Parecen delfines o peces espada, pero no son ni lo uno ni lo otro: los ictiosaurios, depredadores marinos que vivieron durante la era Mesozoica, eran en realidad reptiles. Fueron los primeros grandes depredadores acuáticos de la era de los dinosaurios, dominando los mares prehistóricos antes de ser desplazados por un grupo aún más temible, los plesiosaurios.

Los ictiosaurios son un maravilloso ejemplo de evolución convergente, es decir, criaturas sin ninguna relación de linaje que han evolucionado hasta adoptar una apariencia y un comportamiento muy similares. Estos reptiles marinos eran muy parecidos en su modo de cazar a los modernos peces espada, y su aspecto asemeja a una mezcla entre estos y los delfines. Evolucionaron para ser cazadores veloces y se convirtieron en los primeros superdepredadores del Mesozoico.

Un origen envuelto en misterio

La aparición de los ictiosaurios es uno de esos misterios que aún se resisten a los paleontólogos. En buena parte se debe a la ausencia de formas de transición: los primeros ictiosaurios que se encuentran en el registro fósil son especies plenamente acuáticas, lo cual dificulta conocer su origen.

En el pasado, algunos paleontólogos propusieron incluso que eran criaturas que se habían originado en el agua, sin descender de reptiles terrestres sino de anfibios. Hoy en día, esta hipótesis se considera descartada y se incluye a los ictiosaurios dentro de un grupo más amplio llamado ictiosauriformes (literalmente, “largartos con forma de peces”), cuyas especies primitivas eran parecidas a reptiles acuáticos que se movían en el agua mediante movimientos ondulatorios con todo el tronco, de forma similar a las anguilas.

Como resultado de su vida en el agua, la cola de estos reptiles se transformó en una aleta caudal y sus extremidades en aletas verdaderas, y su cuerpo adoptó una forma fusiforme e hidrodinámica que les permitió convertirse en depredadores acuáticos muy rápidos y eficientes. Sus mandíbulas alargadas estaban provistas de dientes, pero su dieta consistía básicamente en peces y belemnites, un tipo de moluscos parecidos a los calamares y las sepias.

La lucha por el título de rey de los mares

El Triásico, la primera de las tres divisiones de la era Mesozoica, fue la época de esplendor para los ictiosaurios. Al contrario que sucedería con otros grandes cazadores prehistóricos, su condición de superdepredadores se debía más a su eficiencia que a su talla, aunque algunas especies alcanzaron tamaños considerables. Eran cazadores especializados en la velocidad, de forma parecida a los delfines actuales, ya que la forma de su cuerpo les permitía alcanzar grandes velocidades y maniobrar rápidamente dentro del agua.

La abundancia de presas y la ausencia de competidores en su nicho ecológico les permitió reinar en solitario como superdepredadores acuáticos durante todo el Triásico. En el Jurásico, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. Más que desaparecer, lo que sucedió es que su diversidad se redujo cada vez más a partir del Jurásico Medio: hasta entonces los ictiosaurios habían sido representados por una gran variedad de géneros de tamaños diversos y formas relativamente variadas, pero a partir de este período parecen limitarse a su forma típica de delfín con morro alargado.

La razón, según la teoría dominante, se debe a la diversificación de los plesiosaurios, que se convirtieron en los grandes depredadores marinos de esta época y entraron en competencia con los ictiosaurios, sustituyéndolos en varios nichos ecológicos. Los ictiosaurios entonces empezaron una carrera de superespecialización como cazadores veloces, un ámbito en el que debían competir con peces y tiburones, además de con los plesiosaurios.

Un último intento de sobrevivir

Esta superespecialización fue a la postre la causa de su declive durante el último período de la era Mesozoica, el Cretácico. Se conocen pocas especies de este período y ninguna de ellas llegó al final del camino para sufrir la extinción masiva de hace 66 millones de años. El motivo de su desaparición es todavía objeto de debate, pero la teoría más aceptada es que fue un resultado de su propia sobreespecialización.

Durante el Cretácico los océanos sufrieron dos grandes eventos anóxicos, es decir, períodos en los cuales el oxígeno disuelto en el agua se agotó en amplias zonas de los mares, provocando la desaparición de numerosas especies y alterando profundamente los ecosistemas marinos. Esto afectó mucho a los ictiosaurios, que con la aparición de tantos competidores se habían especializado en la caza de presas concretas: al extinguirse muchas de ellas, solo las especies que habían mantenido su lugar como superdepredadores pudieron sobrevivir.

Los cambios abruptos en los ecosistemas oceánicos finalmente demostraron ser demasiado para estas criaturas que habían dominado los mares durante millones de años. La última especie de ictiosaurio conocida, Platypterygius hercynicus, desapareció hace unos 93 millones de años, a mediados del Cretácico. En los estómagos de este último superviviente se han encontrado restos fosilizados de peces, pájaros marinos e incluso tortugas: un intento final de sobrevivir a cualquier precio mucho después de que su época de gloria hubiese acabado.

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