A casi ocho décadas de la detonación de la primera bomba atómica en la ciudad japonesa de Hiroshima, la historia de la catástrofe sigue viva. El 6 de agosto de 1945, un impacto de 4.000 grados centígrados, equivalente a 13 toneladas de TNT, arrasaba por completo la urbe, matando a 140.000 personas, muchas de las cuales dejaron únicamente sus sombras atrás. Esta es la historia de esas personas cuyo recuerdo se mantuvo vivo con el paso de los años debido a las singulares «sombras de Hiroshima«. Te contamos qué son realmente y cómo se formaron.

EL CONFLICTO

A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica, llamada Little Boy, estallaba a 600 metros del suelo en la localidad de Hiroshima, en Japón. La explosión, con un enorme poder destructivo, se llevaba por delante todo rastro de mobiliario de la ciudad, edificios, animales y personas. De hecho, en un radio de 1 kilómetro, hasta 70.000 personas se esfumaron de forma inmediata debido al calor y a la radiación de la bomba, dejando únicamente su sombra.

Se trataba de la forma en la que había decidido Estados Unidos dar por finalizada la Segunda Guerra Mundial. Y es que, aunque en un primer momento, la construcción de la bomba solo tenía como objetivo obtenerla antes que la Alemania nazi, ante la rendición de este país, el futuro del proyecto cambió. La mortalidad de la guerra no paraba de aumentar, por lo que los dirigentes norteamericanos determinaron que la detonación de la bomba sería la forma más limpia de detener el conflicto.

Las razones de los estadounidenses eran claras: con la bomba el número de muertes sería menor. Es la famosa teoría del «mal menor». Sí, morirían muchos civiles y se destruirían dos ciudades enteras, pero esas muertes, afirmaban los norteamericanos, serían mucho menores que las que se producirían de no usar la bomba y dejar a la guerra evolucionar. Sin embargo, fueron muchas las personas en contra de este suceso y, aún a día de hoy, se mantiene como uno de los grandes dilemas de la ética y la moral.

LA BOMBA ATÓMICA

La bomba atómica opera basándose en un mecanismo llamado fisión, que consiste en la separación de núcleos de diferentes átomos. Se trata de un proceso capaz de liberar grandes cantidades de calor y de energía en un instante muy breve de tiempo. La reacción es la siguiente: un neutrón impacta contra un núcleo de un átomo pesado, por ejemplo uranio o plutonio, provocando una gran fuerza explosiva y repitiéndose el proceso en cadena o en bucle hasta que el elemento se agota. En el caso de la bomba de Hiroshima, ese núcleo fue el de un átomo de uranio 235, mientras que para la de Nagasaki, fue de plutonio 239.

Además de energía, las bombas son capaces de esparcir una gran cantidad de radiación gamma de onda muy corta. Este tipo de radiación tiene dos características importantes: puede atravesar la piel, alcanzando el tejido celular y ocasionando alteraciones muy perjudiciales y hasta mortales para los seres vivos; y puede viajar en forma de energía térmica, llegando a alcanzar temperaturas de hasta 5.000 ºC.

el efecto sombra

Con la detonación de la bomba, toda esa energía radiactiva salió disparada en un ángulo de 365 grados, devastando absolutamente todo lo que se encontraba en su camino. Así, cuando se produce el choque contra un objeto, ya sea un material o un tejido humano, esta es absorbida de forma inmediata. Si es absorbida por completo es posible que la energía no alcance a todo lo situado detrás, dejando ilesa esa pequeña parte de entorno. Es el conocido como «efecto sombra«

La energía de la bomba esclareció así todo aquello que se encontraba por delante y que la iba absorbiendo, dejando solo de color original aquellos objetos ocultos tras otros. Ese color original da forma a las sombras de Hiroshima: marcas oscuras que han quedado sobre las paredes y suelos de la ciudad, donde los habitantes y pequeños objetos urbanos han quedado retratados de por vida.

Bancos, bocas de riego, farolas, personas… Destaca, por ejemplo, la sombra de un ciudadano sentado a las afueras de un banco que, parece ser, estaba esperando en las escaleras a que su turno llegase para poder entrar a retirar su dinero. La sorpresa de la detonación de la bomba dejó su sombra marcada sobre esas escaleras y la pared para el recuerdo de la tragedia.

despues de la bombA

Tres días después de la primera detonación en Hiroshima, llegó la segunda bomba, Fat Man, que detonó en la ciudad de Nagasaki. Estos hechos pusieron punto final al papel de Japón en la Guerra, el cual firmó su rendición en 2 de septiembre de ese mismo año. 

En ese momento, Estados Unidos invadió el país. Por primera vez, los militares norteamericanos pisaron las ciudades destruidas, dándose cuenta de las verdaderas consecuencias de impacto de su obra. Así, durante los primeros días, no solo fueron los militares los que se pasearon entre los escombros. Uno de los que se sumó fue el fotógrafo Yosuke Yamahata. El artista llegó a Nagasaki el 10 de agosto de 1945 y no paró de disparar su cámara, pudiendo plasmar todos los detrozos que la bomba había provocado en la urbe, así como capturar por primera vez las curiosas sombras, memoria viva de la tragedia ocurrida en Japón.

Con el paso de los años, los eventos meteorológicos han ido borrando buena parte de las sombras, dejando solo aquellas más marcadas como testimonios actuales. Sin embargo, las imágenes tomadas en 1945 por Yamahata fueron suficientemente impactantes como para conseguir que la humanidad jamás olvide la catástrofe que supuso aquel 6 de agosto.

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