Entre las grandes extinciones que ha sufrido nuestra Tierra, ninguna ha sido tan devastadora como la ocurrida hace unos 250 millones de años: se la conoce como la Gran Mortandad, un nombre sin duda a la altura de las circunstancias. Más de tres cuartas partes de las especies del planeta se extinguieron y más de la mitad de las familias de animales y plantas desaparecieron para siempre. En las eras siguientes el mundo cambió profundamente y, lentamente, las ramas del árbol de la vida volvieron a crecer en direcciones nuevas e inesperadas.

El nombre científico de aquella catástrofe es “extinción masiva del Pérmico-Triásico”, ya que marca la transición entre estos dos períodos en la escala geológica; transición tan profunda que incluso marcó un cambio de era, el siguiente nivel más alto después del período: terminó la era Paleozoica, que había durado casi 300 millones de años; y empezó la Mesozoica, una era dominada por los grandes reptiles como los dinosaurios. La vida, otra vez, se abría camino.

El mayor cataclismo de la historia

Hace aproximadamente 251 millones de años empezó un largo período de actividad volcánica en lo que ahora es Siberia, concretamente en una zona conocida como las escaleras siberianas o traps siberianos. El intenso vulcanismo se prolongó durante unos 2 millones de años, siendo uno de los eventos de vulcanismo más largos y extensos geográficamente de la historia del planeta.

Las erupciones continuas arrojaron enormes cantidades de gases y compuestos tóxicos que cambiaron radicalmente la atmósfera del planeta y generaron un intenso efecto invernadero. Se calcula que la temperatura global pudo haber aumentado unos 5 grados; algunos de estos gases, además, habrían destruido la capa de ozono permitiendo que la radiación ultravioleta llegase con toda su intensidad. Por si fuera poco, los mares quedaron contaminados por elementos nocivos para la vida como el mercurio.

Esta combinación de circunstancias fue letal para la vida. Más del 90% de todas las especies marinas y el 70% de los vertebrados terrestres desaparecieron; los invertebrados, que habían soportado con relativa entereza otras extinciones masivas, sufrieron el golpe más duro de su existencia, poniendo fin a una era de insectos gigantes que podían alcanzar hasta dos metros de largo.

Tanta devastación se puede explicar en buena parte por el cambio radical de la atmósfera del planeta y, en particular, los cambios rápidos – a escala geológica, se entiende – en los niveles de oxígeno: un estudio en 2021 halló que la concentración de oxígeno cayó al principio de la extinción para luego volver a subir. Las criaturas que mejor soportaron el cataclismo fueron precisamente aquellas que habitaban en las profundidades del océano, que les protegían de los cambios que estaban sufriendo la superficie del planeta y las aguas superficiales.

La vida se abre camino

Pero incluso lo más terrible acaba pasando y, eventualmente, la actividad volcánica empezó a disminuir. Atrás quedaba un planeta devastado, en el que más de la mitad de las familias de animales y plantas habían desaparecido, dejando grandes vacíos en los ecosistemas. Pero estos vacíos fueron, precisamente, una oportunidad para que los supervivientes prosperaran.

Igual que lo había sido la extinción, también la recuperación fue diversa. A pesar de haber resistido a la mayor extinción de la historia del planeta, parte de los supervivientes no lograron prosperar en un mundo tan cambiado y terminaron por extinguirse, desplazados por los que sí habían encontrado su lugar en los nuevos ecosistemas.

La nueva era que se abría delante de ellos, el Mesozoico, estuvo marcada por el ascenso, el reinado y, finalmente, la caída de los grandes reptiles: ictiosaurios y plesiosaurios en los mares, dinosaurios en la tierra y pterosaurios en el aire. Muchas de estas criaturas empezaron su andadura de forma humilde y aún tendrían que esperar millones de años para convertirse en los dueños del mundo: fue al final del período Triásico, el primero de los tres que componen el Mesozoico, cuando una nueva extinción masiva sacudiría la Tierra y abriría nuevos caminos para los animales que dominarían el mundo. La desgracia de unos era la fortuna de otros.

El Triásico vio también la aparición de un nuevo tipo de criaturas, los mamíferos. Estos evolucionaron a partir de unas criaturas llamadas terápsidos o, popularmente, mamiferoides, que habían sido los animales terrestres dominantes del Pérmico. Un reducido grupo de ellos sobrevivió a la extinción y al cambio de era, pero durante todo el Mesozoico quedaron relegados a vivir a la sombra de los dinosaurios. Su oportunidad aún tardaría en llegar.

La extinción masiva del Pérmico-Triásico fue una de las pruebas más duras – tal vez la que más – que tuvo que afrontar la vida en la Tierra y, a la vez, uno de los mejores ejemplos de la capacidad de los seres que la habitan para resistir en las circunstancias más adversas. Los siguientes cataclismos, que tuvieron lugar a finales del Triásico y del Cretácico, fueron desastrosos para muchas especies, pero no amenazaron con la desaparición total de la vida como lo hizo la Gran Mortandad. Una muestra de que, como decía el matemático Ian Malcolm – obsesionado con la teoría del caos – en Jurassic Park, “la vida se abre camino”.

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