Desde su descubrimiento por Alexander Fleming el 21 de septiembre de 1928, la penicilina se ha establecido como uno de los hitos más importantes de la historia de la medicina. Esa humilde y simple sustancia fungosa revolucionó el tratamiento de las infecciones bacterianas, reduciendo la cantidad de muertes provocadas por ese tipo de dolencias y aumentando de forma exponencial la calidad de vida de toda la población.

Sin embargo, aunque sigue siendo un compuesto elemental en la cura y tratamiento de enfermedades provocadas por bacterias, hoy en día la ciudadanía se enfrenta a un desafío monumental: la creciente resistencia bacteriana a antibióticos como la penicilina. Solo entendiendo el mecanismo de acción de esta sustancia y la evolución que han experimentado las bacterias, en conjunto al mal uso de ciertos tratamientos, es posible ser consciente de la realidad a la que la salud mundial se enfrenta hoy en día.

LA REVOLUCIÓN DE LA PENICILINA

El descubrimiento de la penicilina es uno de esos hitos médicos que se engloban bajo el término serendipia, y que hace referencia a todos aquellos hallazgos valiosos que se producen de forma fortuita o inesperada. Y es que, cuando aquel 28 de septiembre de 1928, el escocés Alexander Fleming, que se encontraba en su laboratorio del Hospital St. Mary’s de Londres experimentando con bacterias patógenas, descubrió la penicilina, se trató de una completa casualidad.

Fleming estaba observando por aquel entonces ciertos cultivos de Staphylococcus aureus, un tipo de bacteria responsable de ciertas infecciones en la piel, problemas respiratorios e intoxicaciones alimentarias. El escocés había dejado la placa de Petri que contenía el patógeno en su laboratorio mientras estaba de vacaciones y, al regresar, notó que una de las placas tenía una colonia de bacterias central, rodeada por una zona más externa donde no había ni rastro de ellas.

Pero, ¿qué había en esa zona para impedir la proliferación de las bacterias? Para dar respuesta a esa incógnita, Flemming examinó la placa y descubrió que un hongo de la familia Penicillium había caído accidentalmente en la Petri, liberando una sustancia que inhibía el crecimiento de las bacterias en esa zona. Dedujo que esa sustancia, a la que llamó penicilina, poseía grandes propiedades antibacterianas. Sin embargo, en ese momento no pudo desarrollar una forma pura para el uso médico de la penicilina, sino que fueron otros científicos, como Howard Florey y Boris Chain los que, en 1940, lograron producir penicilina para el uso clínico.

¿CÓMO ACTÚA?

El descubrimiento de este fuerte antibacteriano supuso un antes y un después en la historia de la medicina y de la salud pública. Y es que, antes del hallazgo y la implementación de su utilización en el ámbito clínico, las infecciones bacterianas más leves podían llegar a convertirse en graves problemas de salud: pocas personas sobrevivían ante la proliferación de alguno de esos patógenos.

El mecanismo de actuación de la penicilina es rápido y eficaz: en cuanto entra en el cuerpo y detecta las bacterias, se adhiere a ciertas proteínas de unión de su superficie, las cuales son esenciales para la síntesis y la integridad de la pared celular bacteriana. Así, una vez unida, la penicilina interfiere con la acción de una enzima clave llamada transpeptidasa, la cual es responsable de endurecer la membrana de la bacteria. Como resultado, la pared celular se debilita y pierde el poder para mantener la estructura de la bacteria. Ahora bien, las bacterias tienen una presión interna más alta que la de su entorno, por lo que esa diferencia de presión, en conjunto a la debilidad de su pared, provoca que, finalmente, la bacteria se hinche y se rompa en diferentes partes, las cuales son eliminadas por el sistema inmunológico del huésped.

LA RESISTENCIA BACTERIANA

Sin embargo, en los últimos años ha aparecido un fenómeno inquietante que amenaza con demoler parte de la calidad de vida ganada desde el hallazgo de la penicilina. Se trata de la resistencia bacteriana a los antibióticos. Y es que, a lo largo de las décadas, ciertas bacterias han ido desarrollando la capacidad de resistir los efectos de algunos antibióticos, lo cual reduce la eficacia de esos medicamentos.

La causa principal que se atribuye a este hecho es el uso excesivo e inapropiado de los antibióticos. Cuando este tipo de medicamentos se utilizan en situaciones donde no son realmente necesarios, o cuando no se completan los ciclos marcados por los profesionales, las bacterias pueden llegar a sobrevivir y desarrollar ciertas mutaciones que las hacen resistentes a ese medicamento utilizado, de forma que, al volver a aparecer, ya no son vulnerables y proliferan con mayor eficacia.

A esto se suma que las bacterias tienen la capacidad de poder intercambiar material genético entre ellas a través de ciertos procesos que incluyen la conjugación, la transducción y la transformación, incluyéndose en ese traspaso de información los genes de resistencia a los antibióticos. Esto significa que las bacterias resistentes podrán transmitir esas nuevas propiedades a otras bacterias, incluso de diferentes especies.

Se trata, sin duda, de un problema urgente que requiere una acción a nivel mundial. Las infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos son muy difíciles de tratar, pues los médicos se ven muy limitados en las opciones de tratamiento disponibles, lo que genera enfermedades graves, de mayor duración y con menos probabilidad de supervivencia.

EL FUTURO DE LOS ANTIBIÓTICOS

Así, la lucha contra la resistencia bacteriana es un acto que requiere la colaboración y el compromiso de todos los colectivos: gobiernos, profesionales de la salud, científicos y, en su conjunto, toda la sociedad. Es necesario promover el uso responsable de los antibióticos, para intentar prevenir que la resistencia bacteriana experimentada hasta ahora no siga avanzando y poniendo en riesgo la salud de los ciudadanos. Paralelamente, se pone en alza la importancia de los diagnósticos precisos de enfermedades que permitan recetar un antibiótico adecuado y específico en cada caso.

Sin embargo, la investigación continua sigue siendo un punto esencial para mantenerse al tanto de las nuevas amenazas y de las posibles soluciones. Se deben fomentar los estudios dedicados al descubrimiento y al desarrollo de nuevos antibióticos efectivos, así como dirigir una parte de las finanzas a la inversión en estudios de este campo. La protección de la salud pública está, al final, en manos de todos.

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