Todos los años la temporada de lamprea es todo un acontecimiento en Galicia. Después de pasar la mayor parte de la vida en el mar, estos peces sin mandíbulas parecidos a las anguilas remontan las vías fluviales para reproducirse durante los primeros meses del año, principalmente en los ríos Tambre, Ulla y Miño. Un episodio muy celebrado en una tierra donde la lamprea, considerada mítica en el imaginario colectivo, está muy presentes en el acervo popular y literario. “Las lampreas se han ido. Es, parece ser, una súbita catástrofe sin causa prevista, y, por supuesto, inevitable, como un terremoto o un ciclón”. […] Si, por alguna razón, o al menos por alguna causa que no fuese razonable, [el Santo Cuerpo] desapareciera, las lampreas irían detrás, y este día, sin Santo Cuerpo y sin lampreas, ¿qué va a ser de nosotros, Dios del cielo?» [Saga/Fuga de J.B.; Gonzalo Torrente Ballester; (Ediciones Destino, 1972)].

Cocinadas en adobo, fritas, guisadas o en empanadas, las lampreas son consideradas un manjar en Galicia, pero es muy probable que para los paladares menos habituados a la gastronomía gallega estas criaturas antediluvianas puedan parecerles de todo menos apetecibles. Y es que estos peces agnatos, auténticos fósiles vivientes cuyos ancestros se remontan a hace unos 400 millones de años, experimentan una metamorfosis que los convierte en parásitos que se alimentan de la sangre de sus víctimas. En su etapa adulta se aferran a tiburones, salmones, bacalaos y otros mamíferos marinos, a los que solo abandona cuando se sacia o acaba con sus vidas. En algunos peces grandes pueden alimentarse durante días o semanas.

Sin embargo, a pesar de su fama de vampiros del mar, estas criaturas no siempre fueron chupasangres, según un estudio reciente publicado en la revista Nature Comunications realizado por científicos del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleontología (IVPP, por sus siglas en inglés) de la Academia China de Ciencias a partir del análisis de unos ejemplares del período jurásico nunca antes documentados, estos peces sin escamas ni mandíbulas fueron en su día gigantescas criaturas carnívoras. ¿Cómo y cuándo se convirtieron en esta clase de depredadores? 

Los fósiles de lamprea descubiertos en el yacimiento Yanliao Biota, en el norte de China, vivieron hace 160 millones de años, a finales del período jurásico, y fueron bautizados con dos nombres muy elocuentes: Anliaomyzon occisor (‘asesino’ en latín) e Yanliaomyzon ingensdentes (‘dientes grandes’ en griego). Los 64 centímetros de longitud del primero de ellos lo convierten en el ejemplar más grande documentado hasta la fecha.

Lampreas carnívoras 

El extraordinario estado de conservación de ambos fósiles permitió a los científicos estudiar detenidamente los dientes queratinosos de estos peces antediluvianos y, en consecuencia, esbozar nuevas teorías sobre su evolución, en particular su aparato alimentario, su ciclo vital y su área de distribución histórica.

Los científicos se dieron cuenta de que las cavidad bucal de aquellos fósiles del jurásico se parecía mucho al de la lamprea moderna de la especie Geotria australis, una especie carnívora. “Estas lampreas del jurásico mostraban más carácteres derivados (como se denomina en el mundo de la biología a aquellas características originadas a partir de una particularidad de origen primitivo) relacionados con las lampreas modernas, con lo que concluimos que se tratan de sus parientes fósiles más cercanos”, explica Wu Feixiang, autor principal del estudio, a National Geographic a través del correo electrónico.

Basándose en la dieta en y en las características morfológicas de aquellas lampreas antediluvianas, los científicos dedujeron que tenían una dieta predominantemente carnívora. «Contrariamente a la creencia convencional, nuestro estudio ha demostrado que aquellos ejemplares del Jurásico probablemente se alimentaban de carne, lo que da a entender que el antepasado común más reciente de las lampreas modernas era carnívoro», deduce el investigador.

Jurásico: un punto de inflexión 

Los investigadores descubrieron que aquellas lampreas de hace unos 160 millones de años tenían una dieta distinta de las actuales, con lo que dedujeron que el período jurásico marcó un antes y un después en la historia evolutiva de estos peces.

A raíz de sus investigaciones, dedujeron que durante la era paleozoica anterior estos animales no eran depredadores, pues su cuerpo era mucho más pequeño y sus dientes demasiado débiles. Además, por aquella época la mayoría de los peces contaban con una coraza resistente y tenían escamas demasiado duras para atravesarlas de un ‘bocado’. Sin embargo, a principios del jurásico,la disponibilidad de alimento cambió con la llegada de los peces teleósteos, con escamas más finas, y, con ellas, el tamaño y la morfología de las lampreas.

“El tamaño corporal es muy importante para el ciclo vital de estos animales -explica Feixiang”, quien argumenta que durante el jurásico las lampreas contaban con más recursos alimentarios, lo que les permitió adoptar un ciclo vital de tres fases, similar al de las especies actuales. Según el investigador, el cambio en la dieta de estos peces pudo estar relacionado con la evolución de sus presas y la eficiencia de la energía consumida. “Las especies carnívoras prefieren peces de distinto tamaño, con lo que la diversificación de los modelos de alimentación pudo dar lugar a ventajas adaptativas que las llevaron a alimentarse de las presas disponibles”, abunda el experto, quien avanza en que están ahondando en esta hipótesis en nuevas investigaciones.

Las lampreas son originarias del hemisferio Sur

El cambio de morfología y alimentación no fue el único descubrimiento de los investigadores, cuyas investigaciones desvelaron que, al contrario de lo que se pensaba hasta la fecha, las lampreas no se originaron en el hemisferio Norte, sino en el Sur. «Dedujimos que el área de distribución de las lampreas estaba directamente relacionada con los cambios climáticos y geológicos que se produjeron durante aquella época. Así, estos animales prefieren los climas y entornos frescos, y los ríos y lagos se han desarrollado debido a las actividades tectónicas de los continentes, abunda Feixiang-, quien afirma que su equipo dedujo que el hemisferio sur podría haber actuado como «refugio» de las lampreas durante los climas extremadamente cálidos período cretácico superior, pero que las fases de enfriamiento posteriores promovieron su dispersión hacia zonas más amplias, especialmente el hemisferio norte, donde hay muchos más ríos y lagos continentales. Nuevas investigaciones arrojan nueva luz sobre el origen de unas criaturas que siguen despertando pasiones entre científicos y gastrónomos. 

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