La habilidad de visualizar lugares no es exclusiva de los seres humanos. Recientes investigaciones apuntan a que los ratones, esas criaturas que habitualmente no asociamos con procesos cognitivos complejos, poseen la capacidad de «imaginar» o recrear mentalmente entornos que ya han explorado

Este descubrimiento, publicado en la revista Science, nos obliga a expandir nuestra percepción sobre la cognición animal y nos invita a considerar que la capacidad de planificar no es solo una destreza humana. 

 

Las implicaciones de este descubrimiento desafían nuestra comprensión de la memoria espacial y la cognición en el reino animal. La posibilidad de que los roedores puedan evocar lugares distantes plantea preguntas emocionantes sobre los límites de su mundo mental.

EL EXPERIMENTO JEDI

El estudio publicado usó una innovadora interfaz cerebro-máquina que premia a los ratones por navegar su entorno utilizando únicamente el pensamiento. En un escenario de realidad virtual, los roedores se desplazaban en busca de recompensas, mientras su actividad cerebral era registrada meticulosamente. 

En la fase inicial, el grupo de investigación creó una arena de realidad virtual en miniatura que proyectaron en pantallas alrededor de una cinta rodante esférica, que recordaba al funcionamiento de una bola de seguimiento de un ratón de computadora. Los roedores podían desplazarse por esta arena al correr sobre la cinta, y cuando alcanzaban ciertos objetos específicos, se les premiaba con una recompensa azucarada. Durante estas exploraciones, la actividad cerebral de los ratones, específicamente en el hipocampo, era registrada por el equipo.

Posteriormente, los investigadores desactivaron la cinta de manera que los ratones aún podían visualizar la arena de realidad virtual, pero su carrera ya no tenía efecto alguno sobre el movimiento en la pantalla. En lugar de eso, vincularon la visualización de la pantalla con las lecturas en tiempo real de la actividad cerebral de los ratones. Al recrear la actividad neuronal demostrada en las sesiones anteriores de entrenamiento, los ratones eran capaces de navegar hacia los lugares con recompensas usando únicamente sus pensamientos. Algunos corrían inútilmente en la cinta mientras lo intentaban, mientras que otros permanecían inmóviles.

En una variante distinta del montaje experimental, la actividad cerebral de los roedores se utilizó para controlar la posición de una caja en la pantalla, en vez del movimiento propio de los animales en la arena. Este ensayo fue apodado por los investigadores como el «experimento Jedi», en referencia a las habilidades telequinéticas de la saga Star Wars. Una vez más, descubrieron que los ratones eran capaces de reactivar los patrones neuronales aprendidos durante el entrenamiento para dirigir la caja hacia un objetivo y, así, obtener su recompensa.

ORÍGENES EN EL HIPOCAMPO

Esta facultad cognitiva que compartimos con los roedores tiene sus cimientos en el hipocampo, una región cerebral implicada en la memoria y la orientación espacial. En humanos, cuando pensamos en un lugar específico, las células del hipocampo se activan formando patrones únicos que nos permiten navegar mentalmente por ese espacio. 

Curiosamente, los roedores muestran patrones neuronales similares en sus hipocampos cuando «recuerdan» entornos previamente visitados. Es como si dentro de sus cabezas portaran una representación detallada de los lugares por los que han pasado, una especie de Google Maps interno que pueden consultar a voluntad.

Naturalmente, si bien aún no comprendemos completamente qué experimenta un roedor al «imaginar», los investigadores han demostrado convincentemente que los patrones de actividad neuronal se activan independientemente de su movimiento físico. Con miras al futuro, este estudio plantea interrogantes apasionantes: ¿Qué otras regiones cerebrales están implicadas en este proceso? ¿Podrían los roedores, eventualmente, acceder a representaciones de lugares lejanos, de una forma similar a como un humano sueña despierto con tierras distantes? 

Sea como fuere, este estudio se une ya al cada vez más extenso corpus de investigación científica que muchos animales no humanos, hasta donde sabemos, tienen algún grado de conciencia. Los animales entienden algo sobre el paso del tiempo y hacen planes para el futuro. Entienden algo acerca de la muerte. Aprenden cómo funciona el mundo al acumular información asociativa sobre qué sucede y cuándo, aunque probablemente no por qué.

No producen comportamiento a través de un instinto inflexible, sino por una combinación de propensiones y expectativas incorporadas modificadas por la exposición al medio ambiente y la información aprendida. Pueden engañar y fingir. Tienen intenciones y metas. Y, por si fuera poco, los animales tienen normas que guían su comportamiento social, sugiriendo ideas sobre lo que es justo y cómo ellos (y los demás) merecen ser tratados. 

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