El proyecto ‘The Farewell Generation’ recibió el apoyo del Howard G. Buffett Fund for Women Journalists, del International Women Media Foundation (IWMF). 

«Cuando sales, tú sabes que te vas, pero no sabes lo que te va a pasar. Todo lo vas botando por el camino, no te queda nada», dice Maidel Alemán, de 26 años. Ella es una de los 250.000 cubanos que han migrado a Estados Unidos en el último año, en un éxodo que ha roto todos los récords.

La cantidad de cubanos que han abandonado su país aumentó drásticamente el año pasado, superando incluso los máximos históricos de las décadas de los ochenta y noventa. Se calcula que en 1980, durante el llamado Éxodo del Mariel (o Mariel Boatlift, en inglés), unos 125.000 cubanos huyeron hacia EE.UU. Entre 1990 y 1999, lo hicieron 170.000, según datos del Departamento de Seguridad Nacional. Sin embargo, solo entre enero y septiembre de 2022, la Patrulla Fronteriza estadounidense había aprehendido a más de 203.000 cubanos, en comparación con los 33.000 del mismo periodo en 2021.

Y aunque la mayoría intentan entrar por tierra, entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, la Guardia Costera de EE.UU. interceptó a más de 6.000 cubanos tratando de llegar a sus costas por mar: la cifra más alta en cinco años.

El boom migratorio comenzó a finales de 2021, cuando el gobierno cubano comenzó a aflojar las restricciones de viaje: la pandemia de Covid-19 tuvo durante meses a la isla en un estricto confinamiento, haciendo difícil conseguir asiento en los contados viajes que salían a la semana. Con el alivio de las restricciones, una ola de cubanos viajó a Nicaragua, que acababa de eximirles del requisito de visado. Desde allí, muchos emprendieron su viaje hacia el norte.

De cara a este exilio masivo, el proyecto ‘The Farewell Generation’ (‘La generación del adiós’, en español), de las fotógrafas holandesa y argentina Sanne Derks y Natalia Favre, expone, a través de tres historias, la compleja realidad a la que se enfrentan actualmente los jóvenes cubanos, tanto los que se quedan como los que se van.

Se trata de tres parejas con distintos tipos de relación: son mejores amigos, como Gabriel y Yossell, o novios, como Lauren y Jan, o hermanas, como Laura y Maidel; pero todas comparten el hilo que teje el imaginario migratorio: el dolor que produce la despedida, el alejamiento de los seres queridos y el lugar de origen. Aunque, también, sostienen la voluntad por mantener la relación en la distancia y el deseo de un posible reencuentro.

GABRIEL Y YOSELL

Gabriel Berrio Fabré, de 18 años, y Yossell Machado Figured, de 21 años, crecieron juntos en Los Pocitos, a las afueras de La Habana; pero cuando Yossell se fue a Surinam, para salir desde allí con su madre y su hermana hacia Estados Unidos y buscar trabajo como artista, no pudieron despedirse.

“Hay una frase que dice: el futuro de este país está estudiando para irse”, afirma Gabriel. En los últimos años, los cubanos se han enfrentado a la escasez de comida, medicamentos y otros productos básicos, a apagones, afectaciones del servicio de agua potable y, como ha señalado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al “colapso del sistema público de salud” y al “aumento generalizado de la pobreza y la desigualdad”.

Desde Tampa, Yossell cuenta que aunque creía “que era llegar a este país y ya trabajabas, tenías todo y es lo que se piensa todo el mundo y en realidad no es así. Es muy difícil, no es como uno se lo imagina”. Una vez en territorio estadounidense, los inmigrantes deben enfrentarse a los retos que significa buscar trabajo y conseguir dinero para pagar las cuentas.

Pero, primero, deben vivir lo que llaman “la travesía”. Esta involucra no solo el riesgo de ser deportados o arrestados en México, sino también los peligros del cruce de la frontera. “Una travesía no es cualquier cosa”, sostiene Yossell, quien viajó durante 12 días, incluyendo ocho horas en una lancha que se quedó sin gasolina mientras llovía en medio del mar. “Tienes que cuidarte de la Policía, de los mismos coyotes, hay personas que quieren asaltarte, hacerte algo, quitarte el dinero; escuchamos personas al lado que los habían cogido presos, a muchos los violan, a muchos les hacen muchas cosas muy feas y muy malas”.

LAUREN Y JAN

Pero, para algunos, como Jan Pérez, de 23 años, el mes y medio de peligro que vivió mientras hacía la travesía parece la opción “más segura” para poder huir de Cuba. A pesar de que él y su pareja, Lauren, de 26 años, estaban ahorrando para hacer un máster en el exterior, decidieron optar por que Jan viajara a Nicaragua para después cruzar la frontera sur de Estados Unidos.

