El Sol rompe la monotonía del horizonte y comienza su ascenso por la bóveda celeste. Tras unos minutos, los primeros rayos chocan con los guijarros que cubren gran parte de un paisaje que parece más marciano que terrestre. Sin embargo, el baño de luz no proporciona una sensación agradable ya que, a una altura de más de 6000 metros, la temperatura jamás supera los 0 grados Celsius. El frío, la falta de oxígeno y de agua hacen de este lugar uno de los entornos más inhóspitos del planeta. Por ello, se necesita mucho valor y meses de preparación para poder observar el esplendor de los volcanes durmientes en la cordillera de los Andes.

Durante los años 70 y 80, diferentes expediciones internacionales trataban de coronar las cumbres de picos como el Púlar, el Salín o el Copiapó. En la mente de los exploradores probablemente estaba el hallazgo del Niño del Cerro del Plomo, una momia encontrada de manera fortuita por dos arrieros en 1954. Esta momia, como demostró la antropóloga Grete Mostny, era la prueba mejor conservada de un sacrificio humano realizado en el imperio Inca. Aunque el Cerro del Plomo se sitúa a más de 1000km de la zona de búsqueda, los cadáveres de ratones esparcidos por el terreno parecían indicar que en esas montañas también hubo actividad humana.

El misterio de los ratones momificados

Durante sus ascensos, los investigadores informaron del hallazgo de Pericotes panza gris (Phyllotis xanthopygus) momificados. Estos pequeños ratoncillos apenas superan los 50 gramos de peso durante su adultez, y se pueden encontrar correteando en gran parte de la cordillera andina. Su alimentación consiste en semillas, insectos y raíces, aunque no le hacen ascos a ningún bocado que encuentren en sus alrededores.

Se han encontrado ejemplares de estos ratones desde el nivel del mar hasta unos 5000 metros, pero a partir de entonces, las condiciones parecen demasiado duras como para que sobreviva cualquier mamífero. Lo más curioso del hallazgo de los restos era la cantidad. Decenas, si no cientos de estas momias animales se encontraban expuestas a la intemperie, mientras que otras aparecían al rebuscar entre las piedras.

Ante la pregunta ¿cómo habían llegado esos ratones allí? Solo parecía haber una respuesta plausible. Debían haber sido transportados en los víveres y avituallamientos que portaban los incas para alguno de los rituales que realizaban en estas montañas, que consideraban sagradas. Entre ellos, se encontraba el ritual de la capac cocha, probablemente la razón por la que se encontró el Niño del Cerro del Plomo. En los meses que duraba la ceremonia se realizaban una serie de viajes desde todas las partes del imperio hasta Cuzco, la capital, y luego de vuelta. En estos viajes se celebraban una compleja serie de cultos y ritos en los que, en ocasiones, incluían sacrificios humanos.

Por ello, no es difícil imaginar que algún ratón buscase refugio o alimento en las provisiones de la caravana inca y que, al sobrepasar cierta altura, sucumbiese al frío o la falta de oxígeno. En estas cumbres, la momificación se produce de forma natural, ya que cuando un organismo muere, el agua de su cuerpo se congela y, debido a la baja presión, va pasando lentamente a estado gaseoso sin pasar por el líquido. Este proceso, denominado liofilización, impide que los microorganismos consuman los tejidos del animal y, por ello, el estado de conservación de las momias es cuasi-perfecto. Así se explicaba la presencia de los ratones en las cumbres y, por tanto, siguió la búsqueda de restos incas en la zona. Sin embargo, en 2020, los investigadores Mario Pérez Mamani y Jay Storz se toparon con una enorme sorpresa.

Phyllotis xanthopygus, supongo

Mientras coronaban la cumbre del Llullaillaco, un volcán de 6739 metros de altura famoso por el hallazgo de tres niños incas momificados, Mario reunió las fuerzas para gritar: “Jay, hay un ratón”. La situación era bastante comprometida, ya que habían pasado las últimas 8 o 9 horas escalando el volcán por un camino alternativo por culpa del riesgo de avalancha. Jay se encontraba agotado. La hipoxia y el frío habían hecho mella en su consciencia y prácticamente no podía comprender las palabras que llegaban a sus oídos. Mario insistió. “Un ratón, Jay”. Este segundo grito le hizo recordar de golpe por qué se encontraban en esa montaña.

Jay Storz, Catedrático Willa Cather de Ciencias Biológicas en la Universidad de Nebraska, se encontraba en la cima del Llullaillaco porque no creía en la teoría de los ratones portados por los incas. Gracias a una ayuda de la National Geographic Society, su equipo formado por biólogos y montañeros expertos llevaba 2 meses atrapando ratones en los altiplanos andinos.

Gracias a las trampas habían podido encontrar algunos ejemplares a más de 5000 metros, pero esto era algo completamente inesperado. Este ratón estaba a 6739 metros de altura, algo que se creía imposible por el límite de tolerancia de los mamíferos. No sin esfuerzo, consiguieron capturar el ratón que, automáticamente, batió el récord del mamífero encontrado viviendo a mayor altura.

La vuelta a casa

Tras la expedición, y con un número significativo de muestras en su equipaje, comenzaron con los análisis. Las pruebas realizadas con carbono 14 a los restos de los ratones revelaron algunas sorpresas. Las momias más recientes databan de hacía 350 años, 150 años después de la caída del Imperio inca, e incluso algunos de aquellos restos únicamente tenían unas décadas. Por tanto, se ha resuelto el misterio de los ratones momificados de los Andes: Viven allí. Pero esta respuesta trae consigo muchas más preguntas.

La ventaja de habitar un terreno tan elevado es que no existen depredadores. Ni el puma ni el zorro andino viven a tanta altitud. Se trata de un terreno yermo en el que prácticamente no hay agua y, por supuesto, ninguna planta que mantenga herbívoros. De hecho, el entorno es tan árido, frío e hipóxico que sirve de terreno de pruebas para los instrumentos que empleará la NASA para buscar vida en Marte. Sin embargo, para mantener una comunidad sana de ratones, estos han de encontrar algún tipo de sustento o sacarse un as de la manga, y el ADN de los ratones puede tener la respuesta.

El proceso de liofilización también permite conservar en perfecto el material genético del animal. Con esto, los investigadores han conseguido averiguar que algunos de esos ratones estaban emparentados y, que todos formaban parte de la misma comunidad. Por tanto, los resultados sugieren que los ratones son escaladores y, aunque nazcan en la zona inferior de las montañas, pueden ascender y descender durante su vida. Las razones de estas migraciones todavía son desconocidas, pero esperan poder seguir investigando para revelar este misterio y, así, poder encontrar otros que resolver.

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