La pérdida de la biodiversidad es un tópico de aquellos que se tratan durante el café, pero es demasiado relevante para relegarlo a una sección del noticiario. Supongo que si tienes una revista entre las manos, estarás familiarizado con los escenarios distópicos que se vaticinan desde hace décadas. Los científicos sacan historias de terror al mismo ritmo que Stephen King y nadie parece inmutarse.

Se suele tener el concepto de que el entorno está sujeto a un equilibrio, pero es más bien una dinámica. Lo único que en este planeta avanza ordenadamente es el tiempo, y alrededor de esta magnitud se dan una infinidad de sucesos que desencadenan en otros tantos. De la misma manera que ya se han dado extinciones masivas, si nuestros actos culminan en un colapso de los ecosistemas, no sería más que el fin de un capítulo en el prominente libro de la geología histórica. Ni siquiera podríamos creernos tan relevantes, el Homo sapiens no ocupa más que un parpadeo en la historia de la Tierra. Si la función matemática que rige el equilibrio que sustenta nuestra existencia cambia su rumbo encontrará una asíntota donde acomodarse, aunque por el camino haya prescindido de nosotros.

Bajo una visión antropocentrista, hemos olvidado que la biodiversidad es a lo que pertenecemos, nuestra red de seguridad ante la incertidumbre del cosmos y actúa de la misma manera que una familia o un territorio asientan las raíces de la personalidad de un individuo. La pérdida de ecosistemas afectaría a las tradiciones y el conocimiento popular, erosionando la diversidad cultural y nuestra identidad.

Se entienden como bienes ecosistémicos aquellos valores, tanto económico como sociales, que se le puede atribuir a un ecosistema. Este concepto es propiamente delicado. ¿Qué valor le darías a tu brazo? El hongo capaz de atacar la pared celular bacteriana se encuentra en medios como residuos orgánicos en descomposición y fue descubierto en 1928. ¿Qué valor tiene la fruta podrida? Después del descubrimiento de la penicilina: el de una vida. Sin embargo siempre estuvo ahí. Lo que nos deja ante una conjetura interesante. La ciencia se enfrenta diariamente a rompecabezas. Los cetáceos presentan menos de un 3% de casos de cáncer, a diferencia de nosotros, que contamos con unos índices mucho mayores. ¿Podríamos encontrar respuestas en estos animales? Puede que no lleguemos a saberlo jamás dado que ocho de las trece grandes especies de ballenas están en peligro de extinción. Poniéndole a nuestra vida el precio de varias toneladas de carne y grasa.

El puesto privilegiado en el que nos hemos situado es un espejismo, y es tedioso plantearse siquiera algo tan absurdamente verdadero. Como especie, el reto que nos presenta nuestra particular conciencia es renunciar al individualismo y comprender que la biodiversidad forma tan parte de nosotros como nosotros de ella. La mayor proclamación de nuestra superioridad será decidir activamente querer y proteger a las demás especies, puesto que la virtud de la vida es algo que debería interesar a aquellos a los que le es concedida.

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