expansión de la ganadería, etc.) está destruyendo un ecosistema de gran interés, considerado uno de los principales sumideros de carbono del planeta. Y la sequía actual en su arteria, el río Amazonas, no solo está provocando la pérdida de muchas especies de animales y plantas, sino que también pone en riesgo el bienestar del lugar donde fluye una quinta parte del agua dulce del mundo.

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