El pasado 7 de noviembre tres pandas gigantes del Zoo Nacional de la Smithsonian Institution de Washington, D.C. abandonaron Estados Unidos para embarcar en un avión rumbo a China. No se trataba de un hecho aislado, sino de una exigencia de las autoridades chinas a raíz de la tensión diplomática desatada entre ambos países como consecuencia del incidente de Ya Ya, una osa del zoo de Memphis a la que Pekín obligó a repatriar después de varias asociaciones defensoras de los animales acusaran a los responsables del zoo estadounidense de no cuidarla como era debido.

La salida de los pandas de Washington amenazaba con dejar a Estados Unidos sin estos plantígrados después de una crisis diplomática que acabó de golpe con más de 50 años de estrecha colaboración entre China y Estados Unidos. Sin embargo, la distensión llegó a mediados de noviembre, cuando, en el marco de la reunión bilateral celebrada en San Francisco con motivo de la cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Asia-Pacífico, por sus siglas en inglés) el presidente Xi Jinping anunció en público que los osos “expatriados” podrían regresar de nuevo a China. Ambas decisiones fueron consecuencia de actos políticos que hundían sus raíces en las relaciones diplomáticas entre ambos países: lo que se conoce como ‘diplomacia del panda’. ¿En qué consiste? 

Un intercambio diplomático

Dos de los cuatro pandas expatriados de Washington: Mei Xiang y Tian Tian, llegaron a la capital del distrito federal en el año 2000 tras la muerte de dos ejemplares regalados al zoo en abril de 1972 tras la visita del presidente estadounidense Richard Nixon a Beijing. Al parecer, durante una cena oficial, la primera dama explicó al primer ministro chino, Zhou Enlai cuánto le gustaban los osos panda.

Aquellos primeros ejemplares fueron la punta de lanza de lo que desde entonces se llamó la ‘diplomacia del panda’, una cesión de estos preciados ‘tesoros nacionales’ como muestra de buena fe en las relaciones diplomáticas, pero también una oportunidad para desarrollar un sistema de cooperación internacional en favor de la conservación de esta especie amenazada. 

De regalo a alquiler

En realidad, el intercambio de pandas hunde sus raíces en el siglo VII, cuando la emperatriz Wu Zetian, de la dinastía Tang, entregó una pareja a los soberanos de Japón. En la era moderna existen otros ejemplos históricos. Por ejemplo, el que en 1941 ofreció Soong Mei-ling, esposa de Chiang Kai-Shek, a Estados Unidos como agradecimiento a la ayuda que Washington había brindado al Kuomintang.

Pero lo que hoy conocemos como ‘diplomacia del panda’ no es solo un intercambio diplomático, sino también un lucrativo negocio a raíz de las modificaciones de esta práctica llevadas a cabo a principios de la década de 1980 por el presidente Deng Xiaoping. A partir de aquel momento, los pandas ya no se regalaban, sino que se alquilaban por una cantidad que oscila entre los 300.000 dólares y el millón de dólares. 

Sin embargo, tras una demanda de la organización conservacionista WWF en 1998 relacionada precisamente con el sistema de préstamos a zoológicos estadounidenses, actualmente la mitad de las tasas se destinan a labores de conservación. Los zoos suelen recibir una pareja reproductora sana y pueden quedarse con cualquier cría nacida durante el periodo de préstamo es propiedad de China a cambio de un alquiler. Cuando cumplen entre 2 y 4 años, los juveniles deben ser enviados de nuevo al país de origen.

El primer panda llegado a España fue la hembra Shao Shao, donada en 1978 al zoo de Madrid por el presidente Deng Xiaoping a los reyes de España tras su primera visita oficial al país asiático. En 1982 engendró a Chu-Lin, el primer panda gigante nacido en cautividad fuera de las fronteras chinas. Desde entonces, actualmente hay más de 60 ejemplares distribuidos por los parques zoológicos de más de una veintena de países, entre ellos los últimos cachorros nacidos en el zoo de Madrid: Jiu Jiu y You You. A pesar del incidente de Estados Unidos, parece que la diplomacia del panda tiene cuerda para rato. 

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