Hoy es el año 2096 y tengo 92 años. Desde que tengo conciencia, he sido un apasionado de los animales y la naturaleza. Siempre he quedado fascinado por las incontables maravillas que el mundo nos regala. También, desde que tengo conciencia, me han repetido constantemente que esos regalos que siempre he disfrutado estaban acabándose, y que era mi culpa. Me decían que los seres humanos tenemos la responsabilidad de que cada vez que miraba al cielo veía menos aves volando, que cuando buceaba ya no veía peces si no plástico, o que cuando iba a la montaña ya no había insectos. Me lo repitieron en el cole, en casa y en la tele. Así que decidí ayudar. Compraba mi cepillo de dientes de bambú, apagaba las luces de casa, separaba la basura, no desperdiciaba papel y no tiraba ningún residuo al suelo. Luego, las empresas también lo empezaron a hacer. Las pajitas de los restaurantes pasaron a ser de papel, las bolsas de las tiendas de ropa de cartón y los envases de las bebidas biodegradables. Sin embargo, no pasó nada.

En el año 2020 la UICN declaró que el 27% de animales y plantas conocidos estaban en peligro de extinción. Decidí esforzarme más, ser más ecológico. Las empresas y gobiernos también prometieron que lo serían. Pero nada cambió. Nuestros animales seguían muriendo, los bosques quemándose, los océanos inundándose y el cielo ennegreciéndose. Resultó que las mismas empresas que nos convencían de que sus carburantes eran más ecológicos, derramaban 5 millones de barriles de petróleo al mar. Que los famosos que promocionaban productos ecológicos usaban jets privados que emitían hasta 2 toneladas de CO2 cada hora. Que los gobiernos que prometían recintos verdes y transporte ecológico seguían apoyando las energías no renovables. Que los bosques se talaban, que los animales se cazaban y los mares contaminaban. Y no pude impedirlo. Ninguno de nosotros pudimos.

Hoy es el año 2096 y tengo 92 años, y estoy viendo en las noticias que esta mañana ha muerto el último elefante del mundo, y cómo con él se extingue la última especie de mamíferos en África. Ya no queda esperanza.

Si pudiera volver atrás, le diría al mundo que es hora de un cambio real. Que, aunque está bien que seamos individuos ecológicos, de nada sirve si nuestra sociedad sigue contaminando. Que de poco sirve que vayamos en bicicleta a trabajar si las empresas siguen siendo responsables del 70% de emisiones de GEI mundiales. Que es hora de un cambio real, de un punto de inflexión, de una parada en seco. Por muy concienciados que estemos, parece que no vemos que la sexta gran extinción en la historia de la Tierra es una realidad, y que es nuestra culpa. Vamos por el camino correcto, pero no a la velocidad necesaria. O damos la vuelta a las cosas ya, o no habrá vuelta atrás.

Hoy es el año 2096 y tengo 92 años, y estoy viendo el mundo morir.

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