“Se pierde mucho dinero en el camino, a veces hasta más dinero que si lo haces por modo legal, pagándote un máster. Pero es el más rápido, el más seguro: [con] un máster te pasas muchísimo tiempo, probablemente un año, y tienes la posibilidad de que te digan incluso que no”, dice Jan.

Desde Guanabo, un pueblo playero al noreste de La Habana, Lauren monitoreaba el recorrido de su novio: “Los sacaban y los ponían en un autobús, los llevaban para una iglesia donde les daban ropa, ayuda, teléfono; como la versión moderna y menos denigrante del brazalete cuando estás preso, un teléfono con GPS donde tenía que reportarse todos los domingos”.

Sin embargo, hubo un momento en que, por cinco días, ella no supo cómo estaba Jan, cuando la policía mexicana detuvo a su grupo y los dejó incomunicados. “Pasaron muchas cosas delicadas en la travesía: la policía en México, el destrato (sic) que tiene con los migrantes”, cuenta Lauren.

Y es que, de acuerdo con Human Rights Watch, los migrantes cubanos deben enfrentarse a “abusos por parte de grupos criminales y fuerzas de seguridad a lo largo del trayecto, particularmente en el Tapón del Darién y la frontera sur de México”.

Si bien es cierto que los inmigrantes cubanos reciben un trato preferente del gobierno estadounidense para acceder de forma más rápida a una residencia legal permanente —pues la Ley de Ajuste Cubano de 1966 (CAA), que sigue vigente, permite que los ciudadanos cubanos que cumplen ciertos requisitos de elegibilidad soliciten la Green Card— Lauren explica que “las ayudas del gobierno son súper difíciles de acceder, y más él que no tiene familia [allá]”.

Ahora, mientras Jan trabaja en Tampa como diseñador gráfico, Lauren espera a que le concedan la visa de Chile, donde vive su padre, y poder salir de la isla de manera legal. Se apoyan en la tecnología como herramienta para sentirse cerca: videollamadas y mensajes se convierten en la forma de recortar la distancia y el tiempo de espera que, según le dice Jan a Lauren, es su propia travesía.

LAURA Y MAIDEL

Maidel Alemán llegó a Estados Unidos en mayo de 2021, y actualmente trabaja como manicurista en un estudio que instaló en una residencia en Las Vegas, donde cuida a su tía, pero afirma que aún no ha podido adaptarse a la cultura estadounidense: “Aquí todo el mundo se vuelve como muy encerrado en su propio círculo. Es algo que a uno le da una tristeza [de la] que no se recupera nunca. Mi vida nunca más [será] la misma”.

Para Maidel la travesía fue especialmente complicada. Según dice su hermana Laura, que está en Guanabacoa (Cuba), al grupo de cinco personas con las que iba “los secuestraron, pasaron cosas malas. [A ella] le dijeron que el río le llegaba por las rodillas, [pero] le llegaba por encima de los senos. Le tuvieron que dar la mano porque se iba por la corriente. Cuando llegaban arriba de la escalera era ‘tírate’ y que sea lo que Dios quiera. Y ella se quedó de este lado, todo el mundo se fue. […] Estuvo presa por dos días y la soltaron con un papel que se llama MPP [Protocolo de Protección a Migrantes] y estuvo en México 6 meses más”, cuenta Laura.

Y aunque Maidel dice que después del recorrido ya no se vuelve a ser el mismo pues “el que no hace una travesía no sabe lo que es la vida”, Laura afirma que los cubanos están “desesperados por irse”. No solo todos sus amigos están en EE.UU., México, Panamá o Europa, sino que la desesperación ha llegado al punto de que su hermano, que es buzo, estuvo midiendo la distancia entre la Punta de Maisí, el punto más oriental de Cuba, y Haití para irse nadando.

En los últimos sesenta años, la isla ha visto cinco olas migratorias. Pero la actual es definitivamente la más grande. En 2022, más del 2% de la población de Cuba, de 11 millones de habitantes, se fue de la isla para entrar a EE.UU., según datos del gobierno estadounidense.

El éxodo está marcando a toda una generación de jóvenes que sufren de lado y lado: la separación duele tanto para quienes se van como para quienes se quedan. Quienes migran se enfrentan a una peligrosa travesía llena de contratiempos para luego vivir el duelo migratorio que produce irse de su país, el cambio de cultura, el desarraigo, y tener que buscarse la vida. Quienes permanecen en Cuba son testigos del deterioro de la isla y de la partida masiva de sus seres queridos. Porque, como dice Laura, “todos los cubanos se sienten muy dolidos, todas las familias están separadas, ahora no hay una familia que esté junta aquí en Cuba”.

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